OPINIÓN
La atención a los adolescentes está ausente en el debate público y no hace parte de las prioridades de acción del Gobierno.
Colombia ha hecho esfuerzos importantes por tener una estrategia integral de atención a la primera infancia que garantice que los niños menores de cinco años, particularmente los más vulnerables, tengan acceso a salud, nutrición y educación inicial. Si bien falta un largo camino por recorrer, se ha logrado posicionar el tema en la agenda pública. Hoy, hay una mayor conciencia sobre los grandes beneficios de invertir en los primeros años de vida. Varias investigaciones han mostrado que tener la oportunidad de nacer y crecer en un ambiente protector, con una alimentación adecuada y un entorno educativo de calidad, tiene un impacto significativo en el desarrollo cognitivo y socioemocional, y en la probabilidad de continuar de manera exitosa por el sistema educativo. El Gobierno nacional y algunos Gobiernos locales han tomado en serio esta evidencia para tomar acciones concretas en torno al desarrollo de la primera infancia. Pero, en contraste con la importancia que se la ha dado a la primera infancia, la atención a los adolescentes está ausente en el debate público y no hace parte de las prioridades de acción del Gobierno. De alguna manera, se ha convertido en creencia que solo debemos intervenir en los primeros años de vida. Sin embargo, lo que muestra la evidencia científica es que durante la adolescencia se desarrollan y consolidan habilidades cognitivas, sociales y emocionales que tienen impacto a lo largo de la vida adulta. Un estudio reciente publicado en la revista Lancet muestra que la inversión en la adolescencia, al igual que en la primera infancia, trae altos retornos para la sociedad. En particular, estiman que las intervenciones para mejorar la cobertura y calidad en educación secundaria pueden generar beneficios que son 12 veces más grandes que los costos. Uno de los retos más grandes en Colombia es la deserción durante la secundaria. Actualmente, tenemos cerca de 2.000.000 de jóvenes entre 14 y 24 años que no son bachilleres y están por fuera del sistema educativo. Según datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida, la razón principal para no estudiar que reportan los hombres entre 14 y 18 años es que no les gusta. Para las mujeres entre 14 y 18 años, en cambio, el motivo principal es tener que encargarse del hogar. Esto claramente indica una falla en nuestro sistema educativo y el sistema de protección social que no han sido capaces de brindarles a nuestros jóvenes las condiciones para mantenerse y progresar a lo largo del sistema educativo. Otro reto no menos importante es la falta de continuidad para quienes logran graduarse de la educación media. Según cifras del Ministerio de Educación Nacional, menos de la mitad de los bachilleres ingresan a la educación superior. Peor aún: solo 35 % de los estudiantes que inician una carrera universitaria y el 27 % de los que inician una carrera técnica o tecnológica se gradúan. A pesar de la dimensión del problema, el país no cuenta con una estrategia clara para promover la permanencia y progreso a lo largo de la secundaria y facilitar el tránsito a la educación superior. Se han implementado algunas iniciativas importantes como la gratuidad educativa o los programas Más Familias en Acción y Jóvenes en Acción que reducen las barreras económicas de asistir a una institución educativa. En efecto, las evaluaciones de impacto han mostrado que este tipo de programas reducen significativamente la deserción. Pero debemos ir más allá si queremos retener a todos nuestros jóvenes en el sistema educativo y, más aún, si queremos que alcancen un alto nivel de aprendizaje y desarrollo. La construcción de la paz será imposible si nuestros jóvenes no tienen la oportunidad de desarrollarse plenamente. Al igual que con la primera infancia, se requiere de manera urgente una estrategia clara hacia la adolescencia y juventud.