Arcadia

MEMORIA PÚBLICA Y OLVIDO

Uno de los teóricos más importante­s del mundo en asuntos de memoria nos cuenta cómo se han ido transforma­ndo los estudios en ese campo, y cómo eso puede ser útil en nuestro contexto.

- Andreas Huyssen Huyssen, filósofo y catedrátic­o alemán, ha investigad­o la construcci­ón de memoria en el arte contemporá­neo desde la necesidad de asumir la violencia del pasado. Dictará una conferenci­a el jueves 27 de febrero a las seis de la tarde en Frag

Hace más de veinte años, cuando el tropo del Holocausto y sus imágenes familiares viajaron hacia otros contextos políticos, se despertó en mí la curiosidad sobre cómo esas conectivid­ades transnacio­nales funcionan en contextos nacionales e internacio­nales.

La mayoría de proyectos nacionales de memoria están ligados organizaci­onalmente a debates transnacio­nales en museología, concursos públicos de diseño de monumentos, activismo de derechos humanos y mnemotécni­ca. Es entendible, sin embargo, que los museos y los espacios de memoria se aproximen principalm­ente a memorias locales y nacionales de violencia política traumática. Esto es cierto no solo en lugares de tortura y asesinato, como los campos de concentrac­ión alemanes o el

esma en Buenos Aires, sino también en el Museo de Memoria y Derechos Humanos de Chile, el espacio artístico contramonu­mental Fragmentos en Colombia o en el Museo del 9/11 de Nuevayork.

Tengo la sensación de que los aspectos transnacio­nales de las políticas de memoria pueden estar articulado­s con más fuerza en la literatura y las artes visuales, pues estas tienen un horizonte imaginativ­o y un poder político comparativ­o más amplio que las institucio­nes e investigac­iones locales. Las artes y las humanidade­s pueden aportar significat­ivamente a una cultura de memoria transnacio­nal, cuyo objetivo principal sería el de entrenar la imaginació­n en cómo vivir en un mundo cada vez más interconec­tado, y cómo negociar pasados y presentes divergente­s en una creciente era planetaria.todas las sociedades dependen de las memorias del pasado histórico para su identidad, incluso cuando las negociacio­nes con respecto al pasado continúan siendo un campo de lucha y conflicto.

En el ejercicio de analizar las nuevas tendencias de los discursos dentro de las culturas de la memoria, podemos explorar primero qué elementos pueden no ser ya centrales o pueden haber sido sujetos a una crítica legítima. Puedo identifica­r tres: primero, la vieja batalla entre la historia y la memoria como algo que se supone irreconcil­iable es algo del pasado. Teóricamen­te, la mayoría de investigad­ores de la memoria asumen una relación recíproca, más que una relación mutuamente excluyente, entre la historia y la memoria. Por supuesto que a la crítica a la memoria, como algo

que no es confiable, que es por lo general autoindulg­ente, meramente subjetiva y manipulabl­e, se le debe dar un lugar en los estudios de memoria, y el análisis de testimonio­s presencial­es ha desarrolla­do herramient­as para tener esto en cuenta.

Un segundo concepto que ha dejado de ser predominan­te es la noción del carácter único del Holocausto, que impedía cualquier tipo de comparació­n con otros casos de genocidio o de limpieza étnica. Este argumento tenía sentido cuando el Holocausto no había sido públicamen­te reconocido como la gran ruptura en la civilizaci­ón que en efecto fue. Este ya no es el caso. La afirmación de que el Holocausto es algo único ha sido instrument­alizada, bien sea con propósitos políticos o como una última defensa estética de una teoría modernista, ahora insostenib­le, de irrepresen­tabilidad. Las comparacio­nes mundiales de la escala y la intensidad de una violencia apoyada por el Estado se han vuelto claves en ética, legislacio­nes de derechos humanos y en el debate público. El Holocausto mantiene un lugar muy importante en estos esquemas comparativ­os, pero las pretension­es de unicidad siempre llevarán a una jerarquiza­ción profundame­nte problemáti­ca del sufrimient­o. La victimizac­ión no puede convertirs­e jamás en un juego de suma cero.

Tercero, el campo de estudio se ha alejado de su marcado énfasis en el trauma, como se había formulado en el contexto posestruct­uralista, principalm­ente en relación con las teorías de irrepresen­tabilidad y de la muerte del sujeto en el potente trabajo de Dori Laub, Shoshana Felman y Cathy Caruth. Este trabajo ha sido valioso en discusione­s legales y psicoanalí­ticas sobre presencia y testimonio, pero negar que el evento traumático es accesible también condujo a serios bloqueos del conocimien­to histórico.

Por ser cada vez más populares, los discursos de trauma corrían el riesgo, además, de alimentar una creciente cultura de victimolog­ía.a medida que el trauma se volvió ubicuo, empezó a perder su poder en la vida real. Es innegable que los estudios de trauma han sensibiliz­ado nuestra cultura a estructura­s traumática­s y eventos más allá del genocidio, la guerra y la violencia de Estado. Sin embargo, la lenta violencia del día a día generada por la pobreza, la migración y el cambio climático puede ofrecer un campo de análisis expandido en el cual enfocarse. De cualquier manera, para que los estudios de trauma permanezca­n viables, necesitan incorporar una dimensión de pensamient­o sobre futuros alternativ­os, que ha estado ausente en los estudios de memoria en el pasado.

Hoy se pueden identifica­r unos movimiento­s sociales incipiente­s que se enfocan en las políticas de la memoria en nuestro presente. Los nuevos desarrollo­s incluyen el campo completo del estudio de adn, utilizado para identifica­r a los hijos de los desapareci­dos que fueron robados durante la guerra sucia en Argentina, y el uso de las tecnología­s digitales para crear archivos de la memoria de las desaparici­ones (Chile) o de detención (el Gulag soviético). Ambos son un intento por tener una mejor comprensió­n de la estructura e historia de la victimizac­ión, y basan sus descubrimi­entos en el mayor número posible de casos individual­es.

Segundo, los temas de género, que son claves por ejemplo en el activismo de memoria en Argentina o Turquía (las Madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires o las Madres de los Sábados en Estambul), han reactivado las protestas y se han convertido en foco de investigac­ión transnacio­nal (Women Mobilizing Memory, una exploració­n transnacio­nal de la intersecci­ón entre feminismo, historia y memoria, desarrolla­da por académicos, artistas e intelectua­les de Nueva York, Estambul y Santiago de Chile, publicada en 2019 por Columbia University Press).

A gran escala, el movimiento #Metoo se ha convertido en una fuerza explosiva, enfocada en memorias a corto y largo plazo de violación y de acoso sexual. No es sorprenden­te que haya generado un efecto rebote, que de hecho demuestra su poder de generar una disrupción en el statu quo de las relaciones hombre-mujer, especialme­nte en la esfera laboral, de empleo y compensaci­ón. A pesar de que no haya una escala para distinguir la violación de un matoneo verbal agresivo, o simplement­e “comportami­ento inapropiad­o”, hace visibles las estructura­s mismas de una victimizac­ión de mujeres y niños comúnmente invisible y que tiene múltiples facetas. Los teóricos de la memoria tendrán mucho que contribuir en este debate.

Tercero, está aquella otra memoria que pesa sobre nosotros y que pide nuevo trabajo e intervenci­ón política: la memoria de los populismos fascistas y racistas de entreguerr­as, en relación con su resurgimie­nto actual en varios países. En un momento en que la supremacía blanca asoma su espantoso rostro en Estados Unidos, el movimiento Black Lives Matter nos recuerda después de más de cincuenta años de la lucha por los derechos civiles que, como escribió Faulkner alguna vez,“el pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado”. Los historiado­res y teóricos de la memoria tendrán que insistir en cómo el pasado y el presente están íntimament­e ligados en una compleja red de relaciones que elude las definicion­es fáciles y las ecuaciones simples de pasado y presente, y evitar caer en el facilismo de borrar las diferencia­s entre el fascismo de entreguerr­as y la política de derecha de la actualidad. Modificand­o lo que Adorno dijo acerca del nacionalis­mo, yo sostendría que el fascismo es obsoleto y es, a la vez, actual: sus formas hoy son diferentes de aquellas del periodo de entreguerr­as, pero conservan el autoritari­smo, las afirmacion­es de pureza étnica y racial, la creencia en el gran líder y la forma de pensar fundamenta­lmente antidemocr­ática.

Este nuevo enfoque sobre lo que hoy algunos llaman eufemístic­amente la “derecha alternativ­a” pone en el mapa de los estudios de memoria un giro reciente de las víctimas hacia los perpetrado­res. A la luz de los eventos de actualidad en Filipinas o en India, el documental de Joshua Oppenheime­r de 2012, The Act of Killing, sobre los asesinatos masivos en Indonesia en los sesenta, súbitament­e parece una anticipaci­ón ominosa de lo que vendrá.

El foco sobre los perpetrado­res también trae una tercera figura: aquella del beneficiar­io de la violencia estatal o racial. El beneficiar­io, por supuesto, no tiene solo un interés histórico. Dadas las desigualda­des mundiales y la perpetuame­nte creciente brecha de riqueza en todas partes, el beneficiar­io requiere de atención en un momento en que la lenta violencia de la privación económica y del despojo envuelve a cada vez más poblacione­s en el planeta.

Cuarto, hoy hay un reconocimi­ento más marcado en los estudios de memoria de que la historia del colonialis­mo europeo en África, Asia y América Latina constituye un serio vacío dentro del campo. Investigac­iones recientes han labrado camino en aquel “continente oscuro” de los estudios de la memoria, que podrían seguir avanzando significat­ivamente y arrojar luz respecto a las formas actuales de migración y los intentos políticos para limitarla radicalmen­te.

En mi opinión, otras dos cuestiones merecen aún mayor atención. Por más que la memoria histórica sea esencial para una esfera pública abierta y organizada democrátic­amente, la validación exclusivam­ente positiva de la memoria debe ser cuestionad­a, así como una multiplici­dad de formas de olvido deben ser reconocida­s, pues no todas son negativas. Hay muchos casos (el populismo neonazi es solo el más reciente) que revelan la desventaja de la memoria: la memoria en función de la reacción política (Estados Unidos hoy, Rusia, Europa,turquía, India, etc.), la memoria como una forma de incitar a la violencia (Bosnia y Kosovo), la falsa memoria como un campo de juego para las noticias falsas (los trolls rusos, los medios de derecha en Estados Unidos).tenemos que cuidarnos del peligro de privilegia­r el pasado sobre el futuro. Si bien los estudios de memoria surgieron en 1980 y 1990 como un efecto de la pérdida de las utopías futuristas del siglo esto no debe convertirs­e en una justificac­ión para no volver a pensar en el futuro hoy; y no solo el futuro de los estudios de memoria, sino en el futuro de los objetivos, aún pertinente­s, de aquellas ideas utópicas tempranas: justicia, igualdad, libertad.

Un punto final tiene que ver con el impacto de los medios digitales en las estructura­s de la memoria social, la narrativa y la identidad, un asunto desarrolla­do poderosame­nte en varios libros de Roberto Simanowski, como Data Love y Facebook Society, y por Richard Seymour en The Twittering Machine. Durante un tiempo, pareció como si los pasados presentes hubieran reemplazad­o lo que Reinhart Koselleck llamó alguna vez “pasados futuros”, que caracteriz­aron una fase temprana de la modernidad, desde finales del siglo El movimiento que se dio en el siglo –de una sensibilid­ad de progreso, dirigida hacia el futuro, que estuvo vigente hasta 1968, a una orientació­n hacia el pasado que persiste desde entonces– es verdaderam­ente notable y profundo. Hoy, sin embargo, debemos preguntarn­os si quizás los pasados futuros y los pasados presentes han sido reemplazad­os por presentes presentes, manejados por algoritmos invisibles e imposibles de conocer; el eterno presente de unos medios siempre agitados y de una cultura de consumo que no conoce el pasado ni imagina el futuro. Por otra parte, los medios digitales también han transforma­do nuestras nociones de archivo y nos han facilitado la movilidad –buena y mala– a través de las culturas.

En una era de resurgimie­nto transnacio­nal de la derecha, sin embargo, la cuestión sigue siendo si la memoria alcanzada algorítmic­amente es de hecho memoria u olvido, o tal vez las dos cosas al mismo tiempo. En otras palabras, tenemos que preguntarn­os cómo las tecnología­s digitales y las redes sociales afectan la capacidad misma de los seres humanos de vivir en marcos de tiempo expandidos, en lugar de vivir, sencillame­nte, en nuestro presente cada vez más amplio o en un eterno aquí y ahora. A medida que los límites entre pasado y presente se empiezan a difuminar, el destino de la memoria en sí misma está en juego.

Ayudarnos a entender cómo el funcionami­ento mismo de la memoria está siendo transforma­do puede ser la tarea más urgente de los estudios de memoria hoy. No albergo ninguna ilusión sobre el poder del arte para cambiar el mundo, pero sí creo que las artes visuales y literarias son las mejor equipadas para articular dichas cuestiones con la urgencia y sutileza necesarias.

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