Kirvin Larios, lo desconocido
Más que promesa, una certeza del panorama literario de la costa caribe. Reflexivo y reservado, en él se esconde la cotidianidad de lo ignoto.
Aunque vivimos en la misma ciudad, y solemos coincidir en distintos eventos y encuentros culturales, Kirvin Larios y yo no somos amigos. Nuestra interacción se limita a una breve entrevista que le acabo de hacer, y a otra ocasión en la que ayudé a subirlo en un taxi, después de que se hubiera pasado de tragos tras el lanzamiento de un libro. Estoy seguro de que de esto último no se acuerda. Esa distancia probablemente me haga el indicado para hablar de él, ya que podría constituirse en una garantía de objetividad. Especialmente necesaria cuando los más estimados criterios locales lo consideran una de las promesas de la literatura regional, y una voz que ha sabido hacerse un lugar en el panorama, pese a su edad y desde la periferia.
Kirvin Larios nació en Barranquilla a comienzos de 1993. Realizó estudios de Artes Plásticas en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, pero los abandonó poco después de ganar el Concurso Nacional Metropolitano de Poesía en 2012, cuando tenía diecinueve años. En 2014 ganó el mismo premio en la categoría de cuento. Luego, en 2018, fue uno de los ganadores del Portafolio Distrital de Estímulos, el cual le permitió publicar su primer libro, Por eso yo me quedo en mi casa, con la editorial Destiempo. También se ha desempeñado como periodista cultural en diversas publicaciones, tanto en el ámbito nacional como local.
El título de su libro resulta una auténtica paradoja. No solo porque coincide con la invitación que continuamente hemos recibido durante el aislamiento obligatorio; también porque, en estos momentos, Larios es uno de los miles de barranquilleros que ha vivido en carne propia los efectos del nuevo coronavirus. Me pregunto qué estará pasando por su cabeza al notar que el mundo se encuentra trastornado de un modo que aún nos resulta inconcebible, especialmente cuando sus relatos están gobernados por una cotidianidad que, aunque se ve amenazada, jamás se altera. Puede que, desde su visión del mundo, esta situación, que tiene todos los tintes de una debacle, no sea más que otra perturbación momentánea, un signo de interrogación que se abre y se cierra en el transcurso de nuestro relato colectivo, sin dejarnos algo más que una sensación incómoda.
Hago esta especulación basándome estrictamente en lo que he leído de su trabajo. Sé que dejó la universidad para encerrarse en su casa a leer y escribir. Cuando le pregunté por sus motivaciones, sus razones no solo me parecen comprensibles; también muy lógicas: “Justo en el momento en que me di cuenta de que la literatura era lo que realmente me interesaba, y que empecé a concebir las artes plásticas como otro mecanismo para acercarme a ella,tuvolugarlacrisisqueactualmenteexperimenta la escuela de Bellas Artes. La suspensión de clases y la falta de recursos de trabajo solo me convencieron de que allí estaba perdiendo el tiempo”. Sospecho que lo que Kirvin buscaba iba mucho más allá de un deseo de invertir mejor sus energías, ya que, cuando le pregunto si cree que ha valido la pena, me responde despreocupadamente que no lo sabe, y probablemente tampoco interesa.
No es difícil catalogar a Larios como un tipo extraño a primera vista. Su adolescencia imperturbable se combina con un físico andrógino, que le gusta volver más ambiguo cuando se cuelga una enorme candonga de una de sus orejas, llamando la atención de una manera inversamente proporcional a su personalidad. Es callado, y paradójicamente se esfuerza por pasar desapercibido. Nada más distante de los personajes que emergen en sus relatos: hombres escandalosos y nada discretos, desesperados por hacerse notar, en una estrategia para disimular el tedio de su rutina. Para él, su interés en este tipo de personajes es una suerte de exploración exterior que lo lleva a conocer también una dimensión de sí mismo: “Son personalidades que me generan inquietud, y al ser también un hombre que fue educado como tal, puedo internarme en su mundo y ponerlos en situaciones incómodas que les sean difíciles de resolver, mostrando la torpeza emocional que los caracteriza y dejándolos expuestos”.
Es curioso que él no comulgue con la idea de que pertenecer a la generación millennial le otorgue un tinte particular a su trabajo, ya que eso equivaldría a concebir el tiempo como una categoría lineal, y desde su punto de vista, este tiene una dirección más compleja. Un punto de vista interesante, por mucho que riña con la sociocrítica de Cros y Goldman, y que se constituye en una seria invitación para seguir leyendo su trabajo.