Tú y tu cursito online...
Aunque parezca más rentable, pocos conocen el armazón que sostiene a la educación en línea.
Para nadie es un secreto que los nuevos desarrollos tecnológicos han derribado barreras de acceso a la educación. En los últimos años, gracias a la permeabilidad de Internet y los dispositivos tecnológicos –omnipresentes en la vida de las personas–, se han multiplicado las ofertas de cursos, pregrados y maestrías online. La facilidad y conveniencia de estos programas son tan atractivos para los estudiantes como para las universidades. Por un lado, ofrecen la oportunidad de trabajar y estudiar al mismo tiempo y, por otro, pareciera que estas instituciones tienen la posibilidad de captar alumnos sin que esto signifique una inversión monumental en infraestructura, servicios y profesores. Las ventajas que podría ofrecer esta modalidad educativa a un gobierno que busca optimizar recursos serían, bajo esta lógica, invaluables. Sin embargo, contrario a lo que se piensa, ofrecer un curso en línea necesita de un armazón por lo general, gigantesco, que permanece oculto detrás de bastidores y que solo pocos llegan a conocer. La inversión en marketing, adaptación de contenidos y retención de los estudiantes puede llegar a superar los gastos de los cursos presenciales y, contrario a lo que podría creerse, según un informe de WICHE Cooperative for Educational Technologies (WCET), elegir esta modalidad en la mayoría de los casos resulta más costoso. EL ANDAMIAJE Lo cierto es que ofrecer un curso online implica un cambio de lógica y pensamiento. Si bien idear este tipo de programas en un principio era tan fácil como subir las presentaciones de Power Point de los profesores a una plataforma, actualmente diseñarlos requiere no solo adaptar los contenidos, sino asegurarse de integrar estrategias pedagógicas diferentes –como la ludificación (gamification)– para hacerlos más diversos y flexibles. Así pues, la conversación ha comenzado a girar alrededor de preguntas como estas: ¿cómo asegurar el aprendizaje en cursos online?, ¿cómo garantizar un ambiente de aprendizaje en línea? Este tipo de interrogantes han cambiado la
estrategia pedagógica de estos programas para promover el autoaprendizaje. El diseño de la plataforma y los contenidos, por consiguiente, debe asegurar medir el aprendizaje de los estudiantes. Gracias a esto, la interacción entre los alumnos y la interactividad de las asignaturas se convirtieron en aspectos esenciales. Como es de esperarse, esto cambió el formato de los contenidos y las clásicas presentaciones se convirtieron en videos cortos, actividades, foros, simuladores y, en algunos casos, juegos. Según un estudio conducido por Robyn Defelice y Karl Kapp, autor del best seller The Gamification of elearning and Instruction (La ludificación de la enseñanza y el aprendizaje online), producir una hora de contenido educativo en línea necesita en promedio entre 90 y 240 horas. A esto se suma que, según otro estudio conducido por Chapman Alliance, compañía que investiga sobre esta manera de aprendizaje, producir solo una hora de uno de estos cursos cuesta 10.000 dólares.
EL MERCADEO
“No se trata solo de captar estudiantes, nosotros somos muy cuidadosos porque estamos vendiendo un sueño, no un carro o una casa”, comenta Jhon Jairo Varón, gerente financiero de Academic Partnerships, una empresa dedicada a manejar programas online (OPM por su nombre en inglés). De hecho, el propósito principal de empresas de este tipo es prestar servicios de marketing, seguimiento y asesoramiento de programas en línea a universidades que, por presupuesto o pericia, deciden tercerizar este servicio. Las OPM, sin duda, prestan un servicio de vital importancia: la persuasión y captación de clientes de un curso diseñado sin presencia física es un trabajo costoso y bravío. Solo la inversión en licencias de software de marketing puede llegar a alcanzar la suma de 430 millones de pesos al año. El contact center (centro desde el que contactan a los interesados) representa para estas compañías aproximadamente entre 35 y 45% de sus ingresos. Encontrar el público, rastrearlo, hacerle seguimiento y finalmente vincularlo al programa es un trabajo arduo tanto de inteligencia artificial como de seguimiento personal. “Los softwares que tenemos recolectan muchos datos. No solo clasifican a los interesados, también nos muestran sus afinidades y a partir de ellas comenzamos a microsegmentar las campañas publicitarias. Una vez logramos esto, los contactamos desde nuestro call center”, comenta Varón.
LA DESERCIÓN, EL GRAN PROBLEMA
Los cursos en línea no son ajenos a uno de los problemas que más aqueja al sistema educativo: la deserción. Y como el gasto en marketing, la inversión para asegurar que los estudiantes completen el programa educativo que eligieron no es menor. Para hacer seguimiento de la asistencia de los alumnos, la participación del profesor y la operación del curso existen diferentes programas que, con inteligencia artificial, muestran un claro panorama del estado de la clase. Dropout Detective, por ejemplo, mide la partición de cada uno de los estudiantes en la plataforma e identifica diferentes factores de riesgo de deserción, entre ellos el que se genera por falta de recursos económicos, el de abandonamiento por exceso de carga laboral y el factor psicológico. La gestión, sin embargo, no termina ahí. Quienes han sido identificados por el sistema con algún tipo de riesgo de deserción probablemente recibirán más de una llamada semanal de chequeo y motivación. “Esto con el fin de asegurar el porcentaje de permanencia que tenga la universidad, usualmente superior al 85%”, asegura Varón. Si bien puede que en muchos casos los costos de un curso online no superan los de las clases presenciales, tener en cuenta el trabajo y esfuerzo de esta modalidad educativa es valioso cuando se trata de tomar decisiones de largo alcance.