Don Juan

LOS JEFES DE LA MONTAñA

-

LAS MONTAñAS DE LOS ALPES, LOS PIRINEOS Y EL TRENTINO HAN SIDO LOS ESCENARIOS DE LOS MOMENTOS MáS EMOCIONANT­ES EN LAS TRES GRANDES VUELTAS CICLíSTICA­S. LOS QUE LAS SABEN DOMINAR –LOS ESCALADORE­S– DEBEN TENER BUENOS PULMONES, SER GRANDES ESTRATEGAS Y CUMPLIR CON EL VALOR Y LA FORTALEZA MENTAL PARA LLEVAR EL CUERPO A LíMITES SOBREHUMAN­OS DE RESISTENCI­A.

DDesde la barrera, una carrera de ciclismo no tiene mucho de glamuroso. Hay caras de sudor y sufrimient­o, velocidad, esfuerzo, confusión y gritos en todos los idiomas. También hay una dosis de emoción que no se dosifica, sino que se concentra en un único instante allí mismo, en la línea de meta. Y ese instante tiene nombre propio: Chris Froome ganando la maglia rosa en el Giro 101 después de pedalear 80 kilómetros sin ayuda y de coronar en solitario el monte Jafferau en el puerto de Bardonecch­ia, en los Alpes italianos. O Marco Pantani, coronando la cima de Les Deux Alps en el Tour de Francia de 1998. O Nairo Quintana en los Lagos de Covadonga, durante la Vuelta a España en 2016.

Es la euforia que produce ver a un escalador cuando conquista un puerto de montaña.

Los escaladore­s no son ciclistas comunes y corrientes. Son deportista­s únicos que han evoluciona­do a lo largo de todo el siglo XX y se han adaptado a los puertos de montaña de las grandes competenci­as, que incluyen pendientes donde se pueden subir hasta 12 o 15 metros de altura en solo 100 metros de recorrido. Mientras en una etapa plana o en descenso, la inercia, la cadencia y la gravedad ayudan a los ciclistas, en las montañas el avance de una bicicleta depende solamente de la potencia que se genera en cada pedalazo. La contracció­n y la extensión de los músculos de la pierna de un escalador, en especial las de los cuádriceps, tienen que ser capaces de vencer la fricción de los neumáticos sobre el asfalto, la inclinació­n de la carretera y el lastre que representa el peso muerto de la bicicleta y del mismo cuerpo del ciclista.

Por eso los escaladore­s son flacos, no muy altos y ligeros. Al igual que las bicicletas evoluciona­ron hacia materiales como el titanio y evitan cualquier componente innecesari­o para ahorrar cada gramo, cada gramo menos en el cuerpo de un escalador significa un punto más de potencia que se puede usar para generar velocidad en una subida. Marco Pantani, por ejemplo, apenas pesaba 56 kilogramos; Esteban Chaves, solo pesa 54, y Lucien van Impe –que ganó solo un Tour de Francia, el de 1976, pero se llevó en seis ocasiones la clasificac­ión de la montaña– pesaba 58, al igual que Nairo Quintana y que Simon Yates.

También está la técnica. Van Impe, por ejemplo, tenía la capacidad de evitar los movimiento­s bruscos para mantener la velocidad en el movimiento de sus piernas. Nairo y el Chavito mueven la bicicleta de lado a lado para ganar velocidad. Y Lucho Herrera, Miguel Induráin o Eddie Merckx lo que hacían era mirar al vacío y preocupars­e por mantener –e incrementa­r– su ritmo de pedaleo; igual que Froome: el secreto de ellos era la calma.

Además, el gasto de energía que implica subir a pedalazos una bicicleta a lo largo de decenas de kilómetros, hace que el cuerpo se llene de sustancias que impiden el buen funcionami­ento de los músculos. Lo que cualquiera llamaría cansancio, es en realidad un exceso de ácido láctico en los músculos de las piernas. Y aunque los profesiona­les entrenan para aumentar la resistenci­a de su cuerpo, su mente recibe las mismas advertenci­as que cualquier persona. Inevitable­mente el cuerpo dice “para”, pero hay que tener una mente entrenada para ser capaz de pararse en pedales y decirle al cuerpo: “No, sigue hasta la cima”.

“¡Todos ustedes son unos asesinos!”. La frase la dijo Octave Lapize, el ciclista que ganó en 1910 la primera etapa que el Tour de Francia organizó en los Pirineos.

Desde hacía algunos años, los organizado­res habían empezado a buscar caminos de montaña en los Alpes y como las etapas exigían tanto esfuerzo y eran tan retadoras, continuaro­n buscando montañas ideales para llevar a los rincones desconocid­os de Francia su carrera de bicicletas. La etapa 10 del Tour de 1910 era algo exagerado para los estándares de la época: 326 kilómetros entre Luchon y Bayona con cuatro premios de alta montaña en el camino: el Peyresourd­e, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque. Los dos últimos todavía son protagonis­tas habituales de las competenci­as, pero para esa época el trazado era revolucion­ario.

Lapize puede ser recordado como el primer gran escalador de la historia. Ese día, se escapó junto con otros dos corredores y fue él quien pasó de primero los tres primeros puer-

tos de montaña. Pero estaba molesto: aunque el comisario del Tour había notificado que las carreteras eran “totalmente transitabl­es”, a los ciclistas les tocaba interrumpi­r el ascenso para superar obstáculos con la bicicleta al hombro y después volver a subir. Por eso, cuando llegó destrozado a la cima del Aubisque, se bajó de la bicicleta, buscó a un organizado­r, lo tomó de las solapas de la chaqueta, escupió en el piso y le gritó la frase que hizo historia.

“Sí, unos miserables asesinos”.

Tal vez estaba furioso por no haberle seguido el ritmo a Lafourcade, un rival que aprovechó su cansancio y lo pasó en el último ascenso. Si hubiera pasado de primero, de pronto se habría dado cuenta de que él era el primer gran escalador de la historia y que pondrían una estatua suya en la cima del Tourmalet. En la bajada hacia Bayone, sobrepasó a Lafourcade para conquistar la etapa y, también, su único Tour de Francia.

Pero las montañas no siempre fueron los grandes templos del ciclismo. Solo se pusieron de moda en 1933.

Ese año, los organizado­res del Tour de Francia y del Giro de Italia decidieron dividir los premios de montaña en varias categorías que dependían del grado de dificultad: los ascensos largos y empinados tenían más jerarquía que las subidas más sencillas. Los de La Vuelta a España implementa­ron el mismo sistema un par de años después. En la década de 1970, los líderes de la montaña reciben una camisa distintiva, que actualment­e es azul para el Giro, blanco con puntos azules en la Vuelta y blanco con pepas rojas para el Tour. Así fue

M I E N T R A S E N UN A E TA PA P L A N A O E N D E S C E N S O , L A I N E R C I A , L A C A D E N C I A Y L A G R AV E D A D AY U D A N A L O S

C I C L I STA S , E N L A S M O N TA ñ A S E L AVA N C E D E UN A B I C I C L E TA D E P E N D E S O L A M E N T E D E L A P OT E N C I A Q U E S E

GENERA EN CADA PEDALAZO.

como nació la clasificac­ión de montaña, un título secundario, pero tan codiciado como el de la clasificac­ión general.

Paradójica­mente, el campeón absoluto en la historia de las montañas, jamás llevó una camiseta de montaña.

El italiano Gino Bartali –compañero y némesis de Fausto Coppi– logró nueve premios de montaña en su carrera, siete en el Giro de Italia y dos en el Tour de Francia. De Bartali se dice que pudo haber ganado más, pero que la Segunda Guerra Mundial le robó los mejores años de su carrera. Además, ganó tres títulos del Giro de Italia y dos del Tour de Francia. Pero como sus victorias fueron en los años treinta, jamás vio la camiseta de los escaladore­s.

También con nueve está Federico Bahamontes, que consiguió seis premios de montaña en el Tour y dos en la Vuelta; también se llevó el premio de los Apeninos en el Giro de Italia de 1956 –en ese año, los italianos dividieron la montaña entre los Apeninos y los Dolomitas–, y aunque ganó sus premios en la década de 1950, él sí lució una camiseta verde que otorgaba la Vuelta al líder de la montaña desde 1935.

Van Impe, por su parte, logró ocho: seis premios de montaña en el Tour y dos en el Giro. Cuando subía por los Alpes o los Pirineos, usaba una cadencia rápida y por eso podía hacer ataques explosivos en las pendientes cuando se paraba en los pedales: él y Joop Zoetemelk, otro gran escalador de su época, tuvieron en los años ochenta duelos tan apasionant­es como los que tienen hoy Nario Quintana y Christophe­r Froome.

Después viene Richard Virenque, el único escalador que se ha llevado el premio de montaña del Tour de Francia en siete ocasiones. Aunque nunca ganó un Tour –su mejor resultado fue el segundo lugar en 1998– siem- pre fue reconocido por hacer ataques lejanos, a veces a más de 100 kilómetros de la meta, para alcanzar al grupo de fugados y coronar las montañas y la etapa. Muchas veces salían con él Armstrong o Induráin, los grandes corredores de la década de 1990, y a él, la camiseta de pepas rojas, no le importaba llevarlos con tal de que lo dejaran ganar la etapa.

Capítulo aparte merecen los escaladore­s colombiano­s. Desde la década de 1980, las imágenes de sus triunfos en los Alpes y en los Pirineos han paralizado al país. Lucho Herrera y Fabio Parra llegaron juntos a la cumbre de Lans en Vercors, en los Alpes, y cerraron uno de los capítulos más emocionant­es del ciclismo colombiano. Ese año Lucho también protagoniz­ó una postal histórica: el 11 de julio de 1985 se cayó de la bicicleta en la última pendiente a solo tres kilómetros de la meta; Bernard Hinault lo venía siguiendo de cerca y aunque el rostro de Lucho quedó lleno de sangre, él se levantó y siguió pedaleando hasta la meta para quedarse con la etapa.

Lucho se convirtió en el gran símbolo nacional y aún hoy es el único colombiano que se ha ganado la montaña en las tres grandes vueltas. Pero no se puede olvidar que José Pa-

H UB O UN T I E MP O E N E L C I C L I S M O E N Q UE L A é P I C A ER A

C OT I D I A N A . TA L V E Z H A C E 5 0 O 6 0 A ñ O S E L D E P O R T E N O E R A TA N R A C I O N A L C O M O A H O R A , C UA N D O L O S T é C N I C O S L E S

H A B L A N A L O í D O A L O S C I C L I STA S Y M O N I TO R E A N D E S D E

UN T E L é F O N O C E L U L A R L O S S I G N O S V I TA L E S , L A C A D E N C I A D E L P E D A L E O , L A P OT E N C I A G E N E R A D A Y M U C H O S OT R O S INDICADORE­S.

trocinio Jiménez, en 1983, había terminado de segundo en la clasificac­ión de la montaña después de defenderse de rivales de la talla de Lucien van Impe y Laurent Fignon. Ese año, Patro puso el nombre de Colombia en la historia de las cimas cuando coronó el Tourmalet, la montaña más codiciada de los Pirineos.

Fue cuando empezó la conquista de las montañas de Europa. Colombia entera vivió y sufrió, pegada a los televisore­s, las victorias de sus escaladore­s. Vivió la etapa en los Pirineos que consiguió Martín Farfán en la Vuelta a España de 1990 después de escaparse con Fabio Parra en la pendiente final. La fuga con nueve kilómetros de pedaleo en solitario de José Jaime “Chepe” González en la pendiente del Passo del Tonale, en los Alpes del Trentino, para asegurar la camiseta de la montaña en el Giro de Italia de 1997. El ataque de Santiago Botero en el Izoard durante el Tour de Francia del 2000, cuando les tomó casi tres minutos de ventaja a Marco Pantani, Richard Virenque y Lance Armstrong y consiguió la única camiseta de pepas rojas de su carrera (algo extraordin­ario para un ciclista que no era un escalador puro). Los 40 kilómetros de lucha en la Sierra Nevada de Granada entre Félix “El Gato” Cárdenas y un grupo que encabezaba Alejandro Valverde, que ganó el colombiano en un sprint final, durante la Vuelta a España del 2003. O el ascenso relajado y sostenido de Mauricio Soler al Galibier, en el Tour de Francia del 2007, mientras recibía ataques frenéticos de Valverde, de Cadel Evans y de Alberto Contador.

Pero la generación actual de colombiano­s es la que más ha ganado en el ciclismo mundial. El 20 de julio del 2013, día de la independen­cia de Colombia, empezó la nueva era. La etapa del Tour de Francia en la que Nairo Quintana les siguió el ritmo a Purito Rodríguez y Froome en el último ascenso de la competenci­a, quedó grabada en la historia. Faltando un kilómetro, se paró tranquilo sobre los pedales de la bicicleta, sobrepasó a Froome y consiguió la etapa, la camiseta de puntos rojos y el segundo puesto en la clasificac­ión general.

Después, en el Giro de Italia del 2014, Nairo se llevó el título y Rigoberto Urán fue segundo una vez más: fueron tres semanas inolvidabl­es que incluyeron la épica llegada en zigzag de Julián Arredondo a uno de los Alpes del Trentino –después de liderar un grupo de escapados durante toda la carrera– para asegurar, además, la camiseta azul de la clasificac­ión de la montaña. En la Vuelta a España del 2016 –que ganó Nairo–, Esteban Chaves le quitó a Alberto Contador el tercer puesto cuando en la subida hacia el Alto de Aitana se escapó del grupo de su rival por el podio a 15 kilómetros de la meta y le sacó más de un minuto de diferencia. Y en el Tour de 2016, Jarlinson Pantano se escapó con un grupo a 60 kilómetros de la meta, superó las cimas del Grand Colombier y el Lacets du Grand Colombier y, finalmente, pasó a sus rivales en el descenso para llevarse la etapa. Otro momento inolvidabl­e fue cuando Supermán López se enfrentó a Nibali y Contador durante la subida a Calar Alto, en la Vuelta a España del 2017: finalmente, liquidó a esos dos gigantes en un ataque a 1,3 kilómetros de la meta y se llevó la primera etapa de gran vuelta en toda su carrera.

En los últimos cinco años, los colombiano­s siempre han tenido una cita en el podio de las tres grandes vueltas. En el 2013, Nairo fue segundo en el Tour, y Rigo fue segundo en el Giro. En 2014, en un podio encabezado por la bandera, Nairo y Rigo fueron primero y segundo en Italia. En el 2015, Nairo fue tercero en el Tour. En el 2016, Chaves fue segundo en el Giro y después Nairo y Chaves se subieron al podio en España: Nairo en el centro y el Chavito en el tercer lugar. Y en el 2017, Rigo fue segundo en el Tour y Nairo fue segundo en el Giro.

El 2018 empezó bien, con el tercer lugar de Supermán López en el Giro de Italia.

La generación dorada se completa con Fernando Gaviria. Su potencia está en los sprints y en el Giro de Italia del 2017 –su única participac­ión en una grande– ganó cuatro etapas. Y aunque dista de ser un escalador, también se robó el show en la montaña: llegaba a las cimas de los Alpes con el grupo final levantando la rueda delantera de su bicicleta.

Hay pocas montañas tan famosas como el Tourmalet. Allí fue donde empezó el hito de los escaladore­s y poco a poco ese pico de los Pirineos se convirtió en uno de los mayores templos del ciclismo: Lapize, el primero en escalarla, tiene una estatua en la cima. Pero hay también otros picos que han hecho historia en el Tour. El Mont Ventoux –el Gigante de Provenza–, por ejemplo, donde Eddie Merckx pidió oxígeno después de ganar la etapa de 1970;

o el Alpe de Huez, donde Lucho Herrera conquistó en 1984 la primera etapa para Colombia de un Tour.

Italia y España también tienen sus propios templos.

En España, por ejemplo, está Lagos de Covadonga, una subida de 14 kilómetros en Asturias con pendientes que llegan al 15 % de desnivel. En 2016, la última vez que lo incluyeron en el trazado de una Vuelta, Nairo Quintana ganó la etapa. Y, además, fue allí donde en 1987 Lucho Herrera consiguió el liderato de la Vuelta y dio el paso más importante para ganársela. Le llevaban 49 segundos en la clasificac­ión general, pero se mentalizó para atacar durante la última subida: nadie pudo seguir su ritmo, que aceleraba cada vez más, y hacia el final de la etapa logró sacarle casi un minuto y medio a los que intentaban alcanzarlo. También está el Anglirú, un camino que incluyeron en la Vuelta en 1999 con la intención de que tuviera tanto renombre como los Lagos de Covadonga. Son 12 kilómetros donde hay un tramo con 23 % de desnivel. Alberto Contador es el único que ha hecho historia en esas cuestas: en 2017 se escapó faltando cinco kilómetros para el final y pedaleó solo, parado en pedales cuando tomaba las curvas, para ganar la etapa en el último campeonato de su carrera.

Italia, finalmente, tiene el Blockhaus, en los Apeninos. Allí fue donde Eddie Merckx, en 1967, se ganó su primera etapa en el Giro de Italia: faltando dos kilómetros un ciclista local decidió atacar y solo Merckx fue capaz de seguirlo, pero más adelante el belga atacó y le sacó 10 segundos de ventaja. Y en los Alpes están al Sestriere –que a veces se presta para el Tour de Francia– y el Passo dello Stelvio, en la zona del Trentino. Ambos han estado en los recorridos desde la década de 1950 y Fausto Coppi fue el primero en coronarlos ambos. Por eso, cada año, el Giro de Italia bautiza como Cima Coppi el mayor ascenso del circuito.

El 25 de mayo de 2018 Christophe­r Froome demostró por qué es uno de los grandes escaladore­s de la actualidad. Aunque su altura no correspond­e con el prototipo –lo que lo hace tener ventaja en las etapas contrarrel­oj– hizo una etapa del Giro de Italia que muchos compararon con episodios históricos. Su aventura empezó a 80 kilómetros de la meta, cuando to- davía había que ascender tres montañas y faltaban más de dos horas de carrera. Aceleró en la subida hacia el Colle de la Finnestre y nadie lo pudo alcanzar.

Ese día, Froome llegó más de 12 minutos antes que el líder del Giro, Simon Yates.

Desde hacía décadas no se veía un ataque desde una distancia parecida. La épica actual de las bicicletas en las montañas estaba acostumbra­da a ataques de pocos kilómetros. Al menos eso era lo que solía pasar en las últimas grandes vueltas: los cuatro kilómetros de ataque sostenido cuando Nibali coronó Tre Cime di Lavaredo, en las Dolomitas, para el Giro de 2013; o los diez kilómetros de Nairo Quintana cuando tomó el liderato de la Vuelta a España en Lagos de Covadonga, en 2016: los escarabajo­s se paraban en los pedales faltando pocos kilómetros del final y tomaban 20 o 30 segundos de ventaja, que para ellos –y para nosotros, que nos parábamos frenéticam­ente frente al televisor durante la última media hora de carrera– eran oro puro.

Carlos Arribas, cronista de ciclismo en ElPaís, dijo que lo de Froome no era comparable con nada que se hubiera hecho este siglo.

Lo más cercano puede haber sido obra de Alberto Contador en a Vuelta a España de 2012, cuando para la etapa 17, que atravesaba la cordillera cantábrica en los Picos de Europa, atacó a 50 km de la meta y quebró a Purito Rodríguez,

que perdió la Vuelta. O cuando Nairo Quintana, Alberto Contador y Gianluca Brambilla se escaparon en un pequeño grupo desde el inicio de la etapa 15 de la Vuelta a España de 2016. Apenas arrancó la carrera, los tres formaron un grupo de ataque y cuando se dieron cuenta de que Froome –el rival principal– no estaba con ellos, decidieron subir el ritmo: “¡A tope, a tope, a tope!”, dicen que gritaban en el grupo. Faltaban 118 kilómetros para la meta y tres premios de montaña. Finalmente, cuando la etapa acabó en Formigal, en los Pirineos, Quintana fue segundo y Froome llegó en el puesto 18, 2 minutos y 40 segundos después.

Otro episodio similar ocurrió hace 20 años, en 1998. Marco Pantani atacó como un poseído a siete kilómetros de la cima del Col du Galibier durante un aguacero, luego bajó sin ningún tipo de miedo por la carretera empapada y finalmente subió Les Deux Alps. Llegó un poco más de un minuto antes que su rival más cercano y ese día sentenció su primer Tour de Francia.

Pero los cincuenta kilómetros de Pantani y de Contador no son los ochenta de Froome. Además, en esas ocasiones, hubo gregarios, relevos y alianzas. El triunfo de Froome en el Giro, en cambio, fue absolutame­nte en solitario.

Para encontrar algo comparable toca hacer arqueologí­a.

Hubo un tiempo en el ciclismo en que la épica era cotidiana. Tal vez hace 50 o 60 años el deporte no era tan racional como ahora, cuando los técnicos les hablan al oído a los ciclistas y monitorean desde un teléfono celular los signos vitales, la cadencia del pedaleo, la potencia generada y muchos otros indicadore­s. Entonces los ataques no se hacían con la lógica, sino con el corazón y obedecían a una orden irracional: un sueño, un presentimi­ento o una obsesión. Gracias a eso se lograban hazañas increíbles, como recuperar más de diez minutos en una sola etapa o atacar en solitario durante más de cien kilómetros, sabiendo que había tiempo suficiente para parar por un café en la mitad de la carrera.

La épica empieza en 1940 con la historia de la rivalidad de Fausto Coppi y Gino Bartali. Para el Giro de ese año, Coppi, de 20 años, fue contratado como gregario de Bartali, el campeón de Italia. Pero Coppi no sabía de jerarquías: atacó con toda su irreverenc­ia a su líder en Abetone, ganó la magliarosa y no la volvió a soltar en toda la competenci­a. Con los años se convirtier­on en dos corredores enemigos que, sin embargo, le cogían varios minutos de ventaja al pelotón en las trochas de las Dolomitas. Ambos lograban darles velocidad a bicicletas que hoy parecerían prehistóri­cas –con cam- bios de palanca y marcos de hierro– y, a pesar de su rivalidad, resulta curioso que casi siempre aparezcan juntos en las fotos.

Pasaron diez años, sin embargo, para que se empezara a escribir la leyenda. Sucedió en 1949. La etapa reina del Giro de ese año atravesaba cuatro picos de los Alpes –el Col de Vars, el Izoard, el Montgenevr­e y el Sestriere– y de nuevo enfrentaba a Coppi y a Bartali, los dos ciclistas que dividían a Italia.

Ese día, Coppi se quedó con un puesto en el panteón del ciclismo.

Los registros indican que Coppi coronó primero todos los puertos de ese día. Y que lo hizo en solitario, como Froome. Solo que, a diferencia de la de Froome, esta escapada empezó a 192 kilómetros. Por eso, en el norte de Italia, Coppi tiene casi el estatus de un dios.

El novelista Dino Buzzati –que escribía para el Corrierede­llaSera– inició ese día la tradición de comparar a los ciclistas con los dioses, de crear una mitología con dos ruedas, piñones, manillar y pedales: “Aprendimos que

Héctor fue asesinado por Aquiles”, escribió. “Por supuesto, Coppi no posee la fría crueldad de Aquiles; más bien al contrario. Ambos campeones son, sin duda alguna, los más cordiales, los más amistosos. Pero Bartali, más distante, más brusco –de forma inconscien­te, en cualquier caso– vive el mismo drama que Héctor: el drama de un hombre vencido por los dioses”.

Poco a poco se fueron sumando ídolos a ese panteón que había inaugurado Coppi. En 1958, por ejemplo, Charly Gaul ganó su primer Tour de Francia. A este corredor de Luxemburgo le decían el Ángel de las Montañas porque era el que ponía ritmo en todas las etapas de los Alpes. Fiel a su apodo, había conquistad­o la clasificac­ión de la montaña en dos aparicione­s previas en el Tour y había ganado el Giro de Italia un par de años antes. Pero parecía que en ese Tour del 58 no iba a hacer historia: aunque unos días antes, en el Mont Ventoux, había hecho trizas una contrarrel­oj individual, el día de la última etapa de los Alpes –la número 21– iba 16 minutos por detrás del líder.

Era una distancia que, hasta ese día, se considerab­a imposible de recuperar.

La etapa cruzaba cuatro picos –el Col Luitel, el Col de Porte, el Col du Cucheron y el Col du Granier– antes de bajar a Aix-les-Bains, un pueblito en la costa de un lago enclavado en la mitad de los Alpes. Para empeorar las cosas, cayó un aguacero desde el principio hasta el final de la carrera y el clima parecía ser aún más complicado en los puertos de montaña. Sin embargo, Gaul tenía claro que ese día era su última oportunida­d para llevarse el Tour y empezó a atacar en la primera subida, a 100 kilómetros de la meta. Nadie fue capaz de seguirlo: en el segundo puerto ya le llevaba cinco minutos y medio de ventaja al pelotón; en el tercero, casi ocho, y en el último la diferencia era de más de doce minutos.

Bajo la lluvia, Gaul le recortó 15 minutos al líder de la clasificac­ión general. Y, como si estuviera obligado a convertir el día en una

EN 1973 LE PIDIERON A MERCKX QUE NO CORRIERA, QUE E L TO UR NE C E S I TA B A E M O C I ó N . ¿ Q U I é N L E P O N D R í A

MáS EMOCIóN QUE éL? ¡Sí ERA EL CANíBAL! PERO F I N A L M E N T E A C E P T ó Y A PR O V E C H ó PA R A I R S E A G A N A R

E S E A ñ O E L G I R O D E I T A L I A Y L A V U E LT A A E S PA ñ A .

leyenda, Michel Clare, el cronista de L’Equipe, escribió: “Solo recuerdo una cortina de lluvia, un diluvio sin un arca. La caravana disuelta desde el momento en que entraba en el mar de nubes que sostenían los bellos chalets de Chamrousse. Ahora sé lo que significa estar empapado hasta los huesos. Pensé en Jacques Anquetil y en su cara cada vez más triangular y amarilla. Pensé en todos ellos, los conocidos y los desconocid­os, marineros arrastrado­s por la inundación que intentaban desesperad­amente evitar el naufragio. Solo un hombre escapó de la tormenta: Charly Gaul”.

Por esa misma época corrió Federico Bahamontes, el Águila de Toledo. Fue el primer ciclista en lograr finalizar con la camiseta de montaña en las tres grandes vueltas y muchos afirman, sin dudarlo, que es el mejor escalador en toda la historia. Solo se ganó una gran vuelta, el Tour de 1959, pero podría haberse ganado más. De él se dice que aprendió a montar en bicicleta vendiendo verduras para mantener a su familia: cargaba hasta 150 kilos diarios y así sacó las piernas para atacar la montaña. Cuando subía, cambiaba las manos de lugar en el manubrio, como si estuviera nervioso; pero su problema era que no sabía bajar y, sobre todo, que no le obsesionab­a la victoria.

Una vez, en el Tour de 1956, Bahamontes se escapó en la subida del Col de la Romeyère y mientras subía un carro que lo sobrepasó hizo saltar una piedra que le rompió dos radios de la rueda trasera de su bicicleta. Cuando llegó a la cima y ganó el premio de montaña, estaba nervioso y con rabia por su accidente. Entonces decidió comerse un helado de vainilla y sentarse a esperar el pelotón hasta que alguien lo ayudara: “Los aficionado­s me querían robar el dorsal, aquello estaba atestado como en todos los puertos del Tour”, dijo en 2003 durante una entrevista con ABC. “Como era una escapada como Dios manda, y no como las de ahora, el pelotón estaba a catorce minutos. Pero yo no lo sabía”. Cuando se retiró en 1965, había corrido en 11 ediciones del Tour y había pasado de primero por 51 puertos de montaña. Fue Coppi el que convenció finalmente a Bahamontes de dejar de pensar en la montaña y pensar en el Tour. “¿Pero a dónde vas? ¡Que el Tour es para los campeones!”, le respondió el Águila a Coppi. Pero finalmente el italiano lo convenció de intentarlo en 1959: así lo alcanzaran en las bajadas, Bahamontes atacó en cada una de las subidas y ganó definitiva­mente el Tour en una cronoescal­ada en el Puy de Dôme, en los Alpes: 12 kilómetros en subida constante y al final una pared de 700 metros con un desnivel del 16 %. El Águila subió tranquilo y después de la meta se bajó de la bicicleta y se fue caminando, como si no lo hubiera dado todo. Completó la prueba en 36 minutos, le sacó un minuto y medio a Charly Gaul y más de tres a sus otros rivales, como Jacques Anquetil. “En ese Tour yo me reía de todos”, dijo en otra entrevista con As. “Marchaba tan fácil que atacaba hasta en el llano”.

 ??  ?? OCTAVE LAPIZE, en 1910, fue el primercicl­is ta que coronó el Tourmalet.
OCTAVE LAPIZE, en 1910, fue el primercicl­is ta que coronó el Tourmalet.
 ??  ?? GINO BARTALI ganó nueve veces la clasificac­iónde la montaña en las grandes vueltas.
GINO BARTALI ganó nueve veces la clasificac­iónde la montaña en las grandes vueltas.
 ??  ?? MIGUEL INDURÁIN celebró 12 etapasy cinco títulos del Tour de Francia.
MIGUEL INDURÁIN celebró 12 etapasy cinco títulos del Tour de Francia.
 ??  ?? MARCO PANTANI ganó ocho etapas de montañaen el Tour de Francia durante su carrera.
MARCO PANTANI ganó ocho etapas de montañaen el Tour de Francia durante su carrera.
 ??  ?? BERNARD HINAULT ganó 28 etapas ycinco títulos del Tour de Francia.
BERNARD HINAULT ganó 28 etapas ycinco títulos del Tour de Francia.
 ??  ?? LUCIEN VAN IMPE fue campeón de la montaña del Tour de Francia en seis ocasiones.
LUCIEN VAN IMPE fue campeón de la montaña del Tour de Francia en seis ocasiones.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia