CIUDADANA ALARMADA POR DESCONTROL VIAL
Por razones profesionales he regresado nuevamente a vivir a mi ciudad adoptiva, Medellín, ahora denominada “la más innovadora del mundo”. Aunque durante los últimos 12 años visitaba esporádicamente a amigos y familiares, no había tenido la oportunidad de recorrerla tan intensamente como en estos últimos meses. Estoy perfectamente consciente de la gran sensibilidad de los paisas frente a cualquier comentario que se haga sobre la Capital de la Montaña o en general sobre todo el departamento, y también de la irritación que a muchos les produce que no se digan siempre cosas buenas.
Me limitaré entonces a compartir mis impresiones sobre hechos que me llevan a concluir que en muchas co- sas Medellín se está “bogotanizando” (a muchos bogotanos no les gustará tampoco esta figura comparativa). Principalmente en el tráfico y en la congestión. Al igual que en Bogotá, son escasos los taxistas que ponen direccionales, y los particulares tampoco las están usando. Antes en esta ciudad cedían el paso a quien iba a entrar a la vía principal, ahora ya es cada vez más difícil.
Pero lo más desesperante y peligroso es la forma de conducir de los motociclistas. ¡Hay verdaderos suicidas en potencia, que por favor la autoridad observe y monitoree ese fenómeno en la llamada autopista! Van a mil por hora, ¿será que si los domicilios llegan 15 minutos más tarde es un problema muy grande? ¡Qué descontrol el que generan tantos locos en dos ruedas! En los últimos años ha sido evidente un cambio notorio en la edad de la gente afectada por problemas emocionales. Mientras que antes la depresión y la ansiedad eran más frecuentes entre las personas mayores, hoy son más usuales entre los niños.
Los expertos en el tema dicen que esto se debe al excesivo interés de los padres por proteger a sus hijos de situa- ciones estresantes y de problemas inexistentes. Son tantos los cuidados y las recomendaciones que les hacen constantemente que su sistema nervioso está predispuesto a sobreexcitarse ante cualquier cosa y a encontrar toda suerte de peligros a donde no los hay.
Por este motivo, hoy son muchos los niños que le temen a cualquier cosa que no les sea familiar. Cada vez son más los menores que tienden a ser demasiado cautelosos, retraídos o a tener dificultades para socializar con sus pares y por este motivo son más influenciables y más vulnerables a ser abusados por los demás.
Las investigaciones sobre este tema han mostrado que, cuando los padres son muy aprehensivos, los temores de los niños se intensifican, mientras que cuando permiten que se las arreglen solos pueden superarlos sin mayores problemas. Esto significa que quienes piden concesiones especiales para sus hijos, no los están ayudando sino debilitando.
Está visto que la sobrepro- tección predispone el sistema nervioso de los pequeños a temer lo peor y suele crear una perdurable vulnerabilidad a la ansiedad y a la depresión. De tal manera que por “ayudarlos” más de lo debido estamos empobreciendo la confianza en sí mismos y en el mundo que les rodea.
Es urgente permitir que los hijos lidien con los desafíos normales de su vida. Nuestra excesiva protección lo que logra es que ellos sean más inseguros y dependientes de la opinión de los demás, menos asertivos, más temerosos y dispuestos a someterse a las demandas de los más poderosos.
Lo que necesitan los niños es tener suficientes desafíos para desarrollar la valentía que les permita vencer las dificultades y no ser vencidos por las mismas. Cuando permitimos que ellos enfrenten y solucionen sus problemas, los ayudamos a que desarrollen las cualidades que requieren para vivir en función, no de recostarse en los demás, sino de dar lo mejor de sí mismos al mundo y a los demás