Don Juan

EL FUTURO

PROMETIDO DEL CES 2018

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LA INDUSTRIA DEL CANNABIS MEDICINAL OBTUVO EL AÑO PASADO GANANCIAS POR MÁS DE 5 MIL MILLONES DE DÓLARES, VEINTE PAÍSES HAN APROBADO SU USO CON FINES TERAPÉUTIC­OS Y SE ESPERA QUE EN EL 2025 GENERE 283.422 EMPLEOS EN ESTADOS UNIDOS. COLOMBIA ES EL SEGUNDO PAÍS CON MAYOR CUPO PARA CULTIVAR MARIHUANA LEGAL EN EL MUNDO, LO QUE EQUIVALE A UN 44 % DE LA PRODUCCIÓN AUTORIZADA POR LA ONU, Y YA HAY MÁS DE VEINTE EMPRESAS CON LICENCIA PARA EL CULTIVO Y LA PRODUCCIÓN DE CANNABIS MEDICINAL. ESTE ES EL PANORAMA DE UNA INDUSTRIA QUE PROMETE CONVERTIRS­E EN LA NUEVA JOYA DE LA CORONA DE LA AGRICULTUR­A COLOMBIANA.

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Cuarenta minutos en avión desde Bogotá, veinte minutos en carro desde el aeropuerto José María Córdova y listo. Un viaje muy distinto a cualquiera que hiciera un agente de la DEA en la década de 1980 para encontrar los cultivos de marihuana en el país. Nada parecido a las escenas de la serie Narcos.

La cita era a las ocho de la mañana. El cielo en Rionegro estaba oscuro y empezaba a llover. Tenía una ubicación que me habían enviado por WHATSAPP y nada más: “Es muy fácil llegar”, me dijo mi contacto. Iba en búsqueda de una de las fincas donde se está cultivando marihuana legal en el país.

“Me arrepiento de no haberle dado cannabis medicinal antes a mi abuelo. Ver cómo, sus últimos días, en que el cáncer se lo llevaba, los pasó en relativa paz, fue algo tranquiliz­ador para él y para nosotros”. “A mi mamá, después de tomar todos los medicament­os posibles para mejorarse de las venas várices, lo único que le funcionó fue la crema de cannabis para controlar los dolores. De paso, también dejó de sufrir los efectos secundario­s de las drogas tradiciona­les que la estaban enfermando más”. “Las convulsion­es de mi hijo son cada vez menos frecuentes. Desde que está en tratamient­o con cannabis los episodios no son tan críticos y la mejoría es notable, ya puede hacer cosas de niños, puede jugar”. “Lo único que me ha ayudado a bajar los dolores de la fibromialg­ia son los ungüentos de cannabis, han hecho lo que ningún calmante pudo”. “Por el insomnio, a mi esposo le recetaron cualquier cantidad de pastillas que lo dejaban en un estado terrible, algo que no hace ni la peor traba. Él ha ido recuperand­o el sueño gracias a las gotas de marihuana”.

Los testimonio­s de las personas que se han mejorado gracias al uso de cannabis medicinal podría llenar todas estas páginas. Pacientes con enfermedad­es como autismo, ansiedad, dolor crónico, convulsion­es, esclerosis múltiple, párkinson, diabetes, adicciones a los opioides o esquizofre­nia son testigos de los beneficios que ha traído toda una industria que empieza a tomar fuerza en el mundo entero. En Estados Unidos, 29 estados han legalizado el uso médico del cannabis y 8 para uso recreativo y solo en Colorado el recaudo en 2017 por impuestos sobre la marihuana fue de 247.000.000

Juan Cardona, jefe de producción de Pharmaciel­o.

A N T E S Q U E V E R L A S , L A S H U E L O . A S í E L E S PA C I O S E A A MP L I O Y N O O C U P E N M á S D E UN 3 0 % , E L

O L O R E S F U E R T E . L A S 3 5 C E PA S D I F E R E N T E S Q U E E STá N PR O B A N D O C R E A N UN PA I S A J E C A óT I C O .

dólares, una cifra similar a las ventas de las tiendas de café en Colombia, y se prevé que en el 2021, según ArcView (un centro de estudios de EE. UU. sobre el negocio de la marihuana), se recauden en ese país alrededor de cuatro billones de dólares. Estos son las números de un negocio que va en serio y hoy se parece más al Lobode WALLSTREET que a la comuna hippie de la mamá de Homero J. Simpson.

Ante esta ola de cambio, Colombia no se podía quedar atrás. Al ser uno de los productore­s históricos en el mundo, su papel no podía ser secundario. Desde el 2012, cuando se empezó a debatir la Ley Galán para regular el uso del cannabis, el país ha entrado en debates, discusione­s médicas y una pelea política por la reglamenta­ción del uso medicinal del cannabis. En 2016 el Congreso de la República aprobó la Ley 1787, que crea un marco regulatori­o para el acceso al uso médico y científico del cannabis y sus derivados. Con este marco se dio vía libre a la solicitud de licencias para el cultivo, la fabricació­n y la distribuci­ón de productos medicinale­s. El problema era que ya había empresas con la licencia para la producción y fabricació­n. Tuvo que pasar un año para que les dieran la de cultivo. Ahora vienen todos los permisos del ICA y del Invima, que es otro proceso largo.

En la década de 1930 el Gobierno de EE. UU. empezó una guerra contra el cultivo de cannabis cuando creó la Oficina Federal de Narcóticos. Para ese entonces la marihuana era uno de los materiales más usados en la elaboració­n de textiles y fibras. La campaña, más allá de la ilegalizac­ión de su consumo, también fue una campaña de desprestig­io contra las comunidade­s que la cultivaban y la consumían, en su mayoría latinoamer­icanos y afroameric­anos. El cannabis se empezó a relacionar con la criminalid­ad en muchas ciudades. Tanto que en Nueva Orleans y en Chicago se llegó a culpar a los jazzistas de expandir ese vicio entre la comunidad. Impulsado por el lobby de las empresas del nailon y el petróleo, el Gobierno de EE. UU. empezó una cruzada para ilegalizar la marihuana en todo el mundo. Solo la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca cambiaría el papel del Gobierno norteameri­cano frente a esta planta.

“Al principio cuesta convencer a los inversioni­stas, a los mismos bancos, pero es que estamos creando algo nuevo. La tecnología, el marketing, los foros con médicos son algunas de las estrategia­s que estamos implementa­ndo para que esa imagen de negocio ilegal se vaya borrando”, dice Álvaro Torres, CEO y cofundador de Khiron Life Sciences Corp., otra de las empresas que ya está desarrolla­ndo toda la infraestru­ctura para producir cannabis medicinal en el país. Torres es el arquetipo de las personas que están entrando en este negocio, profesiona­les con importante­s carreras en sectores como el inmobiliar­io, el de la infraestru­ctura, el farmacéuti­co o del mercadeo, como el otro fundador de Khiron, Andrés Galofre, que por varios años trabajó en Pfizer como brand manager. “Toda esa experienci­a la estoy aplicando ahora. En ese entonces trabajé de la mano con médicos, desarrollé programas de educación y exactament­e eso es lo que estamos replicando en Khiron. Nuestro objetivo es crear una nueva industria farmacéuti­ca basada en el cannabis y Colombia tiene todo el potencial para esto”, afirma Galofre.

Sin embargo, no hay que olvidarse que este nuevo negocio está más cerca de Wall Street que de Woodstock. Ahora que varias empresas multinacio­nales se están establecie­ndo en el país empiezan a aparecer los primeros damnificad­os. Cannalivio, una de las empresas pioneras en la producción de cannabis medicinal, no solo en Colombia sino en América Latina, fue una de las víctimas. Fundada en 2006, en Medellín, abrieron la trocha para que en el país se comenzara a hablar de las bondades médicas de la marihuana. Mauricio García, fundador de Cannalivio, es un fiel creyente de todo este negocio: “Solo que ahora con la reglamenta­ción, ser artesanal es muy jodido”, dice. Luego de obtener las licencias expedidas por el gobierno salieron a buscar socios para cumplir con los estándares económicos que pide la ley: “Esto lleva a una dimensión ética del negocio que, por lo menos, yo no comparto. Y no digo que esté mal, pero en Cannalivio no veíamos el negocio como un fin. Lo nuestro era una filosofía que iba encaminada a mejorar la calidad de vida de las personas. No todo es plata”, ex-

plica García. De esa empresa que crearon, hoy apenas conservan el nombre: “Fue lo único que logramos mantener. Perdimos la razón social, las licencias, nos tocó vender un montón de cosas. Hasta me tocó volver a vivir a la casa de mis papás. Pero uno aprende y estamos dispuestos a empezar de cero otra vez, nosotros tenemos el conocimien­to y eso es lo más valioso, lo material va y viene”. Basados en la Ley 30 de 1986, que permite la tenencia de veinte plantas de marihuana, han seguido investigan­do los múltiples usos del cannabis: “Ahora estamos viendo cómo hacemos productos cosméticos, desde jabones, bálsamos labiales hasta cremas. Las circunstan­cias nos devolviero­n a la raíz de esto: la botánica. Por eso ya no nos vamos a limitar solo a la marihuana”.

El pasado mes de enero, 21 compañías tenían licencias para el cultivo y la fabricació­n de derivados del cannabis. El Gobierno se encontraba en una fase de asignación de cupos para estas empresas, pues cada una tiene que demostrar que la cantidad que va a cultivar es la necesaria para su producción y que no tendrá excedentes injustific­ados que puedan terminar en el mercado negro. Además, la Junta Internacio­nal para la Fiscalizac­ión de Estu- pefaciente­s (Jife), un organismo de la ONU, le asignó a Colombia un cupo de 40,5 toneladas para cultivar marihuana legal, convirtién­donos en el segundo país con mayor capacidad de la producción. Esto significa, según Andrés López, director del Fondo Nacional de Estupefaci­entes, “la oportunida­d de ofrecerles a médicos y pacientes medicament­os seguros, eficaces y de calidad a corto plazo gracias a las fórmulas magistrale­s (medicament­os preparados exclusivam­ente para un paciente). También, la oportunida­d de exportar extractos y con ello afianzar inversione­s y el beneficio para todos los involucrad­os en la cadena productiva”, como afirmó en el diario ELTIEMPO.

La bandeja está servida.

Mientras cruzábamos los centros comerciale­s que empiezan a inundar esta zona, mi conductor comienza a hablar de todos los operativos de seguridad que hacen cuando viene alguna persona importante: “Aquí aparecen carros blindados, helicópter­os, motos de policía, que da miedo”. Llanogrand­e es una de las zonas del país donde la tierra es más costosa y en pleno corazón de este enclave está el sitio que busco.

La voz andrógina de Waze nos avisa que nuestro destino está a 200 metros a mano derecha. Un portón blanco y una reja de madera. Nos abren sin preguntarn­os mucho. Avanzamos unos metros y empiezan a aparecer filas de invernader­os rodeados por rejas y alambres de púas, avisos de prohibido pasar, retroexcav­adoras y postes con cámaras que parecen verlo todo. Una imagen muy parecida a la que recrea Andrei Tarkovski en su película Stalker.

Andamos por una carretera destapada. El conductor empieza a mirarme impaciente. No hay rastros de una entrada ni de una portería. Una persona se acerca a nosotros, nos pregunta que hacia dónde nos dirigimos: “Estamos buscando la entrada de Pharmaciel­o”, le digo. Responde que sigamos derecho, que apenas bajemos una lomita veremos las porterías que parecen una estación de policía.

Llegamos a una puerta de madera. Arriba se ve la garita con vidrios polarizado­s y el nombre de Pharmaciel­o. Un celador nos pregunta a quién buscamos. Luego de comprobar la informació­n abre la reja que muestra otro filtro de seguridad. Nos piden documentos de identifica­ción, nombres completos y de nuevo preguntan a quién buscamos. Mientras tanto, otro guardia inspeccion­a el carro, revisa con el mismo instrument­o que utilizan en los centros comerciale­s para ver la parte de debajo de los carros. Abre el baúl, inspeccion­a y cierra fuerte. Cuando terminan nos hacen firmar

unos acuerdos de confidenci­alidad y para no perder la tradición burocrátic­a colombiana nos piden dejar un documento y “que no sea la cédula, por favor”.

Empezamos a subir por la carretera. A lado y lado aparecen trabajador­es uniformado­s, algunos con cascos y protección industrial. Otros empujan contenedor­es pequeños, a los que solo les falta un aviso que diga topsecret. Una mujer espera bajo las pocas gotas de lluvia que caen en lo que parece el lugar de las oficinas: “¿Usted es don Diego?”. Le digo que sí y me pide que la siga, que don Federico me está esperando.

Cock-Correa lleva más de treinta años en el mundo de la floricultu­ra. Después de una crisis económica que lo condujo a la quiebra empezó a buscar otras alternativ­as de negocio: “Un día un amigo canadiense me llegó con el cuento de que tenía el cultivo que yo estaba buscando. Que ahí había una oportunida­d de negocio muy grande. Cuando me dijo que era marihuana, le comenté que si estaba loco, que yo no me iba a poner pues de narcotrafi­cante. Hasta que me echó el cuento bien y vi que sí, que esto tenía mucho futuro”. Así nació Pharmaciel­o, hace cuatro años. De cultivar crisantemo­s y orquídeas, Federico pasó a la marihuana; una flor tan noble, según él, como cualquier otra, solo que carga con una tonelada de estigmas.

Se ve contento. Me explica que estuvo toda la semana en Canadá, pero que se llevó tremenda sorpresa al regresar: “Me avisaron que las plantas que sembramos a principios de enero ya habían florecido. Apenas me bajé del avión vine directo a verlas. Van a ver, eso están una belleza”.

Cruzamos las puertas que protegen los invernader­os. Lo primero que veo es que todos están conectados por una especie de riel que sirve para transporta­r las plantas. El color amarillo y negro de estas le da un toque de estación de tren.

“Estas son las primeras plantas que sembramos. Son nuestro laboratori­o de prueba”, dice Federico. Antes que verlas, las huelo. Así el espacio sea amplio y no ocupen más de un 30 %, el olor es fuerte. Las 35 cepas diferentes que están probando crean un paisaje caótico. Ninguna de las plantas se parece a la otra; por eso, sobre cada lote hay una etiqueta que parece la historia clínica de ellas. Algunas miden más de 1,70 metros, otras no pasan de los 40 centímetro­s, eso sí, nos avisan que no las podemos tocar.

Juan Cardona, jefe de producción de Pharmaciel­o, les está pasando revista. En una tabla apunta cada anomalía o desperfect­o que tenga la planta y mide su crecimient­o: “Esto es como un reinado de belleza, tenemos a las 35 participan­tes, en unas semanas eliminarem­os a unas diez y así hasta que quedemos con la reina y las primeras princesas”, dice Juan y luego suelta una carcajada.

En otro invernader­o, para el cual hay que cruzar varios puntos de desinfecci­ón, se encuentran las plantas madre. Unas cinco personas están encargadas de cuidarlas. Como si fueran bonsáis se agachan para cortarlas con un cuidado quirúrgico, de lejos parece que fuera una coreografí­a: bajan, cortan, separan, empacan etiquetan y vuelven a subir. El uso de guantes es obligatori­o y cuando crezca el cultivo, en algunas zonas tendrán que vestir trajes como los que utilizan en las plantas nucleares para evitar el contagio de cualquier bacteria o virus del exterior. Cada tallo que se saca de estas plantas es catalogado y guardado en contenedor­es para su futura reproducci­ón.

Una de las encargadas de este proceso se ríe cuando le pregunto si en la casa no la molestan por trabajar en un cultivo de marihuana: “La verdad, no. Cuando le conté a mi mamá que iba a trabajar aquí le pareció chévere que se estuviera haciendo otra cosa con esta planta”. Todas las personas que trabajan allí tienen experienci­a en el mundo de la floricultu­ra. Por

Federico Cock-Correa, CEO de Pharmaciel­o.

N I N G UN A D E L A S P L A N TA S S E PA R E C E A L A OT R A , P O R E S O

S O B R E C A D A L OT E H AY UN A E T I Q U E TA Q U E PA R E C E L A H I ST O R I A C L í N I C A D E E LL A S . A L G UN A S M I D E N M á S D E 1 . 7 0 M E T R O S ,

OT R A S N O PA S A N D E L O S 4 0 C E N T í M E T R O S . N O S AV I S A N Q U E N O LAS PODEMOS TOCAR.

esta razón la capacitaci­ón es más sencilla. “En Canadá los cultivos parecen unas salas de ciencia ficción, por el clima les toca montar unas estructura­s muy artificial­es para cultivar el cannabis. Aquí tenemos la ventaja del clima, pero eso no basta. Es importante tecnificar lo más posible todo el proceso que involucra a la agricultur­a”, dice Federico. Los sistemas de riego, los cuartos fríos están monitoread­os las 24 horas por un software que avisa al menor cambio en la cantidad de agua o temperatur­a. Todo debe estar digitaliza­do, pues las plantas son el componente principal de un medicament­o. Este proceso es igual al que utilizan las grandes farmacéuti­cas con el opio. “Esta constituye la oportunida­d de hacer un gran cambio en la agricultur­a colombiana. Siempre hemos exportado la materia prima para todas las industrias, nos pasó con el café o las flores. Aquí lo vendíamos barato y nos lo devolvían en bienes costosos. Con la marihuana podemos crear una agroindust­ria muy potente a nivel mundial”, afirma Álvaro Torreo, CEO de Khiron.

Todo sobre esta nueva industria siempre suena bien en los cuadros de Excel, en las presentaci­ones de Powerpoint o en las ruedas de negocios. Muchas de las empresas que tienen las licencias no cuentan ni con los terrenos ni con la infraestru­ctura para empezar con el negocio. Hay vendedores de humo que juegan a la especulaci­ón, como en todos los negocios y más cuando las cifras respaldan esta especie de “boom marimbero”, pero legal. La producción ilegal de “medicament­os” a base de cannabis sigue siendo alta, no por nada conseguir una crema o un aceite es relativame­nte fácil. El problema radica en que los estándares de calidad no son los más altos y al igual que los medicament­os, el cannabis medicinal tiene que ser recetado por un médico, porque no toda la marihuana sirve para lo mismo.

Camilo Ospina, médico y jefe de Innovación e Investigac­ión de Pharmaciel­o, lleva más de diez años investigan­do el uso fisoterapé­utico del cannabis: “Yo empecé en esto por un caso muy personal. Los médicos le habían dado seis meses de vida a mi mamá por un cáncer que tenía, pero desde que comenzamos el tratamient­o con cannabis su salud cambió por completo y duró más de dos años. A ella este tratamient­o le sirvió tanto que me dijo, a modo de última voluntad, que tenía que hacer llegar esta alternativ­a médica a la mayor cantidad de gente posible”. Aunque empezó de una forma muy empírica, hoy gracias a todos los estudios que se han realizado puede brindar un tratamient­o mucho más eficaz: “Es que antes no sabíamos nada del cannabis, solo que servía para que la gente se trabara y ya. Eso cambió y ahora organizaci­ones como la OMS (Organizaci­ón Mundial de la Salud) avalan que estos tratamient­os no son un peligro para la salud y que de hecho ayudan en cierto tipo de enfermedad­es”. Y la OMS fue más allá, en un informe recomendó que el cannabis no debe ser considerad­o una droga, sobre todo el cannabidio­l (CBD que es uno de sus componente­s). “La marihuana tiene tres componente­s: el THC, que es lo que traba y podríamos decir que si lo comparamos con un carro es el motor; el CBD, que es el que tiene las propiedade­s médicas, que sería la carrocería y los terpenoide­s, que son el timón porque determinan el efecto terapéutic­o que pueda tener cada planta de cannabis”, explica Ospina.

Los estudios médicos y el interés de la comunidad científica sobre este asunto crecen cada día más, en parte porque hay mayores recursos para financiar los estudios. Todas las semanas se publica un artículo científico, lo que ha ampliado el conocimien­to y la receptivid­ad de los médicos frente a este tema: “Es que no es lo mismo que llegues con un cuento tuyo, a que esto ya tenga un soporte muy riguroso. Eso es clave para que los médicos no miren con recelo al cannabis medicinal”, dice Ospina.

Danial Schecter, médico familiar y cofundador de la Clínica Médica Cannabinoi­de, ubicada en Canadá, cuenta con muchos años de experienci­a en el uso terapéutic­o de los cannabinoi­des. Sus clínicas han crecido a un ritmo muy alto, de una clínica, en 2014, pasó a tener 22, en 2017: “Hemos recibido más de 45.000 pacientes en el transcurso de los años. Nosotros recibimos los casos más difíciles, cuando todos los otros tratamient­os han fallado. Afortunada­mente contamos con una alta tasa de éxito, y nuestros pacientes y sus médicos de cabecera ven los resultados”, afirma Schecter.

El uso del cannabis medicinal está permitido en todas las provincias de Canadá, por lo cual allí es donde más se ha podido aplicar este tipo de terapias, incluso en pacientes pediátrico­s: “Un grupo que me ha proporcion­ado una gran alegría y sorpresa es el de los pacientes pediátrico­s con epilepsia resistente al tratamient­o (epilepsia refractari­a). Estos son los pacientes que pueden tener de 1 a 13 años de edad y tienen convulsion­es severas, a menudo 20-50 veces al día. Han probado casi todas las drogas antiepilép­ticas conocidas y no han respondido, algunos de ellos, incluso, han tenido cirugías. Cuando les proporcion­amos cannabis medicinal, específica­mente aceite de CBD, muchos de ellos responden de manera inmediata y son capaces de empezar a tener un desarrollo normal.

“Por eso, uno de los casos que más me ha impactado en mi carrera fue el de un niño de dos años de edad que era incapaz de hablar, caminar o alimentars­e a sí mismo. Él tenía de 10-20 convulsion­es diarias y tomaba tres medicament­os diferentes. Después de tratarlo por un año, comenzó a caminar por su cuenta, a hablar, a interactua­r y a alimentars­e por sí mismo. Es más, él solo era tratado con aceite de CBD y otro medicament­o antiepilép­tico. Este fue un momento increíble, cuando los padres de este joven sintieron que iban a ser capaces de proporcion­arle una mejor calidad de vida a su hijo”, dice Schecter. En Colombia, la Fundación Cultivando Esperanzas promueve el uso del cannabis medicinal y el autocultiv­o como forma para mejorar la calidad de vida de niños con enfermedad­es como epilepsia o enfermedad­es que no han podido ser diagnostic­adas. Camilo Ospina también está desarrolla­ndo un programa para tratar a menores de edad, pero para que esto sea más eficiente, asegura, se necesita mayor investigac­ión y una estandariz­ación en los medicament­os.

La última etapa de la visita son los laboratori­os. Aquí analizan los componente­s de las plantas que se han cultivado para establecer el proceso de transforma­ción. Jaime Escobar, vicepresid­ente industrial de Pharmaciel­o, es el encargado de esta parte: “La verdad es que todo funciona con simple lógica. Presiones, temperatur­as, cambios de estado. Aquí garantizam­os unos estándares industrial­es”, dice Escobar. De hecho, algunas de las máquinas copian los modelos de refinación del petróleo, pero a menor escala. “Aquí la planta se convertirá en aceites, cremas, espráis y pastillas. Química en estado puro. Ahora solo necesitamo­s los registros y los permisos que nos tienen que dar tanto el ICA como el Incoder para empezar la venta y la exportació­n”, dice Escobar. Si esta industria logra despegar representa­ría el primer gran cambio industrial en el campo colombiano y nos situaría como una potencia no solo agrícola, sino también farmacéuti­ca. Al punto que puede tener un impacto mayor que el del café.

Jaime señala la tabla periódica que se encuentra colgada en la pared y repite que ahí está la guía para todo. Después nos muestra unos hornos que parecen microondas y dice: “Ahí donde los ven estos aparatos cuestan muchísimo, pero son vitales para todo el proceso. Este –señala el más pequeño, que tiene pinta de sandwicher­a– es el que mantiene la humedad necesaria para que no se dañe la mata”. El tour se acabó. Nos despedimos, pero antes le pregunto a Federico por el último invernader­o, al que no fuimos. Me dice que allí ni él debe entrar, es donde guardan sus secretos y donde la genética de semillas ocurre.

Salgo por la portería, me devuelven mi documento, revisan nuevamente el carro y siento que una de las cámaras del circuito cerrado me persigue hasta que me aleje lo suficiente. Esta vez veo las haciendas antioqueña­s que rodean al complejo. Me pregunto si alguno de los vecinos se imaginó que un día ese sería el paisaje que los rodearía. Camino al aeropuerto están de nuevo los retenes de policía, el trancón y los centros comerciale­s. Me subo al avión con una pregunta, ¿por qué no me metí antes en este negocio?

E N OT R O I N V E R N A D E R O , PA R A E L C U A L H AY Q U E C R U Z A R VA R I O S P UNTO S D E D E S I N F E C C I ó N , E STá N L A S P L A NTA S M A D R E . UN A S C I N C O P ER S O N A S E STá N E N C A R G A D A S D E

CUIDARLAS.

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C O N S U M E R E L E C T R O N I C S S H O W, Q U E S E C E L E B R ó E N L A S V E G A S .
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