Educación (Colombia)

Ahora que no hay guerra, hablemos de educación rural

Tras los acuerdos en La Habana, hay una tarea clave: llevar la formación académica a las regiones más apartadas. ¿Qué iniciativa­s pedagógica­s surgen de la Colombia profunda y cuál es el panorama de los estudiante­s campesinos?

- POR SEMANA RURAL

Los estudiante­s del colegio Antonio Molina, en el sur del Tolima, tardan horas en llegar a clase. La institució­n queda en San José de las Hermosas, un corregimie­nto del municipio de Chaparral, a cinco horas del casco urbano. Los alumnos deben tomar una chiva destartala­da y transitar por una carretera en mal estado. Por otro lado, en Buenaventu­ra existen problemas de cobertura. El Gobierno local detectó escuelas que, bajo la figura de ‘colegios por cobertura educativa’, funcionan en casas con pésimas condicione­s y no cuentan con baños adecuados. Estos son apenas dos casos que reflejan la situación de la educación en las regiones más apartadas. Suena paradójico que, en plena construcci­ón de un nuevo país, donde las miradas apuntan al desarrollo rural y regional, las nuevas generacion­es de campesinos quieran salir de sus territorio­s por las escasas opciones para formarse académicam­ente. Ellos resienten en estas poblacione­s con mala infraestru­ctura educativa, carencia de docentes y programas académicos alejados de sus realidades. “Los jóvenes que pretenden salir del campo caen en un círculo vicioso: muchos no llegan a cursar estudios superiores; los pocos que lo logran no vuelven. Entonces, lo que hacen es generar desarraigo”, dice Pablo Vera Salazar, rector de la Universida­d del Magdalena, al revisar el caso de los estudiante­s de esta parte del Caribe. De 18.000 estudiante­s de la institució­n, según Vera, apenas 152 provienen de áreas rurales. Ellos, antes de escoger una Ingeniería Agronómica o Pesquera, prefieren irse por la Medicina, la Administra­ción de Empresas y el Derecho, lo que no está mal, de no ser porque no retornan a sus lugares de origen para ejercer su profesión. La poca participac­ión de estudiante­s rurales en las universida­des, así como la escasa oferta de programas académicos en los municipios, son apenas la punta del iceberg del problema, según explica el viceminist­erio de Educación Superior. Aunque en todo el país está garantizad­o cursar los primeros años de vida escolar y la secundaria, hay una fuga del 52 % una vez los jóvenes obtienen el cartón de quinto de primaria. Esto ocurre debido a las distancias de las institucio­nes y lo costoso que les resulta a los campesinos enviar a sus hijos a las cabeceras municipale­s para estudiar. A pesar del panorama que enfrenta la educación rural, en los últimos años se han dado algunos empujones para mejorarla. Hay una ruta trazada por la Misión para la Transforma­ción del Campo que va de la mano con lo pac-

tado por el Gobierno y las Farc. Óscar Sánchez, coordinado­r del Programa Nacional de Educación para la Paz (Educapaz), señala que hay al menos 18 disposicio­nes del Acuerdo de La Habana en las que se hace imperativo trabajar los componente­s de educación y juventud. El presidente Juan Manuel Santos firmó recienteme­nte dos decretos relacionad­os. Uno de ellos es el decreto 882, que busca beneficiar al menos a 50.000 niños, promoviend­o el nombramien­to de 1.840 profesores en las zonas más afectadas por el conflicto. Pero también algunos expertos proponen recuperar el concepto de Escuela Nueva, que nació en Colombia en 1976, con el fin de mejorar la pertinenci­a de la escolarida­d rural y estimular un aprendizaj­e centrado en el niño, articulado con un calendario flexible, sistemas de evaluación y nivelación especiales, y un currículo relevante basado en la vida cotidiana. Falta mucho camino por recorrer y es necesario afinar las iniciativa­s que permitan mejorar la educación y las opciones de formación para las nuevas generacion­es de campesinos colombiano­s.

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