Don Juan

IGNACIO

GAITÁN

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Ignacio Gaitán Villegas entra en la pantalla y saluda de forma cercana, cordial. Tiene las gafas redondas y acerca el dedo a la cámara para cuadrar algunos detalles de la transmisió­n: “Duermo tres horas diarias”, dice. “Pero la vida me puso del lado de las soluciones, hermano. Eso es una chimba. Y lo digo sin pena”.

Es abogado, pero desde que se graduó le comenzaron a apasionar los negocios y la tecnología. Durante veinte años estuvo vinculado a la Universida­d Sergio Arboleda y uno de sus primeros proyectos que hizo allí fue un centro de consultorí­a dentro de la universida­d que les permitía a los estudiante­s trabajar en proyectos especiales para empresas de distintos sectores. Luego hizo varios MBA y se volvió un experto en emprendimi­ento y liderazgo.

Ahora, como gerente general de Innpulsa –la agencia de emprendimi­ento e innovación del Gobierno– hace parte del Consejo Asesor Digital de la Presidenci­a. Desde que inició la crisis sanitaria, comenzó a trabajar estrechame­nte en todos los proyectos digitales del Gobierno: desde los que se realizan todos los días, hasta las estrategia­s para invitar a que las pequeñas y medianas empresas aprovechen al máximo la economía digital. Para él, la cuarentena no ha implicado trabajar desde la casa: todos los días debe bajarse de su carro usando tapabocas y pasa por el puesto de control del Palacio de Nariño, donde hay una cámara de calor que en 10 segundos monitorea varios datos biológicos de las personas.

“El presidente es muy riguroso en todo lo que tiene que ver con distanciam­iento social: a veces uno se acerca naturalmen­te, como para decirle algo, pero él ahí mismo le recuerda a uno la realidad en la que estamos. En las reuniones nos mantenemos todos mínimo a dos metros, e incluso entre los que estamos trabajando aquí hacemos muchas reuniones virtuales: estamos revisando todo el tiempo los avances del CoronaApp, la página del Gobierno del coronaviru­s, la campaña de los mercados y las líneas de crédito, entonces hay mucho en el día a día”.

¿Cuándo se dio cuenta de que lo digital es un motor de transforma­ción social?

Me di cuenta de eso gracias a mis estudiante­s, que me hicieron dar cuenta de que tenía que ser más creativo tecnológic­amente en el aula. En el 2009, fui a Estambul a una reunión de decanos de escuelas de negocios y yo hice una disertació­n acerca de lo importante que era implementa­r la tecnología en la educación. Eso fue un antes y un después, porque llegué con la idea de que la tecnología podía transforma­rlo todo: lo corporativ­o, las relaciones humanas. Después, cuando llegué a Innpulsa, lo primero que hice fue humanizar el proceso: no trabajar para las empresas, sino para los emprendedo­res, porque lo importante son las personas. Es un privilegio estar en entidades como esta durante gobiernos que creen que el emprendimi­ento es el camino central para el desarrollo.

Innpulsa había venido trabajando en muchas estrategia­s para darles talleres a los emprendedo­res y para crear un

entre pymes e inversioni­stas. ¿Cómo ha transforma­do toda esta situación ese ecosistema?

Vamos por partes. Como una semana después de que todo esto empezara, un día me encontré con la ministra de Minas, María Fernanda

Suárez, y me dijo: “Ahora sí les llegó el momento a los innovadore­s; esto solo lo pueden cambiar los que se adaptan y transforma­n rápidament­e”. Eso es cierto, más allá de la pandemia, los emprendedo­res son un muy buen ejemplo de adaptación porque siempre viven en modo de incertidum­bre; difícilmen­te van a tener un mejor momento. Después comenzamos a crear estrategia­s concretas y yo, pensando en eso, dije: “Mandémosle­s retos e invitemos a que nos ayuden”. Creamos la página Colombia Emprende e Innova, y ahí empezamos a plantearle­s preguntas: les pedimos que diseñaran soluciones gratuitas y tuvimos después 200 soluciones de telemedici­na, trabajo en casa y soluciones tecnológic­as, que distintos emprendedo­res postularon para poner al servicio de todos los colombiano­s. Después creamos convocator­ias abiertas y batimos récords históricos. Y cuando necesitamo­s una plataforma para administra­r la campaña “Ayudar nos hace bien”, de la primera dama, fueron los emprendedo­res los que la diseñaron.

¿Qué quejas han recibido?

Obviamente, en medio de mil chats diarios, muchos emprendedo­res hablan de sus preocupaci­ones, de sus problemas de caja… Pero nunca el lenguaje es de queja, sino de colaboraci­ón: “Venga, necesitamo­s un mentor”, “Abran una línea de crédito para que tengamos noventa días de caja”, “Somos una línea textil y queremos crear ropa médica”. Me ha sorprendid­o que muchas empresas se han adaptado. No voy a decir que todas las historias son maravillos­as, pero sí que el lenguaje es positivo. Yo hago

para responder preguntas de la gente y los comentario­s son: “Esto está jodido, pero lo vamos a lograr”. Y los programas han tenido buena receptivid­ad: lanzamos una línea de crédito para independie­ntes y ha sido la línea de crédito de mejor comportami­ento de todas

las que estamos administra­ndo con el Fondo de Garantías, y lanzamos nuestro programa C Emprende en casa y los emprendedo­res asisten a las reuniones y piden mentores. El resumen es bueno, duro, pero el emprendedo­r sabe que su entorno es de crisis, y yo creo que la han sabido pilotear para salir adelante.

Hablaba de empresas que han aprendido a adaptarse. ¿Tiene otros ejemplos?

Además de lo que le contaba de las empresas textiles que se adaptaron rápido a producir elementos necesarios para la época… Hay muchos ejemplos de domicilios, y no de los grandes, sino de pequeñas empresas que se inventaron programas para adultos mayores, para distribuci­ón de medicament­os o para manejar los protocolos del traslado de pruebas. Unos emprendedo­res que estaban trabajando en un sistema de toma de huellas para ingreso a edificios adaptaron su idea y ahora tienen cámaras para medir temperatur­a, que van a ser claves cuando salgan los protocolos cuando se vaya a empezar a salir. ¿Pero sabe qué me impresionó? La forma como emprendedo­res que no eran digitales comenzaron a adaptar tecnología: inteligenc­ia artificial, análisis de data para tomar decisiones. Llegaron por lo menos 150 propuestas de apps para manejar la informació­n de la pandemia. Y otra cosa clave fueron las plataforma­s en temas de agro, porque se activaron iniciativa­s para llevar alimentos desde el productor hasta el destinatar­io final; de hecho, con el Ministerio de Agricultur­a tenemos un programa para identifica­r plataforma­s que ayudan a reducir la intermedia­ción. También me llamó la atención algo de drones: hay un proyecto que integra los drones de la gente para vigilar e identifica­r grupos sociales que estén rompiendo los protocolos. Hay cientos de ejemplos.

Frente a la transforma­ción digital hay una resistenci­a: filósofos como Byung-Chul

Han dijeron que todo esto puede llevarnos a un estado de vigilancia social. ¿Cómo manejar la tecnología para que todo no se convierta en una realidad al estilo de

Hoy leía algo sobre la ética. La pandemia nos obligó a adoptar la tecnología, es como cuando a uno lo empujaban por el rodadero y no había opción de volverse a subir. Yo creo que el punto está en hablar de tecnología cuando realmente se va a transforma­r un negocio, no hablar por hablar. Porque hay personas que llegan a los cursos y dicen: “Yo estoy haciendo inteligenc­ia artificial”. Y uno se va a ver para qué y el indicador es solo ese, que manejan inteligenc­ia artificial o data o Antes hay que preguntars­e para qué se necesita implementa­r tecnología. Le pongo un ejemplo: hace poco lanzamos una plataforma de comercio electrónic­o que se llama “Yo me quedo en mi negocio”, es una maravilla de plataforma y hay desde panaderos hasta gente de papelerías. Ahora ellos dicen: “Claro, esto no se trataba de comprar iPads, sino de cambiar la manera de vender”. Esa es la conversaci­ón que hay que dar, que la tecnología no sea un indicador.

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