El Colombiano

Un mural que dice muchas cosas

Cada trazo, color o figura tienen un simbolismo por la defensa del Planeta y la construcci­ón del nuevo hombre.

- Por JOSÉ GUILLERMO PALACIO

Si usted le pregunta a Fredy Jaramillo Suárez, quién es él, le contestará que no sabe, pero si se detiene frente al mural de más de 140 metros de largo, por 1,10 de alto, que pinta en la vía a El Salado, en Envigado, y descifra uno de los detalles de sus trazos, figuras y colores, pensará que está frente a un maestro, un poeta, un rebelde que aprendió a vivir de la nada, una de las fuentes que alimentan un espíritu que se nutre de sensibilid­ades.

Fredy es un ser de este mundo, habitante de esta dimensión, aunque con la mente en otra dimensión. El secreto de la transforma­ción de la epidermis lacerada del muro en color de mariposas y pájaros; en vuelos luminosos de guacamayas y en perros felices, llevando de paseo a sus amos, o perros callejeros oliendo canecas; en leones y flores, demuestra su interés por enviar un mensaje que, dice, le llega del Universo, el cual busca compartir con el resto de los mortales.

Su obra es quijotesca. Lleva más de dos años en la misma. Sin nada a cambio, comienza a las 5:30 de la mañana y termina a las 5:00 de la tarde cuando recoge sus pinceles, pinturas, sombrero, llama con un silbido a su perro, de nombre Solarizado, cruza el puente de la quebrada La Ayurá y se va con su presencia e ideas a otros lados. Su espíritu queda como vigía del mural.

Es graduado en la escuela de la vida. Ha sido maestro como vendedor de mangos y obrero en la construcci­ón; artífice de numerosas obras comunitari­as, sembrador de jardines y genio en el rebusque.

Frente al mar encontró las llaves de una fuente maravillos­a de pensamient­o que transformó su vida: el taoísmo.

Su recorrido por esta dimensión ha sido tan amplio como profundo. Nació en el mismo barrio donde llena de inspiració­n a vecinos y cientos de deportista­s y despreveni­dos que cruzan rumbo al parque El Salado, exuberante de fuentes, bosques y cerros inabordabl­es.

Como muchos de los que llegan a vivir de estados contemplat­ivos fue expulsado de la casa paterna. Recuerda, con algunas dudas, por haberse dejado seducir de una hierba que por allí abunda. Como su vida es sueño, la separación lo dejó, de la noche a la mañana, frente al mar en Cartagena. La inmensidad siempre abre mundos extraordin­arios, a Fredy, luego de un almuerzo vegetarian­o, que lo dejó extasiado, recibió su primera lección sobre el taoísmo, una fuerza que le movió el mundo y lo puso a moverse en él.

El mural

Por esa forma particular de ver el mundo, que es milenaria, la presencia de las mariposas en el mural no es otra cosa que la presencia de una regente cósmica, muy especial, que se interpreta como la Virgen María del esoterismo, una fuente religiosa de energía divina, la parte femenina de Dios que se interioriz­ó en un cuerpo de mujer.

De manera lenta, pausada, haciendo rendir cada gota de pintura, material escaso que obtiene por aportes solidarios de gratitud por su obra, Fredy no ahorra palabras para entregar sus mensajes taoístas a quienes se acercan para felicitarl­o o esperando explicacio­nes por las figuras que allí cobran vida.

Algunas de sus pinturas son tan perfectas, que asombran y terminan por seducir a las propias aves de plumas y huesos que le sirvieron como inspiració­n. Será un asunto de realismo mágico, pero una mañana, cuando daba sus últimos pincelazos a la figura de una Soledad, hermoso pájaro andino, al que jamás nadie ha visto al lado de su par, el pintor se quedó extasiado al observar, frente al muro, a tres soledades juntas, contemplán­dose en la figura de la gran Soledad que, a su vez, las miraba desde el mural. “Los pájaros se paraban a mirarse en el pájaro de la pintura. Nadie me lo puede creer pero sucedió”, dice Fredy.

Cuando El Colombiano hablaba con el artista, fue testigo del ataque de un pájaro, conocido como Pantanera, a una ardilla que osó posarse sobre el mural.

La ideal inicial del mural era llenarlo todo de pájaros, de tantos pájaros como los hay en El Salado, los mismos que de manera lenta, la gente ha aprendido a admirar y en algunos casos alimentar.

Hasta el mural y las casas vecinas hoy llegan las guacharaca­s con sus ruidos del años lleva Fredy Jaramillo pintando el mural. Sobrevive por la solidarida­d ciudadana. paraíso. Son bulliciosa­s y ahora no temen al hombre, que hasta hace poco la cazó tanto que las puso en peligro de extinción. La guacharaca sobrevivió a la feroz cacería y logró que Fredy en su mundo taoísta la exaltara en el mu- ral. No lo logró el chinguí, del que hablaban los antiguos como una especie de conejo o perro pequeño muy “sabroso”, tanto que lo aniquilaro­n.

El azul que se extiende a lo largo de la obra, bien puede representa­r La Ayurá, fuente a la que iban a bañarse todas las parejas del Valle de Aburrá que no podían tener hijos para lograr el milagro de la fecundació­n. La maestra taoísta María Elena, antes de que la neblina abandone los bosques de El Salado, se sumerge en las fuentes heladas del afluente para cargarse con su

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En mural tiene 140 metros de largo, por 1,10 de alto. Está en la vía a El Salado, es una cátedra de
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