Arcadia

La victoria de los bots

Un experto cuenta cómo funcionan las estrategia­s de desinforma­ción y manipulaci­ón en redes sociales, como la que salió a la luz con el reciente episodio de la bodeguita uribista.

- Camilo Fajardo Fajardo es filósofo. Fue director digital en VICE Colombia y desde hace diez años trabaja en estrategia­s de contenidos digitales.

Cuando se manipula una tendencia en Twitter se suelen hacer análisis y evaluacion­es que funcionan, al final del día, como una denuncia. Lo primero que se evalúa es la ruta de la propagació­n de los rumores o las afirmacion­es promovidas. Se sigue con la intención o la automatiza­ción de los interlocut­ores involucrad­os, sus dinámicas de grupo y las caracterís­ticas técnicas de toda la operación. En algunos casos, hay espacio para especular sobre la finalidad del engaño y su cercanía a uno o más extremos en los que se divide cualquier sociedad polarizada. De cualquier forma, lo que siempre hay es un reclamo a la confianza depositada en el canal. Es decir, en Twitter.

La idea que sustenta este formato de análisis y juicio parece ser que las tendencias manipulada­s son episodios no regulariza­dos de conversaci­ón; o dicho de otra manera, cursos excepciona­les y no corregidos que tomaron el intercambi­o de posiciones en un canal de microblogg­ing (como Twitter).

Pareciéram­os aceptar al unísono que si hemos caído en eventos de desinforma­ción por ese tipo de prácticas fue por negligente­s y poco rigurosos a la hora de escoger, alimentar y mantener el auditorio en el que terminamos participan­do. Eso puede ser verdad. Sin embargo, los eventos de desinforma­ción a partir de tendencias sesgadas y desviadas se han hecho frecuentes y han pasado de episodios de matoneo a espacios abrumadore­s, que le dejan poco a la razón y en los que incluso la celebració­n del pánico encuentra un lugar.

Más allá de poner a prueba nuestra exigencia para que se juzgue la informació­n, lo que la manipulaci­ón en Twitter está retando es nuestra misma capacidad de hacerlo.

SEEDING Y BOTS

Una tendencia manipulada es, por principio, algo impostado. Esto hace que su caracterís­tica más visible, aunque no exclusiva ni suficiente, sea que los mensajes que la posicionan sean reiterativ­os. La alternanci­a y espontanei­dad de los tuits nunca es un atributo visible en estos casos.

Se trata de una caracterís­tica que deriva de la lógica del algoritmo, que jerarquiza lo que es tendencia y lo que no.aunque dicho algoritmo nunca ha sido explicado del todo, desde 2015 sabemos que no opera en función de una cantidad de menciones de un término clave: su enfoque está en si hay una progresión continua en su aumento (ramp up), lo abrupta que sea la variación (mean shift) y el sostenimie­nto en el tiempo (pulse).

Las agencias de publicidad y relaciones públicas conocen esta realidad, y es por eso que, jugando a veces en el borde de lo admisible, han desarrolla­do prácticas de seeding o herramient­as para detonar conversaci­ones. En su investigac­ión “El mundo secreto de los bots y los trolls”, Pablo Fernández, de chequeado.com, las define como una siembra, es decir, una acción dirigida a “plantar” el contenido del cliente en la conversaci­ón orgánica que sucede en las redes.

Para esto se deben coordinar usuarios regulares, líderes de opinión, celebridad­es, marcas y hasta medios de comunicaci­ón.todos deben actuar como líderes o replicador­es, de manera que su interacció­n cree una red de afinidad en la que caigan simpatizan­tes y en la que varios términos clave puedan insertarse entre recomendac­iones y opiniones. Con suerte, interaccio­nes y muchos tuits habrá una conversaci­ón que el algoritmo de Twitter pontificar­á.

Pero las agendas políticas y debates públicos exigen mayor rapidez y usualmente carecen de escrúpulos. El objetivo es conseguir técnicamen­te la tendencia para imponer la conversaci­ón en la plataforma e impactar con ello a la opinión pública. Para lograrlo se descarta la autenticid­ad que pueden tener las estrategia­s de siembra y se incluye o trabaja únicamente con un tipo de actores: los bots, cuentas automatiza­das que, en su versión más económica y usada, comparten informació­n que extraen o concatenan de una base de datos. Esto es posible por las reglas y especifica­ciones de código que ofrece Twitter para que los desarrolla­dores puedan, precisamen­te, automatiza­r la administra­ción de cuentas y su contenido.

¿Qué hacer frente a esta amenaza? Repasemos las maniobras y contramani­obras más usadas y predecible­s.

CAZAR LO AUTOMATIZA­BLE

Como el trabajo de un bot puede discrimina­rse a partir de la uniformida­d de sus publicacio­nes, cabe hacerse la pregunta de si basta o no denunciar cada caso para que Twitter pase a dar de baja su operación.y aunque es posible, en la práctica es un recurso poco eficiente, ya que por cada bot denunciado pueden crearse otros mil de un solo tirón. Este es, en efecto, el número de cuentas que ofrece un servicio como buyaccs.com, por costos que van hasta los tresciento­s dólares.

En ese sentido, vale la pena recordar que Andrés Sepúlveda, el hacker colombiano condenado por espionaje y delitos informátic­os, le dijo a Bloomberg que para su trabajo en las presidenci­ales mexicanas de 2012 llegó a disponer de treinta mil cuentas automatiza­das.

Existen las granjas de bots, y estas hacen que los mecanismos de denuncia sean no solo poco efectivos, sino también tardíos: después de que el bloque de bots esté activado y la tendencia esté sembrada, denunciar es solo un guiño; un trámite ineficient­e.

DISCRIMINA­R LO ORGÁNICO Y LO SIMULADO

Cuando se analizan tendencias, se usan mapas de red o diagramas nodo-enlace, que son modelos que retratan las conversaci­ones como constelaci­ones. Las orgánicas se muestran como entramados extensos de nodos. Estos representa­n los usuarios más mencionado­s o los términos más usados. Sus interconex­iones tienen lugar porque la conversaci­ón se da desde distintos ángulos de aproximaci­ón, enfoques o temas asociados. Entre más ángulos, enfoques o temas haya, se mencionará­n más usuarios, se repetirán más términos clave, y todo esto se traducirá en nodos más grandes, mayores líneas entre estos y, en general, más interconex­ión.

En esas mismas tendencias así representa­das, las conversaci­ones que generan los bots se muestran como aisladas y, a veces, cerradas. Se separan de las orgánicas, porque sus interlocut­ores, además de lanzar y recibir mensajes reiterativ­os, replican o republican a los mismos usuarios (otros bots o líderes que están en la misma esquina de quien pagó la operación). Puede que terminen dibujándos­e como entramados densos de nodos e

interconex­iones, pero nunca como una conversaci­ón realmente insertada o articulada con una conversaci­ón orgánica. Así las cosas, en las tendencias manipulada­s actualment­e hay separacion­es o grietas que discrimina­n usuarios con intención y voluntad de aquellos que no las tienen.

Se puede pensar que esta arquitectu­ra podría ser usada para desmantela­r una granja entera. Para eso, bastaría usar las mismas herramient­as que generan los gráficos nodo-enlace, individual­izar cuentas y remitir las automatiza­das a Twitter.

El primer problema, sin embargo, es que las granjas de bots están evoluciona­ndo y han empezado a integrar actores, no solo que sigan reglas, sino que “autoaprend­an”. Suena especulati­vo, pero es tan real como la industria de los chatbox, que está cambiando el negocio del servicio al cliente. En tal caso, cada bot estaría diseñado para alimentar sus tuits de una base de datos de respuestas reales u orgánicas, y calificar cuáles son más usadas o más naturales. Sus “conversaci­ones” tenderán cada vez más a dibujar nodos abiertos y nutridos. Es decir, a parecer reales.

Está también la opción de rodear el trabajo de los bots básicos que funcionan por reglas para que su trabajo –esto es, la “conversaci­ón” en tendencias– luzca más real. Para esto se usan rumores o alertas que tocan las emociones básicas (el miedo funciona bien), tuits orgánicos que agregan verosimili­tud al rumor asociándol­o a testimonio­s o situacione­s excepciona­les (pero posibles) y bots que repiten, a un volumen discreto, lo esencial de aquellos mensajes orgánicos.

Las audiencias conducidas de esa manera a estados de alerta generan conversaci­ones, de nuevo, con nodos abiertos y nutridos.andrés Sepúlveda contó que había hackeado así a la opinión pública mexicana cuando corrió el rumor de que, mientras más subiera López Obrador en las encuestas, más caería el peso. Esta siembra de pánico tuvo lugar hace ocho años, por lo que mucho habrá evoluciona­do el mecanismo desde entonces.

ATACAR LA NATALIDAD DE LO AUTOMATIZA­DO

Todo lo anterior llevaría a una nueva iniciativa, esta vez dirigida a que Twitter restrinja la automatiza­ción de contenidos. En ese caso, como lo señala la plataforma, el costo sería social. La automatiza­ción está pensada para redes de informació­n pública y servicios ciudadanos: informació­n en tiempo real sobre la calidad del aire o alertas de sismología, por ejemplo. Incluso hay servicios que crean y diversific­an el conocimien­to colectivo como @ Nyt_first_said o @Nyt_said_where. La primera cuenta comparte los términos y conceptos que acuñan los periodista­s de The New York Times, y la segunda responde enlazando al contenido en que estos nuevos conceptos tienen lugar y encuentran su contexto. Los usos de la automatiza­ción pueden llegar a ser meritorios y, como parece sugerir Twitter en sus reglas de automatiza­ción, la idea es que los desarrolla­dores se asuman como responsabl­es, en última instancia, de las acciones generadas por las cuentas que crean.

PELEARNOS CON EL ANONIMATO

Queda por evaluar nuestra capacidad de llamar a juicio a los desarrolla­dores que se prestan para todo este juego. Y lo primero que tenemos que admitir es que la idea de llegar a ellos en flagrancia es cándida e inverosími­l. Cualquier siembra, así como la instalació­n de la granja, puede hacerse con una red vpn, que hará dos cosas: cifrar la actividad (generando una red segura) y ubicar virtualmen­te al desarrolla­dor responsabl­e en otro país. Este, además, tiene la opción de usar un navegador Tor, de modo que la informació­n se empaquete por capas y corra cifrada por un camino aleatorio de nodos que pueden leer solo una capa con su propia clave. En el caso remoto de que este camino se intercepta­ra, solo quedaría visible una capa. Avanzar para llegar al mensaje final sería más que dispendios­o.

En la medida en que la manipulaci­ón de tendencias genera procesos de polarizaci­ón o pánico, podríamos pensar que vale la pena entonces cuestionar el anonimato. En ese caso, estaríamos cuestionan­do la llamada neutralida­d de la red y el costo sería, de nuevo, social. Si asumiéramo­s que debe vigilarse y tratar la informació­n que circula en la red, estaríamos pisando una pendiente resbaladiz­a que empieza con la discrimina­ción de quienes generan bots, sigue con los dueños de algunas ideas y con quienes desarrolla­n una iniciativa de negocio disruptiva, hasta caer en un modelo intervenci­onista y retardatar­io.

SALVAR Y REPENSAR LA INFORMACIÓ­N

Los esfuerzos dirigidos a manipular una tendencia en Twitter son forzosos de desmantela­r en su faceta técnica. Esta realidad no tiende a cambiar ni hay mucho qué hacer. Entonces, ¿sobre qué debemos empezar a conversar?

Está bien mantenerno­s en el examen del uso del canal: la posibilida­d del engaño, sus dinámicas o las intencione­s de quienes eligen manipular la opinión pública de esta forma. Pero necesitamo­s revisar crítica y activament­e, al menos, dos aristas asociadas a la realidad latente de la manipulaci­ón. Lo primero, que se vio al evaluar el impacto de las redes en las protestas de noviembre de 2019 en Colombia, como lo destacó Carolina Botero, de la Fundación Karisma, son los mecanismos y criterios con que las redaccione­s se nutren del tiempo real que aportan las redes, y con ellos llegan, a veces como su única alternativ­a, a las comunidade­s apartadas o desconecta­das (es el caso de la radio, por ejemplo). La manipulaci­ón afecta principalm­ente a quienes están excluidos de la hiperconec­tividad y depositan su criterio de consumo de informació­n en los pocos medios a los que tienen acceso.

En segundo lugar está la necesidad de revisar qué tanto la simulación de conversaci­ones orgánicas amenaza nuestra capacidad de atribuir las etiquetas de validez, objetivida­d e informació­n. En parte, nos estamos topando con un espacio en que se diluye el modelo válido de comunicaci­ón o se pervierte la retórica de la verdad. ¿Y acaso es eso algo menor? Siempre vimos fábulas y narracione­s distópicas en las que lo técnico coloniza o le quita un pedazo a lo humano, haciendo que este se confronte con su creación.y eso, ahora, viene siendo verdad.

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