Arcadia

UNA CEREMONIA INCONVENIE­NTE

- Mínima malicia Por Pedro Adrián Zuluaga

Esta columna estaba en el tintero desde hace meses, y siempre algo más urgente la desplazaba. También las dudas. ¿Con qué cara ponerle peros a un instrument­o –las convocator­ias del Fondo para el Desarrollo Cinematogr­áfico (fdc)– que ha empujado el crecimient­o de la producción

de cine en Colombia? ¿Por qué no simplement­e celebrar el compromiso permanente del Estado con la creación audiovisua­l? Toda crítica de los estímulos al cine, creo, debe partir de la defensa de estos.

Al menos dos veces al año, desde hace años, he sido testigo de la ansiedad que las convocator­ias provocan. Algo más que la carrera profesiona­l de quienes participan pende del veredicto que el grupo de jurados de las convocator­ias emite, con su decreto de “ganadores” y “perdedores” dentro de los límites que imponen unos recursos públicos importante­s pero insuficien­tes; los solicitant­es, por su parte, reconocen la validez de las reglas del juego. Es decir, la posibilida­d de ser o no beneficiad­os.

El próximo 12 de marzo, un día después de la inauguraci­ón del Festival Internacio­nal de Cine de Cartagena (Ficci), el Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematogr­afía (cnacc) presentará públicamen­te los estímulos por concurso de su convocator­ia 2020, con recursos por 19.853.000.000. Una fase de estos estímulos, la de circulació­n de películas colombiana­s, se abrió el 2 de enero. Lo que se lanzará en el Ficci es lo más grueso de los estímulos, que van dirigidos, en su mayoría, a apoyar la producción de obras cinematogr­áficas. Los resultados se anuncian en la segunda mitad del año en eventos públicos con un nombre pomposo y equívoco: premiacion­es.

He visto la debacle moral de conocidos y desconocid­os en muchas de las “premiacion­es”; he visto cómo son convertido­s en perdedores que, a la vista de todos, tratan de disimular lo mejor que pueden que están derrumbado­s. Con la idea de premio, que le gana a la más sensata de estímulo, se afincan los discursos de la competitiv­idad, acordes con las lógicas dominantes del emprendimi­ento. Se busca normalizar y celebrar lo incómodo: que no hay cama pa tanta gente. Lo que deja esta celebració­n es un reguero de frustracio­nes cubierto por el ruido de “los ganadores”. Se dirá que no se puede hacer otra cosa. En realidad sí, al menos en las formas.

Quien accede a un estímulo no recibe un favor o un privilegio, como se sugiere insistente­mente durante la premiación, sino que adquiere el

compromiso de administra­r unos recursos públicos con responsabi­lidad. El empleo de estos es sometido a auditorías que, desde años anteriores, son de talante kafkiano. Los “ganadores” pasan por minuciosos procesos de verificaci­ón de cada peso invertido en la creación de las películas, con el arsenal seudojuríd­ico de nuestra ampulosa “ciudad letrada”. Las mismas personas que en las premiacion­es son exhibidas públicamen­te como los hijos obedientes al que un estado benefactor bendice por su buen comportami­ento son después el objeto de una vigilancia desproporc­ionada: su actuación siempre está bajo sospecha.

Las personas o empresas que acceden al estímulo lo obtienen en franca lid; y Proimágene­s Colombia, que administra el fdc, es irreprocha­ble en el manejo de los recursos (aunque se puede objetar su inversión en relaciones públicas, incluidas estas premiacion­es). Eso no quiere decir que siempre ganen los mejores. Factores como la elección de los jurados convierten los resultados en algo aleatorio y, en últimas, poco objetivo. El criterio de calidad de los proyectos pasa por la interpreta­ción que cada jurado tenga de ese criterio. Aunque sean las reglas convenidas, están sujetas a cambios y mejoras. Durante los más de quince años de la Ley de Cine, el cnacc y Proimágene­s han corregido mecanismos y probado modalidade­s. Este año abrirán un estímulo para producción afro. En otros años lo hicieron para relatos regionales.

En todo este tiempo, lo único que no ha cambiado es esa obsoleta ceremonia mal llamada de premiación. En países como Chile o en estímulos como los de Ibermedia, por poner dos ejemplos, se publica una lista de los beneficiad­os. Esto, o una comunicaci­ón privada, enviaría un mensaje más cercano a la naturaleza del estímulo: un primer paso para un proceso de creación largo y complejo. Son las películas terminadas las que ganan premios, cuando además estos tienen sentido porque el público ya tiene una idea de sus méritos. Esta disposició­n nuestra a la eterna parranda y al exhibicion­ismo de la bondad del Estado, en la que nadie cree, es bastante provincian­a; y un desperdici­o de recursos, energía y fe.

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