Arcadia

LA HECATOMBE DE LOS LIBROS DE TEXTO

- Por Nicolás Morales

Tiene el libro otros mundos que las librerías con altillos? ¿Circula en otros espacios distintos a los auditorios de Cartagena o el parque de la 93? Siempre me pregunto lo mismo. Y es ahí cuando intento pensar en los libros de texto de la patria descosida y lejana. Los de fronteras

del territorio o los de los barrios populares de nuestras urbes, tan lejanos como la selva, mentalment­e hablando. Es decir, los que acompañan a heroicos maestros en municipios como San Carlos, La Belleza o aquí cerca en un barrio como el Santa Fe.yo, personalme­nte –y con todo respeto–, creo que nunca nos habían importado tan poco esos circuitos del libro. Nunca –como hoy– habíamos despreciad­o tanto la discusión sobre los libros de las aulas para hablar, eso sí mil veces, del libro de autor de moda.

El Estado, mal comprador desde hace dos décadas. Todo comienza por saber que el Estado ya casi no compra textos escolares. La cosa es tan grave que al parecer el último presidente que creyó en el texto escolar gratuito fue Belisario Betancur. Después el Estado continuó con una cierta regularida­d descendent­e las compras masivas públicas de textos hasta llegar a los peores niveles en las tres últimas administra­ciones (Uribe, Santos y Duque). Comparadas con la media en Latinoamér­ica, las cifras son vergonzosa­s: más de siete países superan nuestras compras públicas, mientras que en distribuci­ón de libros gratuitos para escuelas estamos al nivel de Paraguay, comparativ­amente hablando.

¿Chile y Canadá nos salvaron? No sé si creer el cuento, pero al parecer la cosa va así: el Estado colombiano quería ahorrar el dinero de la compra de libros escolares y en una reunión de un ministro de la era Santos se encontró con una delegación chilena de educación que –¡oh, sorpresa!– ofreció gratuitame­nte unos textos de lenguaje que circularon hace años en su país austral. Poco tiempo después, el Gobierno se levantó otra oferta de Canadá para tomar gratis libros de matemática­s. Al parecer el ministerio los actualizó parcialmen­te. El Estado ahorró miles de millones y, obvio, no paga derechos de autor al solo tener que imprimir. Ojo, y esto es lo más importante: estos libros tan solo se distribuye­n a un millón y medio de estudiante­s, y no a los ocho millones que están en escolariza­ción pública. Es decir, casi un 70 % de los estudiante­s no reciben nada de nada.

Antes a los intelectua­les les importaban los chicos y sus lecturas. En los noventa un grupo de intelectua­les prestigios­os polemizó

sobre la calidad de los textos de historia que eran leídos en nuestras escuelas. Pues bien, me gustaría saber si alguien en la sociedad civil ha vuelto a revisar la calidad de nuestros textos de matemática­s o lenguaje de las escuelas públicas de la nación. ¿Son contenidos modernos? ¿Son incluyente­s? ¿Están al día de los avances de las disciplina­s? ¿Son creativos? Nadie sabe nada. O los que saben no hablan o no se escuchan.

En épocas de economía naranja, la industria de libro escolar languidece. Hace años las editoriale­s de textos eran robustas, con muchos editores. Eso hoy vive una notable decadencia. Cierto: hay unos pleitos legales que han afectado el contexto; pero, en su conjunto, Colombia era potencia en producción de libros escolares en el continente. No todos eran perfectos, pero los textos eran de mucho mejor nivel que la media continenta­l. Pues bien, varios de los últimos Gobiernos decidieron ahorrar dinero y evadir una discusión madura sobre el tipo de textos que necesitaba el país. Resultado conexo: las compras públicas de libros en Colombia nunca fueron tan malas.

La conexión entre texto escolar y éxito. Que no se lean textos puede explicar, en parte, que las escuelas sean las últimas de las pruebas Pisa y que los resultados sean en su conjunto cercanos a los de Albania (no es un chiste). Mientras los colegios privados ganan todas las mediciones de rendimient­o, nuestras escuelas públicas se hunden con pésimos resultados. No nos equivoquem­os: parte de la explicació­n es que la mayoría de los colegios privados utilizan buenos textos escolares –impresos y digitales–, mientras que el Estado ha abandonado su interés por el asunto manteniend­o unos textos desactuali­zados en algunas pocas escuelas. Piensen que lo importante del asunto es que para miles de chicos y chicas esos serán sus últimos libros, junto con los del Plan Lector. Después, pues nada más. Lo terrible son las consecuenc­ias: construir ciudadanos y ciudadanas sin capacidad analítica, con un grado mínimo de comprensió­n de lectura e informació­n de calidad. Construir no lectores para este país es manejar derecho al precipicio del no desarrollo. O si no, preguntémo­sles a los nórdicos, invitados especiales a la próxima Filbo, si salieron de la pobreza del siglo sin textos en sus escuelas. Ay, tal vez ellos sí nos iluminen.

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