En Oriente, John Úber le vende arepas y le lee mensajes.
Este hombre, de 35 años, combina su producto con la poesía, las reflexiones y pensamientos, pese a su discapacidad.
Arepas con ingrediente espiritual, así son las que vende John Úber Zuluaga Zuluaga, quien cada vez que las ofrece, antes que decir su precio, mejor declama un poema, lee un pensamiento o comparte con el comprador una reflexión sobre la vida.
Este marinillo, de 35 años, que a los 18 sufrió un accidente vial que le quitó más de la mitad de sus facultades físicas y mentales, no se dio por vencido ante la adversidad sino que siguió adelante con su vida. A esas alturas, cursaba noveno grado escolar y soñaba con hacer una carrera.
“Pero con el golpe que recibí en la cabeza, ya no era capaz de memorizar nada y no pude seguir estudiando”, relata.
John Úber vendía gelatinas en el aeropuerto, labor que había heredado de un hermano suyo que fue asesinado, pero un día salía de parrillero en una moto y fue arrollado por un camioneta que los embistió por detrás y él llevó la peor parte. Estuvo en estado crítico varios meses.
Pero fuerte como los campesinos de su tierra, Marinilla, el hombre se levantó a seguir luchando. Su temple no lo iban a doblar las limitaciones físicas y mentales.
“Quedé con parálisis en el lado izquierdo del cuerpo, la mano, la pierna y hasta el cerebro”, dice John Úber, que aún se lamenta de que su novia, la que en su juventud lo alentaba a soñar con un hogar en el que él llevaría las riendas, lo abandonara debido a su nueva condición: “ella, al verme así, me dejó y mejor me quedé soltero, yo creo que para siempre”, repite y empieza a recitar poemas y a leer sus pensamientos sublimes.
“El ser humano es cons-
ciente de que la vida acá no es fácil, pero con la ayuda espiritual de papa Dios, nuestros problemas tienen solución”, dice en una hoja con varias reflexiones.
La hoja es una fotocopia que incluye acrósticos y otras reflexiones. Tiene varias copias de esa y de otras similares con diferentes contenidos. Es un manantial de creatividad y le sobran poemas y opiniones sobre la mujer, el planeta, los niños, los animales y el tiempo. Tiene escritos sobre cada mes del año. Y cada hoja se la regala a algún comprador de sus arepas. “Las mejores del
Oriente”, dice él.
Tiene cliente la propia y es querido, admirado y respetado en la zona. Nadie se explica de dónde salió su vena poética ni cómo aprendió a redactar y a manejar la ortografía. Él tampoco la sabe.
“Yo trabajé en un periódico juvenil y desde eso me gusta escribir, mi sueño es tener una columna”, asegura.
Mientras le sale la oportunidad, allí seguirá en Sajonia, ofreciendo a los viajeros el producto con el que se gana la vida: arepas de mote y de chócolo, pero con el condimento adicional del sentimiento