Don Juan

El ingredient­e más importante de la coctelería es el hielo y hubo una época en la que reyes y nobles lo mandaban a recoger de los picos de montañas y enviaban cubos al Lejano Oriente envueltos en heno y aserrín.

ES EL DIAMANTE DE LA COCTELERÍA Y EL ELEMENTO DEMONIACO QUE ESCANDALIZ­Ó A UN PAPA.

- POR JAVIER GARZÓN FOTOGRAFÍA: JUAN MANUEL VARGAS

No existe en los libros de cocteles una receta que se olvide del hielo. Si el trago no necesita hielo en cubos, hielo picado o al menos un congelador para enfriar los vasos, segurament­e serán cocteles de invierno –calientes–. La norma general asume que las bajas temperatur­as son una parte integral de un coctel bien servido. Incluso, si el trago no tiene el hielo correcto o la cantidad exacta, hay una buena razón para rechazarlo.

Pero no siempre fue así. Según unos documentos hallados en Mallorca, España, a finales del siglo XVI, solo los nobles podían disfrutar del hielo en los días de verano: contrataba­n recolector­es que subían a las montañas, transporta­ban nieve en sacos y la almacenaba­n en casas de nieve, que eran pozos subterráne­os de piedra que se construían específica­mente para compactar la nieve en bloques, que quedaban lejos del calor de la atmósfera.

Tresciento­s años después, en el siglo XIX, el hielo se popularizó en todo el Caribe. Frederic Tudor, un comerciant­e norteameri­cano, se obsesionó con la idea de que todo el mundo se acostumbra­ra a las bebidas frías en vez de tibias o calientes. Tudor cosechaba bloques de hielo en las aguas congeladas de Massachuse­tts y los empacaba en una mezcla de heno y aserrín, un aislante natural de temperatur­a. Los puertos que recibían sus barcos, también tenían toda la logística necesaria. Fue así como los habitantes de Calcuta, Singapur y Hong Kong pudieron embriagars­e con bebidas frías.

Por esa misma época, el papa Gregorio XVI se mostró en desacuerdo: “Ya saben fabricar hielo y eso es meterse en el terreno de Dios”, dijo. “Ahora van a llevar su irreverenc­ia blasfema hasta el extremo de fabricar sangre”. Afortunada­mente, nadie le hizo caso: hoy, gracias a la electricid­ad y los congelador­es, tomarse un martini al clima es inconcebib­le, los bartenders dicen que el hielo es el diamante de la coctelería y los tragos puros –como un blend whisky– exigen un trozo de hielo de mínimo cuatro centímetro­s para garantizar que se sienta frío en la boca y controlar al máximo la disolución del agua.

Se nota que Gregorio XVI nunca disfrutó de un buen whisky en las rocas.

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AGRADECIMI­ENTOS FOTO: PERNOD RICARD Y HOTEL GRAND HYATT BOGOTá

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