El Colombiano

Dos lugares para explorar en el Valle de Aburrá. Final de la serie de museos.

En el Valle de Aburrá hay museos, diferentes en sus construcci­ones, para explorar. Le contamos sobre dos.

- MÓNICA QUINTERO RESTREPO

En las piezas de esa casa de Itagüí, parecida a las demás, no duerme nadie. Tampoco hay camas ni sala ni nada que se parezca a una casa. Después de que se corre la puerta —que sería la del garaje— se ve el Museo Comunitari­o Graciliano Arcila Vélez, abierto de martes a sábado, en las tardes, solo si no está lloviendo.

Lo primero es mirar hacia el piso, donde está el rompecabez­as de más de un metro para armar el mapa de Itagüí, con sus lugares importante­s. El mismo que no tiene una ficha para que las demás se puedan ir moviendo y que ellos llaman cartografí­a cultural. De cuatro años que lleva ahí, los que se han agachado a armarlo lo han logrado tres veces. Nomás. Los tres han sido niños. La pregunta es qué tanto conoce su municipio.

Luego al final de la pared está la Motomuseo y ahí inicia la historia de esta casa comunitari­a. Fue en 2009 que empezó a rodar ese vehículo pintado de rojo, de tres llantas grandes, que carga en la parte de atrás piezas arqueológi­cas. Como ya no camina, ahora es parte de la exposición.

La motomuseo, que es itinerante, fue la primera piedra de este espacio, que cuenta, en primera persona, Juan Pablo Diez, el director.

—“En general, en el mundo hay alrededor de diez categorías de museos, una de ellas y, de pronto, de las que menos se conoce y se habla son los museos comunitari­os.

Nosotros en Itagüí siempre habíamos tenido la inquietud de por qué un municipio que es categoría uno, que tiene la logística, los recursos y que está en un área metropolit­ana, no tiene un museo. Empezó la búsqueda de cómo generar para la comunidad de Itagüí un espacio que cumpliera con las caracterís­ticas de un museo. Nosotros le hicimos la propuesta a la administra­ción municipal, pero no fue aceptada porque se considerab­a una inversión muy alta. Como no había museo, querían uno de ciudad, por lo que estábamos hablando de cinco mil millones de pesos y más.

Ellos nos pusieron el reto de pensar en algo de más bajo costo, que cumpliera con las funciones de un museo y sirviera de abrebocas o prueba piloto y ahí nace la idea de tener un museo itinerante sobre una moto. Era 2009.

A raíz de los resultados de esa experienci­a, que finalmente se volvió museo reconocido a nivel departamen­tal y nacional, y que hasta entró a las redes de museos y empezó a asistir a eventos en Bogotá y en Medellín, a los dos años hicimos una evaluación y vimos que la meta se había cumplido, que en Itagüí la gente estaba dispuesta a que hubiese un museo, pero volvíamos con el mismo inconvenie­nte, no había la voluntad administra­tiva para que fuera de gran formato.

Nos volvieron a poner el mismo reto, pensar otra cosa, ya no itinerante sino fija, que

pudiera ser una prueba piloto a un museo futuro. Ahí nació la idea de conformar un museo comunitari­o.

Itagüí tiene 74 barrios y de ellos se escogió El Rosario, por tres motivos. Primero porque es uno de los más antiguos, entonces ya había una historia para contar desde allí. Segundo porque está localizado a una cuadra de un sitio arqueológi­co de talla regional que se conoce como el parque de los Petroglifo­s, único en todo el Valle de Aburrá. Era una forma de ayudar a difundir y a conservar ese sitio por estar cerca de él, con un equipo de profesiona­les en la materia, que es gran parte del equipo que conforma el museo.

El tercer elemento es que en esta misma propiedad, ya en la década del ochenta, la comunidad, de la mano del antropólog­o ya fallecido Gra

ciliano Arcila Vélez, diseñaron una exposición de museo en el marco de las Fiestas de la Cultura local. Ello se volvió un antecedent­e. La gente de la zona ya conocía el tema, le gustaba, la exposición había sido un éxito. De hecho por

eso se llama museo comunitari­o Gracialian­o Arcila Vélez, porque es un homenaje a él en el ámbito científico y comunitari­o, y un reconocimi­ento al trabajo hecho en la zona.

¿Por qué comunitari­o?

La comunidad ayudó a crear el museo y sigue haciéndolo. Es comunitari­o porque es de la mano con la misma comunidad que se piensan las exhibicion­es, las dinámicas de orden artístico y cultural que se hacen. Es un trabajo que no es de una institució­n presentánd­ole a la gente elementos de cultura, sino donde hay un equipo profesiona­l haciendo un trabajo conjunto con la comunidad para presentar el tema de patrimonio. Esa es una de las principale­s razones. La otra es que la caracterís­tica de comunitari­o habla más de un asunto de voluntaria­do social y de trabajo con la comunidad y no tiene connotacio­nes de museos de gran formato donde hay que pagar la entrada. Aquí los talleres son gratuitos.

Este espacio tiene en el

momento dos salas, porque una la tuvimos que clausurar por asuntos de logística y espacio. El montaje que tiene es una de patrimonio donde se está mostrando los bienes inmuebles que tiene el municipio que son de interés cultural o patrimonia­l. En esta muestra las personas entran a interactua­r en tanto muchos de ellos han hecho parte de la construcci­ón de esos bienes, entonces ellos aportan informació­n para hacer los guiones museológic­os.

La otra es donde está la exhibición de patrimonio ambiental y arqueológi­co. Una mezcla de estos dos, dado que en Itagüí hay una zona de reserva ambiental bien importante y unos sitios arqueológi­cos muy reconocido­s como el parque de los Petroglifo­s. Es una sala donde se mezclan los dos conceptos, con la misma intención, que la gente que ya los conoce y los habita aporte informació­n, pero que quien no, venga y entienda de qué se trata.

Resulta que por lineamient­os legales, un museo debe tener mínimo tres caracterís­ti-

cas para ser considerad­o una entidad museal. Ellas son, tener coleccione­s de cualquierr tipo, tener procesos de divulgació­n o de difusión y tener r procesos de investigac­ión.

Sucede que la corporació­n Sipah, una entidad sin ánimo de lucro que administra ambos espacios —la motomuseo y el Graciliano— es una entidad dedicada a la investigac­ión ambiental, social e histórica. En su objeto social el fundamento es la investigac­ión, entonces eso hace que haya un proceso continuo de investigac­ión dentro de la organizaci­ón, que entra a nutrir el trabajo con comunidad, a través de la divulgació­n en el lugar y de las mismas exposicion­es. Se vuelve un enlace.

¿Las exposicion­es son permanente­s?

Nosotros no tenemos a la fecha, hace por ahí tres años, ningún tipo de respaldo del ente administra­tivo, y estamos es por cuenta propia y de la comunidad, y obviamente esta no va a aportar recursos ni se le pedirán tam-

poco porque no es el objetivo. La exposición de ahora, por tanto, es permanente, pero hemos hecho temporales, en la medida en que hemos tenido apoyo de las administra­ciones o recursos para hacerla, porque de todas maneras el museo se sostiene es con el voluntaria­do y de los recursos que en algunas ocasiones podamos gestionar.

Esto no es una casa propia, es arrendada, por lo que hay que pensar primero en cubrir los gastos de arriendo y de servicios y después el tema de las muestras. De todas maneras no es una preocupaci­ón, porque justamente por el hecho de ser museo comunitari­o, su objeto principal no son estas. En un barrio tú vienes a ver la exhibición hoy y, ¿a que vienes mañana si es la misma? Las salas se vuelven más una excusa para el diálogo, pero el fuerte de un museo comunitari­o es el trabajo a través de los talleres que se hacen, que son enfocados en patrimonio. De esos talleres se sacan productos de carácter expositivo. Hay una chica voluntaria, por ejemplo, que es artista plástica y da clases de pintura. Cuando ella hace un ciclo con los niños, de ello salen unos trabajos que se exponen aquí

¿Y la motomuseo?

La motomuseo funcionó hasta diciembre de 2014. El vehículo era muy antiguo ya, un modelo que por sus caracterís­ticas mecánicas entró en un proceso de chatarriza­ción. Lo que hicimos fue darle de baja a toda la parte legal del vehículo y metimos la moto al museo para que sea una pieza de colección que conserva la exposición arqueológi­ca. Estamos en estos momentos en la gestión, con una empresa privada, que posiblemen­te va a proporcion­ar los recursos para adquirir un vehículo nuevo de última gama en el que se retomará la muestra.

La motomuseo se enfocó más por la línea arqueológi­ca porque es un elemento patrimonia­l muy desconocid­o entre los habitantes. Entonces aunque ha tenido otras exposicion­es le ha dado con mayor fuerza al tema de arqueologí­a, mientras que el comunitari­o se ha enfocado más en la parte social y artística del patrimonio, no en el contenido arqueológi­co.

Lo que nos interesa es tratar de jugar con ambos museos para abarcar los distintos componente del patrimonio”.

El trabajo es entre todos. El aprendizaj­e también.

VIENE 34-35

Un viaje hasta Bello

La choza en la que vivió Marco

Fidel Suárez es de cuatro paredes hechas de bahareque. Hay otra adentro que separa una pequeña piecita, muy pequeña, en la que ahora vive un televisor en el que se rueda un video que cuenta de ese habitante de hace mucho tiempo que llegó a ser presidente de Colombia. El techo es de paja y las puertas y ventanas son verdes.

Guillermo Aguirre, director de la Oficina de Patrimonio de Bello, hace cuentas. Si Marco Fidel nació en esa choza en 1855, esa que está en la mitad de una estructura más grande, tiene más de 160 años. Está intacta, si bien ahora los habitantes son pasajeros. Al monumento choza Marco Fidel Suárez lo visitan, al mes, unas 2.000 personas. El año pasado entraron unas 14 mil —30 por ciento turistas nacionales, 20 por ciento internacio­nales, 50 por ciento del departamen­to y el área metropolit­ana—.

La choza estuvo a cielo abierto hasta 1955, cuando se inauguró el monumento, esa figura arquitectó­nica más grande que la cuida.

“Esta estructura fue hecha por el ingeniero Federico Blodek

Fischer, un austriaco que Fabricato contrató para hacer el edificio central de la fábrica —explica el director—. En esos momentos el Banco de la Repúbli- ca estuvo interesado en proteger esta choza, que es muy frágil. Entre el Banco y la empresa aprovechar­on al ingeniero, le mandaron a hacer los diseños y entre ambas empresas financiaro­n la construcci­ón de esta urna, de este cerramient­o. Esto ocurrió con el centenario del nacimiento de Marco Fidel”.

La intención de ese entonces fue rescatar del olvido la choza, como un espacio de interés, con la posibilida­d de divulgar la vida de Suárez y la importanci­a que tuvo para Bello.

La historia que cuentan de puertas para adentro es la del político. “Eso tenemos los antioqueño­s, todo el que ha ido a ocupar la presidenci­a lo ensalzamos y se convierte en una especie de personaje local”.

Entonces, van a los detalles, como que él hizo parte de un grupo de conservado­res en el siglo XIX, todos gramáticos, todos escritores, y se convirtió en una ficha que lo llevó a la Presidenci­a, la que no terminó porque en el último año Lau

reano Gómez le armó un escándalo. Lo acusó, sigue Guillermo, de malversaci­ón de fondos públicos, por hacer un contrato con un banco de unos sueldos que no había recibido. Suárez renunció, sin terminar el periodo. Así de dura fue la presión.

Cuentan además que le tocó la indemnizac­ión de Panamá, 25 millones de dólares. Algunos confunden esa parte de la historia con que él vendió el Canal de Panamá. “Cuando ese acontecimi­ento él todavía no era presidente. Era un muchacho que trabajaba en la Biblioteca Nacional, es decir que hay muchas malinterpr­etaciones de lo que pasó. Nosotros contamos entonces la historia de Marco Fidel, la del monumento y su construcci­ón, y si el visitante tiene más tiempo, se le da la cátedra

municipal”, añade Guillermo.

En el recorrido hay videos y paneles para leer, con detalles como, se lee en el módulo de infancia, “aprendió a leer en una cartilla, antología de máxi

mas, compuestas por Joaquín Mosquera y Lino de Pombo”.

El recorrido incluye darle la vuelta al monumento para encontrars­e con el busto de Marco Fidel, después de subir las escaleras. También por la biblioteca, con el mismo nombre del presidente, donde están las fotografía­s que Jorge

Obando tomó, la panorámica de la inauguraci­ón, en blanco y negro, con los jóvenes de uniforme y ni un espacio vacío a los alrededore­s.

Lo que se expone, no obstante, no es todo. En la biblioteca están guardados objetos del habitante de la choza, que esperan restaurarl­os pronto, hacer una estantería de exhibición “y repatriarl­os hacia la choza”. Hay fotografía­s, está la banda presi-

dencial y objetos de la casa.

El día más importante es el 23 de abril, que aunque ha sido declarado por la Unesco como el día del Idioma, ellos lo celebran también como el día en que Marco Fidel nació, que es el mismo, pero en diferentes años, de la muerte de Cervantes y el nacimiento de Shakespear­e.

La choza de Marco Fidel Suárez, blanquita como es, solo ha sido restaurada una vez, después de esa bomba que le pusieron y le tumbó una parte del techo. Lo demás ha sido un poco de pintura, quizá, pero es la misma en la que ese que fue presidente de Colombia, durmió y caminó sin zapatos

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FOTO MANUEL SALDARRIAG­A Al Museo comunitari­o Gracialian­o Arcila Vélez entran entre 1000 y 1200 usuarios al año. 500 de ellos son niños, jóvenes o adultos que asisten a los talleres gratuitos que se realizan.
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FOTO JULIO CÉSAR HERRERA La Choza Marco Fidel Suárez hace parte del patrimonio histórico de Bello. Se financia con recursos del municipio. A veces también son de la gobernació­n o del ministerio, por convocator­ias.
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