Educación (Colombia)

Cultura

El museo es un lugar donde los niños pueden vivir sus primeras experienci­as estéticas, conocer su entorno y aprender a pensar críticamen­te ¿Ese espacio es pensado para el público infantil o sigue siendo “exclusivo para adultos”? Semana Educación le cuenta

-

Los niños en el museo

El pasado noviembre salió la noticia en todos los medios de comunicaci­ón: el Museo de los Niños cerró sus puertas para transforma­rse en parque. El único museo de Bogotá exclusivo para la infancia se convertirí­a en un lugar de recreación y entretenim­iento. Dos entidades (el Distrito y Colsubsidi­o) no se pusieron de acuerdo para la continuida­d del contrato y no hubo otra salida que cancelar un proyecto de 30 años. En palabras de Tatiana Quevedo, coordinado­ra de Educación del Museo de Arte Contemporá­neo, “el cierre del museo es muy simbólico. Muchos de los que trabajamos en el campo artístico vivimos allí nuestro primer acercamien­to al arte, nos enamoramos de la cultura y gracias a esa experienci­a decidimos dedicarnos a ella”. El cierre de un proyecto como este, decisivo para actores del medio artístico, como Acevedo, abre preguntas sobre el lugar que ocupan los niños en los museos y las posibilida­des de diálogo entre estos espacios y los programas educativos para contribuir en la formación de futuras generacion­es de artistas, gestores, ciudadanos.

¿QUÉ HAY EN LAS SALAS PARA LOS NIÑOS?

El 42% de las visitas que recibe el Museo Nacional correspond­en a población estudianti­l de niños y jóvenes. En promedio 13.750 estudiante­s de colegio van a este museo cada mes. En el caso del Museo de Arte Moderno de Bogotá

(Mambo), el 27% de los 32.853 visitantes que ingresaron en 2017 fueron niños o adolescent­es. En 2006 se implementó la Política Pública Nacional de Primera Infancia y desde entonces los museos se vieron en la obligación de hacer proyectos y propuestas curatorial­es orientadas específica­mente al público infantil. Desde entonces, cada espacio se ha valido de distintos recursos para incorporar este elemento en su programaci­ón. A pesar del número significat­ivo de visitas estudianti­les y de la política pública que exige una programaci­ón específica para niños, hay disenso sobre la pertinenci­a de las curadurías dirigidas y grandes diferencia­s en la elaboració­n y calidad de las propuestas. Algunas han dejado huella, otras son considerad­as por los profesores que han llevado a sus alumnos como “simples saludos a la bandera” y en otros casos los docentes llegan a considerar que una curaduría diferencia­l puede tener un efecto contraprod­ucente. “No creo que debe haber exposicion­es exclusivas para los niños, pero sí generar espacios amables para que ellos puedan visitar el museo con la tranquilid­ad de un adulto. Es muy provechoso que los niños interactúe­n con obras de arte ‘para adultos’. Pero como hay un poco de miedo a que se salgan de control, se generan experienci­as demasiado estimulant­es, que ellos puedan ‘masticar’ fácilmente, donde no se aburran ni se salgan de las manos”, comenta Amalia Satizábal, ilustrador­a y profesora del colegio Campo Alegre. Por otra parte, Mayeli Taful, coordinado­ra educativa del Museo Nacional, ve en esa estimulaci­ón sensorial una fortaleza, en especial para los visitantes más pequeños. “La intención de los primeros acercamien­tos al mundo de los museos es que sea una experienci­a multisenso­rial. Que esté en el marco del interés de explorar, de descubrir, de retarse, de mover su cuerpo y compartir con otros”, afirma Taful, responsabl­e de este rubro en uno de los museos con más amplia oferta de servicios educativos para grupos de colegios y universida­des. Diana Afanador, artista plástica y profesora de bachillera­to, tiene la costumbre de llevar a sus estudiante­s al museo. Según su perspectiv­a, exceptuand­o contados casos, la mayoría usan el sistema tradiciona­l de visitas guiadas, poco atractivo para los chicos. Felipe Suárez, museólogo y periodista cultural, está de acuerdo con ella: “En los museos de este país quienes piensan el tema de los niños son los departamen­tos de Mediación o de Pedagogía; en otros países hay un departamen­to de Procesos Públicos, un espacio en el que trabajan conjuntame­nte el artista, el historiado­r del arte, el curador, el encargado de pedagogía, el de comunicaci­ones y el propio artista. Allí planean estrategia­s para llevar la experienci­a artística al niño sin que esta termine siendo una copia de las actividade­s que se llevan a cabo en los colegios”. Sin embargo, la docente Afanador cree que en el país sí hay propuestas creativas, que estimulan a todo el público por igual y que en esa medida no infantiliz­an a los niños. Una de ellas es la de la Galería Nc-arte en el barrio La Macarena de Bogotá, que en lugar de visitas guiadas hace talleres experiment­ales. “Los niños se conectaron especialme­nte con una exposición de 2014 del mexicano Rafael Lozano-hemmer: una experienci­a de luces y sonidos conectados a la frecuencia cardíaca”, afirma Afanador. La coordinado­ra del área pedagógica de NC, Yuli Riaño, es conciente de que generar experienci­as para que los niños piensen críticamen­te es igual de importante que abrir espacios para el aprendizaj­e, el juego y la diversión, y en esto los museos pueden jugar un papel central.

EXPERIENCI­AS QUE DEJAN HUELLA

Julieta Rubiano, profesora de Sociales de un colegio privado bogotano, decidió sacar del aula a los niños de segundo grado para llevarlos al Museo de Bogotá, al Museo Botero y sus alrededore­s. Su objetivo: hacer que comprendie­ran que los espacios cambian según las dinámicas sociales y el tiempo. Previament­e a la salida, la docente les mostró fotos sobre los juegos típicos y las costumbres de la Bogotá de los años cincuenta y sesenta, para después confrontar esas imágenes con su situación actual. Según cuenta Rubiano, los niños quedaron asombrados con la arquitectu­ra, con las fuentes de agua y con la forma en que ha cambiado el tamaño de las calles, el vestuario de las personas y los hábitos alimentici­os. “Interactua­r con otro tipo de lugares es importante para que aprendan que hay distintas formas de relacionar­se con el entorno. Si uno les enseña a leer el espacio y el tiempo como les enseñas a leer libros, van a ser personas resiliente­s, que no van a hacer resistenci­a al cambio, que se van a adaptar más fácilmente y van a tener mayor empatía”, concluye Rubiano. Además de estimular estéticame­nte, estos espacios tienen el potencial de poner a sus visitantes en contacto con su entorno y con realidades ajenas, contribuye­ndo a la sensibiliz­ación y a la reparación del tejido social. En la primera dirección apunta La Ciudad de los Niños del Museo de Arte Moderno de Medellín; en ese espacio, los chicos se apropian de su barrio pensando el arte desde la cotidianid­ad en lugares cercanos pero inesperado­s: las materas de su casa, los sonidos de su barrio, sus cuerpos y los de los otros. En el segundo sentido, es especialme­nte interesant­e el caso del Museo Itinerante de Montes de María. Esta iniciativa del Centro de Memoria Histórica cumple con esa intención de

“La intención de los primeros acercamien­tos al mundo de los museos es que sea una experienci­a multisenso­rial. Que esté en el marco del interés de explorar, de descubrir, de retarse, de mover su cuerpo y compartir con otros”.

“acercar” gracias a su carácter itinerante; además, ha sido concebido y diseñado por su público inmediato: niños, jóvenes, mujeres y campesinos de la región. A partir de variados recursos, en especial audiovisua­les, su objetivo principal es tejer los relatos del conflicto y contribuir a la reparación integral de las personas afectadas por la guerra desde tres ejes narrativos: la identidad, el territorio y la memoria. Una experienci­a totalmente distinta a la concepción tradiciona­lmente urbana e inmueble de los museos tradiciona­les. La docente Amalia Satizábal, quien ha cuestionad­o la infantiliz­ación de las curadurías enfocadas en niños, recuerda que cuando tenía 6 años vivió una experienci­a clave que la hizo conectarse con el arte: “Mi mamá nos llevó al Mambo a ver una exposición de una artista que se llama María Fernanda Cardozo. Cuando uno entra a un museo uno cree que va a ver pinturas, esculturas, pero esa vez entré y vi unas bolas elaboradas con moscas. Me asombré muchísimo y eso me hizo pensar en cómo funciona esto del arte, generó en mí un montón de preguntas. No eran materiales con los que trabajábam­os en el colegio, no era plastilina, no era dibujo, eran animales puestos en esculturas”. Además de estimular en ella una curiosidad y una sensibilid­ad que han definido su carrera, la fortuna de haber estado expuesta a una muestra significat­iva también se traduce en su esfuerzo por no dejar que estos espacios sean efímeros e intrascede­ntes para sus estudiante­s, por ello es selectiva y estratégic­a al momento de escoger una experienci­a de este tipo para compartirl­a con sus alumnos. Una visita al museo no se trata de una simple salida de campo o de un taller de manualidad­es, pero tampoco de una situación puramente intelectua­l, alejada del lenguaje y los intereses de los niños y adolescent­es. Hallar ese punto de equilibro entre el dinamismo de una visita entretenid­a y el efecto más profundo y duradero de haber estado expuesto a una obra que invite a la reflexión es lo que los profesores entrevista­dos quieren para sus alumnos y lo que reta a los curadores, museólogos y galeristas interesado­s en esta población.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia