Chile: un ejemplo a seguir
Con su particular acento chileno, Adriana Delpiano comienza a relatar lo que fue la reforma educativa en su país. Cambios que se dieron desde la primera infancia hasta la educación superior, sin dejar de lado al cuerpo docente. “Llegué al ministerio después de una huelga de profesores que duró casi dos meses. ¡Un gran recibimiento!”, recuerda entre risas. Menciona el hecho para ilustrar que las transformaciones no son fáciles. Pese a la resistencia lograron cambios sustanciales que hoy día son leyes de la República y prometen dar continuidad a iniciativas que pusieron a Chile en el primer lugar en calidad educativa de la región. Hasta antes de la reforma, el país austral tenía un sistema educativo que, en términos de cobertura, estaba muy bien. Delpiano, sin embargo, se refiere a él a nivel general como algo raro y anómalo, que no existía en ningún país de América Latina. Usa estas palabras para hablar de la diferencia entre los colegios públicos, administrados por los municipios, y los particulares subvencionados, que recibían el mismo apoyo económico de una institución pública y además cobraban un copago a las familias. Este fue un punto crucial en la reforma. “La educación se había estratificado y se estaba convirtiendo, además, en un negocio para algunos y un gran problema social para todo el país”, afirma. La educación superior también necesitaba ajustes, así como la parvularia y la relación con los profesores que, según ella explica, “venían con reivindicaciones históricas de una licenciatura mal paga, con profesores de regular desempeño junto a unos muy buenos. Había que generar una carrera docente que permitiera una evaluación y un salario acordes con la importancia de su profesión”. Con este diagnóstico en mente comienza la transformación. Lo primero que hizo fue abrir 70.000 nuevos cupos para niños de 0 a 4 años. Esto significó construir 840 jardines infantiles y sala cunas. Las educadoras de párvulos entraron a la carrera docente, es decir, al igual que los de básica y media fueron evaluados no solo en conocimiento, sino también en la forma en que enseñaban: cómo preparan las clases, metodologías, creatividad y rigurosidad en su trabajo. “Esto permitió hacer una mejora sustantiva en el sueldo, entre otras cosas porque se niveló salarialmente la docencia a otras carreras como ingeniería o agronomía”, explicó Delpiano. Se dictó, así mismo, otra ley para que los colegios particulares subvencionados se transformaran en instituciones sin fines de lucro. “En la medida en que la subvención aumenta va disminuyendo el copago que generan los padres. No se eliminó de una vez completamente, sino que se fue haciendo paulatinamente para que ningún colegio perdiera ingresos”, agrega. Pero el gran cambio de la reforma estuvo en la capacidad administrativa. Los 345 municipios que funcionaban de manera autónoma y casi independiente pasaron a depender de 70 servicios locales que cuentan con patrimonio propio, un director y un consejo. “Es un sistema descentralizado a mayor escala que solo se encarga de educación, no como la municipalidad que tiene que ocuparse, además, de sacar el presupuesto para la basura, iluminar las calles y de la educación”, afirma. Para Adriana Delpiano, aunque Chile lleve la batuta en calidad educativa de la región, aún falta mucho camino por andar y lo ideal sería transitarlo junto con los demás países de América Latina.