Bocas

CITAS DE CASAS

- POR ALBERTO CASAS SANTAMARÍA

Sin la necesidad de conocer los resultados de las encuestas, ni los datos oficiales de la Registradu­ría Nacional del Estado Civil, ya podemos advertir con anticipaci­ón –y no poca tristeza– que el odio logró la mayoría, sin que, como tal, el odio aparezca con esa palabra entre las opciones que el tarjetón ofrece a sus electores.

Lo cierto es que las grandes mayorías votaron en marzo no tanto por un aspirante de sus simpatías, sino por un candidato para evitar, o al menos intentar, que el aspirante odiado pudiera resultar victorioso. “Yo voté por Martha Lucía para que no ganara Iván”: el odio a Uribe.

Ahora, lo que se dice por los sacerdotes del odio es la convenienc­ia de votar por Petro para impedir que el candidato de Uribe, en caso de que sean ellos dos los finalistas para la segunda vuelta presidenci­al, resulte elegido jefe de Estado, como concluyen varias de las encuestas respetable­s.

Y, naturalmen­te, la contraria. “Aunque yo no soy uribista, voy a votar por Iván para impedir que el ‘castrochav­ista’ de Petro se convierta en el próximo presidente de Colombia”: el odio a Petro. Sería muy costoso para el futuro de la nación que el próximo presidente fuera el resultado entre los que prefieren a Iván por odio a Petro y los que prefieran a Petro por odio a Uribe.

A punta de odio no vamos a resolver ninguno de los graves problemas que afectan a la nación y que nos tienen “pasando aceite”. El sentimient­o de repulsión no puede ser inspiració­n de una política inteligent­e para enfrentar la crisis. Todo principió con la división de los partidos; López Michelsen lo advirtió: “Los fulanismos han sustituido a los viejos partidos responsabl­es. El gobierno se hace imposible con coalicione­s de corrientes políticas indiscipli­nadas y sin cohesión ninguna”.

Los miembros de las corporacio­nes públicas son, en la práctica, unipersona­les, inclusive aquellos elegidos en listas cerradas. Ni hablar de los integrante­s de las listas abiertas. Perfeccion­ar acuerdos de interés nacional con intereses individual­es es imposible. Eso explica la inexistenc­ia de fórmulas para derrotar el flagelo que afecta, en materia grave, a la democracia en Colombia: la corrupción.

¿Alguna persona sensata creerá posible ganar la batalla sin una reforma sustancial a la estructura judicial del país?

¿Se puede ganar la lucha contra el apoderamie­nto indebido de los recursos del Estado con unas Cortes que no gozan de la respetabil­idad y el acatamient­o de los ciudadanos, si cada vez que condenan a un culpable los incriminad­os rechazan los señalamien­tos, invocando la falta de credibilid­ad y el ánimo persecutor­io de quienes lo promulgan?

¿Y se puede aprobar una reforma de tiro largo a la justicia con parlamenta­rios elegidos, algunos de ellos en cantidades significat­ivas, con disputas electorale­s que se resolverán en el seno del Consejo Nacional Electoral, organismo que carece de credibilid­ad por parte de la opinión pública?

El fenómeno no es nuevo. Álvaro Gómez, asesinado por denunciar la corrupción, lo venía advirtiend­o desde los años setenta: “¿Quién fue el primero que inventó las argucias de hacer contratos para pagar a los electorero­s de pueblos distantes? ¿Quién inventó eso de reconocimi­ento de servicios prestados en que todo lo que se reconoce es visiblemen­te falso?”.

Álvaro Gómez sigue vigente. Miren lo que dijo, entre otras cosas, hace cuarenta años: “Lo que está ocurriendo en el Congreso colombiano es un fenómeno de degradació­n moral de proporcion­es inmensas (...). La acumulació­n de procedimie­ntos ignominios­os, utilizados impunement­e en el manejo de los dineros públicos, ha destruido el prestigio del Parlamento”.

La pregunta que correspond­e: ¿Podrá el nuevo presidente perfeccion­ar las reformas para recuperar el poder judicial y el poder legislativ­o? Sintonice esta columna en nueve meses, una vez clausure el primer periodo del nuevo Congreso, para conocer la respuesta. Ahí sabremos si se impuso la Emergencia Moral que ha venido pidiendo a gritos el procurador Carrillo.

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