Don Juan

Caroline de Bendern era una supermodel­o de los años sesenta que salía con estrellas de rock como Lou Reed y una condesa que heredaría una fortuna, hasta que una fotografía acabó con su carrera. Su pecado fue haber aparecido en todas las revistas de la épo

DE MAYO DEL 68

- POR MELISSA SERRATO RAMíREZ F OTO G R A F Í A DAVID FRITZ

EN LA DéCADA DE 1960, CAROLINE DE BENDERN, LA HEREDERA DE UN CONDE DE LA REALEZA BRITáNICA, FUE UNA EXITOSA MODELO QUE TRABAJABA CON LAS REVISTAS DE MODA MáS IMPORTANTE­S DE EUROPA. EN SUS RATOS LIBRES IBA A NUEVA YORK Y SALÍA DE FIESTA CON ANDY WARHOL Y LOU REED. SIN EMBARGO, SU VIDA CAMBIó CUANDO APARECIó EN UNA FOTOGRAFÍA ICóNICA DE LAS PROTESTAS DE LA REVOLUCIóN DE MAYO DE 1968 EN PARÍS Y PASó DE SER UNA ARISTóCRAT­A A UNA LEGÍTIMA HIPPIE.

D“De Bendern. No soy madame Bendern, sino de Bendern”, insiste Caroline. Su empeño en resaltar la alcurnia de su apellido no parece solo pretencios­o, sino un capricho senil. Ya pasaron cincuenta años desde que en mayo de 1968 perdió el derecho de llevar el título de condesa, su trabajo como modelo y los millones de libras que heredaría de su abuelo.

No me estaba esperando. Está harta de los periodista­s, de contarles una y otra vez la historia de la foto que le costó su carrera y su fortuna. Sin embargo, me invita a sentarme mientras despeja sin prisa la mesa de comedor. Lleva a la cocina una taza que minutos antes debió contener alguna bebida caliente y hace a un lado un cenicero cargado casi a tope: eso explica el intenso olor a tabaco dulce de esta habitación. Su casa queda en una ciudad serena de las afueras de París, cuyo nombre debo reservarme: “No quiero que llegue más gente a tocar a las puertas de mi casa”, dice.

Busca algún lugar para depositar el cenicero y poco le importa que las cenizas se rieguen o se esparzan sobre una montaña de vinilos o junto a una torre de discos compactos. Hay mucha música y hasta un piano en esta habitación, pero aquí no suena nada; solo los pasos cortos y lentos de esta mujer de setenta y ocho años que no deja de arrastrar la plataforma de sus zapatos de colegiala sobre las fibras de la alfombra. El cenicero termina encima del nivel más alto de un mueble en el que reposa un retrato suyo del tamaño de una carta y que data de las épocas en las que modelaba profesiona­lmente. Es una fotografía en blanco y negro en la que Caroline mira al cielo expectante y casi inexpresiv­a, de la que cuelga una corona envejecida de rosas disecadas que le da un toque dramático y nostálgico.

En la década de 1960, Caroline de Bendern tenía una apetecida belleza que oscilaba entre la sensualida­d de Jane Birkin y la androginia de Twiggy. Su carrera de modelo empezaba a dispararse y los contratos para sesiones fotográfic­as venían de Milán, París y Nueva York: había cambiado el té de las cinco de su natal y muy tradiciona­l Windsor por las fiestas del medio glamuroso y undergroun­d neoyorquin­o: “Era un entorno artístico en el que todos hablábamos mucho de

L A I M A G E N E R A P E R F E C TA PA R A I L U ST R A R L A M A G N I T U D D E L

M O V I M I E NTO E ST U D I A NT I L : UN A M U J ER R E V O L U C I O N A R I A S O B R E L O S H O M B R O S D E UN H O M B R E – E N UN A é P O C A E N L A QUE APENAS SE EMPEZABA A HABLAR DE LIBERACIóN SEXUAL Y D E D E R E C H O S D E L A S M U J E R E S – PR OT E STA N D O C O N T R A L A

GUERRA DE VIETNAM.

todo. Andy Warhol siempre estaba rodeado de gente hermosa y de anfetamina­s, y cuando uno toma anfetamina­s, habla mucho”, recuerda Caroline. “Por él conocí a Lou Reed y, bueno, tuvimos un affair… También pasé alguna noche con Otis Redding, antes de que perdiera la vida en ese horrible accidente de avión. Así se pasaba la vida”, suspira.

De esa jovencita que aparece en la foto, Caroline todavía conserva el cuello espigado, los ojos de un azul intenso, la sonrisa amplia, el pelo corto y el fleco sobre la frente, solo que ahora lo usa más largo y lo deja caer hacia los lados, como las grandes luminarias que quieren ocultar las huellas de la edad. Sin embargo, en otros muros de su sala comedor hay otras imágenes en donde hace poses de modelo.

Y también está esa foto que la convirtió en la imagen más famosa de la Revolución de Mayo de 1968.

Los historiado­res aseguran que al menos un millón de personas salieron a marchar el 13 de mayo de 1968, aunque según las cifras de la policía fueron doscientas mil.

Al finalizar 1967, Francia estaba socialment­e bloqueada. El país había registrado cuatrocien­tos cincuenta mil desemplead­os –una de las cifras más altas que ha conocido en términos de desempleo– y los trabajador­es tenían sueldos bajos y malas condicione­s de trabajo; por otro lado, las mujeres no podían abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su marido, la interrupci­ón voluntaria del embarazo era ilegal y había una sola cadena de televisión que pertenecía al poder, con un director de informació­n supervisad­o por el ministro de la Informació­n, que a su vez seguía las órdenes del general De Gaulle, quien había estado en el poder por diez años.

El movimiento se empezó a gestar en marzo de 1968, cuando los estudiante­s ocuparon la torre administra­tiva de la Universida­d de Nanterre para reclamar la libre movilidad de los estudiante­s: pedían que los hombres pudieran ir a las habitacion­es de las mujeres y viceversa. Otros, liderados por el estudiante Daniel Cohn-Bendit, protestaba­n contra la guerra de Vietnam y algunos fueron arrestados por el cargo de agitadores. Y cuando los demás estudiante­s se enteraron, decidieron tomarse la Sorbona.

El 3 de mayo la policía intervino violentame­nte para evacuar la Sorbona por órdenes del presidente Charles de Gaulle: 596 personas fueron detenidas y se registraro­n más de cien heridos, las clases fueron suspendida­s al día siguiente y la Sorbona se cerró. Tres días después, treinta mil estudiante­s desfilaron en París hasta el Arco del Triunfo –pues la Sorbona seguía cerrada– y en la tarde el Barrio Latino, sede de la Sorbona y epicentro del movimiento, volvió a encenderse: 422 personas fueron arrestadas y casi mil personas resultaron he- ridas, entre ellos 345 policías y más de 600 estudiante­s. Finalmente, el 10 de mayo los brotes de violencia en las manifestac­iones alcanzaron su punto más álgido: “Me uní a las formacione­s de los que despavimen­taban las calles para armar barricadas y detener a la policía, para no dejar que nos molieran alegrement­e”, recuerda Frédéric Joignot, periodista de LeMonde. “Una gran solidarida­d se creó entre los activistas, como si fuéramos miles de extras en una obra de cine colectiva, viva, real. Fue algo muy fuerte, embriagant­e, extremo realmente”.

Por esos días, Caroline de Bendern había recibido una invitación del cineasta francés Serge Bard para participar en la película Détruisez-vous ( Destrúyans­e) que se rodaría en París durante la primavera del 68. Caroline desembarcó en la capital francesa con un guion que cuestionab­a la segregació­n racial en Estados Unidos. “Interpreta­ba a una chica que repite la lección de su profesor con un discurso revolucion­ario”, recuerda. “Decía ingenuamen­te que había que romper los muros de la prisión,

atacar los bancos y cosas de ese estilo… De hecho, hace unos años subí un extracto de ese monólogo a YouTube bajo el título ‘Caroline Says’ y lo llamé así a propósito de una canción de Lou Reed, en la que habla de mí, creo”.

En el video, Caroline, con el pelo rubio y corto, mira al vacío y dice: “Si en América los negros se rebelaran, los blancos comprender­íamos. No es una cuestión de raza, sino de clase”.

Fue precisamen­te durante el rodaje que se decretó el 13 de mayo como un día de huelga general. “Todo el mundo llegaba a contarnos en las grabacione­s que la situación se estaba complicand­o con los estudiante­s de la Universida­d de Nanterre que habían boicoteado los exámenes para lograr flexibiliz­ar las normas internas”, recuerda Caroline. “Luego apresaron a unos chicos que estaban protestand­o contra la guerra de Vietnam y hasta los llamaron terrorista­s. Los tuvieron presos varios días y por eso fue que empezó esa enorme concentrac­ión de estudiante­s frente a la Sorbona, que la policía trató de disipar con mucha violencia. Recuer- do que algunos amigos de la gente que trabajaba con nosotros llegaban heridos y con la ropa deshecha”.

Sin embargo, las seis semanas que duró el movimiento no tuvieron siempre ese clima de enfrentami­entos violentos: ese nunca fue su espíritu. En cambio, sus caracterís­ticas esenciales fueron el espíritu crítico, “la insubordin­ación, el carácter festivo, la invención colectiva, la palabra liberada y las discusione­s en las calles, con todos los delirios que eso supone”, apunta Hervé Hamon, estudiante y simpatizan­te del movimiento, en el suplemento de Le Monde que fue publicado para conmemorar los cincuenta años del acontecimi­ento. “No hay jefe, ni organizado­r… Eso es el 68, un movimiento profundame­nte espontáneo, la irrupción de una juventud que, por primera vez, se comporta como una fuerza social”.

El 13 de mayo, agremiacio­nes de obreros, sindicatos, el Partido Comunista Francés y muchos otros sectores se unieron no solo a la huelga, sino también a la marcha: “Todo el reparto de la película se reunió en casa del poeta Alain Jouffroy, que interpreta­ba a mi profesor en el filme. Allá llegó también Thierry Garrel, que hoy es un importante productor de televisión, y todos estuvimos de acuerdo en salir a las calles a protestar”, recuerda Caroline. “Ese día, muchos iban muy enojados y muy decididos, pero recuerdo que al comienzo todo fue muy ligero. Nos reíamos y hacíamos bromas, hasta que llegó un momento en que mis pies ya no re- sistían más, así que le pedí a uno de mis compañeros de marcha que me llevara en hombros”.

Justo al llegar a la Plaza Edmond Rostand, Caroline vio a un grupo de fotógrafos y sus reflejos de modelo profesiona­l la hicieron adoptar la postura de una verdadera revolucion­aria: “Enderecé la espalda y posé bien. Era importante porque llevaba la bandera de Vietnam, la bandera de un país en guerra que me había dado el chico que me cargó. Me puse seria y tuve una emoción en ese momento que no había tenido en toda la marcha. En la medida en que jugué el juego, todo se volvió verdadero para mí. Levante el brazo empuñando fuerte la bandera y me quedé mirando hacia delante”.

Jean-Pierre Rey, uno de los reporteros gráficos de la agencia Gamma disparó su cámara y la fuerza de la pose de la señorita De Bendern en esa foto hizo que editores y directores de revistas y periódicos de todo el mundo la escogieran para sus primeras planas. La imagen era perfecta para ilustrar la magnitud del movimiento estudianti­l que se estaba extendiend­o por toda Francia: una mujer revolucion­aria sobre los hombros de un hombre –en una época en la que apenas se empezaba a hablar de liberación sexual y de derechos de las mujeres– protestand­o contra la guerra de Vietnam, empuñando la bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam y en medio de un cortejo multitudin­ario de gente joven gritando arengas.

LOS FOTóGRAFO S NO DEJARON DE DISPARAR SUS

CáMARAS PARA MOSTRAR LOS BULEVARES REPLETOS DE

MANIFESTAN­TES QUESOS TENíAN PAN CARTAS EN LASQUE SE LEíANALGU NOS DELOS EM BLE MASMáS REPRESENTA­TIVOS

DEL MOVIMIENTO :“PROHIBIDO PROHIBIR ”,“SEAN REALISTAS, PIDAN LO IMPOSIBLE” Y “LA IMAGINACIó­N AL PODER”.

Ese día, la Sorbona reabrió sus puertas después de diez días de cierre. Los estudiante­s tomaron posesión del edificio aunque la facultad se había declarado en huelga. Como si fuera poco, en la tarde fueron liberados cuatro estudiante­s que habían sido condenados días antes, lo cual fue leído como una victoria por los estudiante­s que no paraban de vociferar: “Liberen a nuestros camaradas” y “No más policía en el Barrio Latino”. Y mientras los cortejos avanzaban de la Plaza de la República a la de Denfer-Rochereau, atravesand­o París de norte a sur, a lo largo de las cinco horas que duró la manifestac­ión, los fotógrafos no dejaron de disparar sus cámaras para mostrar los bulevares repletos de manifestan­tes que iban cogidos de las manos o armando cadenas con los brazos entrelazad­os. Otros sostenían pancartas en las que se leían algunos de los emblemas más representa­tivos del movimiento: “Prohibido prohibir”, “Metro, trabajo, dormir”, “Corre, camarada, el viejo mundo está detrás de ti”, “El poder se halla en la punta del fusil”, “Sean realistas, pidan lo imposible”, “La imaginació­n al poder” y “No quiero perder mi vida ganándomel­a”.

Unos días después de la marcha, Caroline viajó a Roma para una sesión fotográfic­a con Jackie Raynal, una amiga suya que había sido arrestada por armar barricadas de adoquines en las calles de París. De repente, mientras caminaba por la ciudad, descubrió su fotografía en la portada de la revista L’Espresso.

“Estaba caminando frente a un quiosco de periódicos y al verla me dije: ‘Al menos es una buena foto’, pero no me di cuenta en ese momento del impacto político y simbólico de la imagen, ni me imaginé que le hubiera dado la vuelta al mundo. La miré con los ojos de la modelo que era y como me gustó, compré la revista, corté la foto y la puse en mi book. Pensé que si alguna vez necesitaba­n a alguien para sostener una bandera, ahí estaría yo para hacerlo. También recordé que cuando vi a todos esos fotógrafos, pensé que debía posar bien, porque si la foto era mala y se publicaba en un periódico, no iba a ser bueno para mi imagen”.

Lo paradójico es que la foto resultó tan buena, que terminó arruinando su carrera de modelo. Poco importó que Caroline tuviera contratos con la agencia neoyorquin­a de Eileen Ford y con la parisina de Catherine Harlé; tampoco que tuviera experienci­a en desfiles con grandes casas de modas como Dior, en avisos publicitar­ios que aparecían en VogueItali­a, en reportajes de moda francesa para varias entregas de Le Jardindes Modes y en la imagen central de alguna portada de la revista Amica, de Milán.

Una tras otra se fueron cerrando todas las puertas. Las agencias y las marcas empezaron a rechazarla, pues su imagen ya era tan icónica y tan familiar a los ojos del público –tanto francés como del mundo entero– que nadie quería que sus publicidad­es estuvieran asociadas con una “peligrosa revolucion­aria”. “Las directoras de las agencias me sermoneaba­n por mi imprudenci­a y acababan mis contratos sin darme una segunda oportunida­d”, recuerda Caroline. “Y fue así como la explosión mediática hizo que me empezaran a llamar “la Marianne del 68”.

Caroline vive desde hace más de cuarenta años en Francia y sabe que solo ella ha sido situada a la altura de la Marianne, un auténtico honor para cualquier mujer francesa. La Marianne es uno de los principale­s símbolos democrátic­os de Francia y de sus valores: libertad, igualdad, fraternida­d. Representa precisamen­te el triunfo de la República y por eso se encuentra en muchos documentos oficiales, hay bustos de ella en las alcaldías y oficinas públicas. Además, su figura es siempre la primera invitada a las ceremonias en las que los extranjero­s obtienen la nacionalid­ad francesa. Pero, sin duda, la Marianne más recordada es la que creó el pintor romántico Eugène Delacroix en su célebre óleo Lalibertad guiandoalp­ueblo, que pintó para conmemorar la Revolución de 1830, y en la que ella es una alegoría de la libertad.

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