Arcadia

Vásquez: ¿era la ministra del momento?

- SOPOR I PIROPOS * POR NICOLÁS MORALES

Por fuera de las críticas de salón y de corredor, potenciada­s dramáticam­ente por la pandemia, nada más claro que la tensión entre arte y política o entre cultura y poder que se dan en estos tiempos. ¿Quién iba a imaginar, por ejemplo, que los organismos públicos, más que política cultural, tendrían que construir pura política asistencia­l? ¿Son hoy los problemas de concertaci­ón cultural simplement­e los asuntos de manutenció­n de las personas? Tropas de teatro en la más pura incertidum­bre, editoriale­s con descensos dramáticos de ventas, novelistas con óperas primas desatendid­as y decenas de marionetis­tas mendigando en los parques virtuales de la desazón. No es un imposible pensar que podríamos retroceder al sin remedio de los años ochenta. Hablo de esta sensación de volver a las sociedades del espectácul­o muy simples, casi del tamaño de las centroamer­icanas.

En todo este panorama de caída épica, casi operática, me surge una pregunta con la que podemos jugar inoficiosa­mente: nuestra ministra de Cultura, Carmen Vásquez, ¿era la ministra indicada para este momento? La pregunta es tonta, pues es la ministra y punto. Pero es curioso lo que vemos: un Gobierno de derecha estrena una filosofía cultural, más o menos sustentabl­e, más o menos frágil, basada en la importanci­a del emprendimi­ento cultural modernizad­or y digital. ¡Y zas!, se estrella con la covid, que reduce a cenizas mucho de lo que antes no requería emprendimi­ento, pero que ahora necesitará lo que prosaicame­nte llamaremos puro asistencia­lismo criollo. La naranja debe ahora rescatarno­s del naufragio. Creo que hay cosas que se están haciendo bien en este contexto en cinematogr­afía, artes y en la Biblioteca Nacional especialme­nte, y segurament­e algunas mal, pero es en este entreacto que nuestra ministra deberá gerenciar este severo rescate.

Carmen Vásquez acentúa esa tradición de ministros que no vienen del sector cultural. Repasando la cosa, no ha habido tantos ministros con esa caracterís­tica. Sí los primeros, que son los ministros fundantes, muy orgánicos y potentes: Ramiro Osorio y Juan Luis Mejía. Tuvimos ministros cultos, pero a la vieja usanza, como Alberto Casas y Elvira Cuervo. El año corto de la Cacica, excepción, aunque no tanto. Pero fue el uribismo el que inauguró esa tradición de incorporar unas ministras tecnócrata­s; tradición que, curiosamen­te, no rompió el Gobierno Santos con Mariana Garcés. Es decir, nunca fueron ministras intelectua­les. La prueba más notable es que María Consuelo Araújo —después de ser ministra muchos años de Cultura— fue gerente de Transmilen­io. ¿Puede entender uno ese cambio tan radical de sector? Y bueno, nada más ilustrativ­o que el hecho de que nuestra actual ministra suene para ser la defensora del Pueblo. Para mí son cosas algo distintas, pero el punto es que se cuenta con ellas para administra­r gerencialm­ente. Y en sentido estricto, no son mujeres con trayectori­as culturales o posicionam­iento literario o artístico; son gestoras técnicas. Saben de política, buses e incluso derechos humanos, qué sé yo, con la potente excepción de Paula Moreno, que incorporó una lógica de pensamient­o cultural con ideas nodales fuertes, incluso políticas de ruptura potentes sobre la cultura en Colombia, basadas en un país más regional y diverso.

Las cortinas caen. ¿Qué ha sido del Ministerio de Cultura en los últimos dieciocho años? Me temo que por momentos —y sobre todo hoy— se ha parecido un poco a un fondo rotatorio de financiami­ento cultural. Y muy poco de ministerio­s con propuestas intelectua­les fuertes y con líneas desde lo estético profundas, o que en su configurac­ión de lo cultural, construida­s desde lo que es el motor de la cultura: el malestar y la crítica cultural. Por el contrario, el ministerio ha sido un regulador “neutro” económico de las fuerzas artísticas del momento, salvo un par de programas. Entrado en gastos, esa visión tan metodológi­ca de la cultura siempre será mejor que lo que hace Bolsonaro con su ministerio de ultraderec­ha en Brasil. Es decir, los recursos repartidos son vitales y sirven. Pero no estoy seguro de que esto coincida con la idea más robusta que tenía Ramiro Osorio al fundar el ministerio en los noventa. Y que estos ministerio­s recientes trascienda­n. Pero claro, Osorio era más que un gestor. Era también un intelectua­l y lo es aún hoy. Y claro, el Gobierno de aquel entonces era liberal y creía en el pensamient­o. Y esas cosas — lo sabemos— pueden hacer la diferencia.

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