De Cayo Bolívar
tán acostumbrados al trato con las olas y el mar, no sobra la recomendación de su pastilla de mareol una media hora antes de emprender el recorrido.
Luego de casi la hora de navegación Cayo Bolívar se divisa al horizonte, un marco de colores en las gamas de azul y verde acompaña la vista de una franja de tierra en la que se aprecian desde la distancia las palmas de cocos y algunos arbustos pequeños.
Algunos metros antes de la playa la nave se detiene y el proceso final de acercamiento se hace por medio de un pequeño bote con motor fuera de borda.
Ahora sí, toda la playa a su disposición.
Ojalá con un buen par de zapatillas para el mar, porque además de arena también es posible pisar algunas piedrecillas y caracoles, se puede recorrer en pocos minutos el entorno.
Cangrejos blancos, casi transparentes, lagartijas de colores verdosos y azulados brillantes que sin temor corretean al lado de los turistas, y algunas especies de aves marinas serán la compañía perfecta en la caminata. Y de fondo
el sonido del mar rompiendo contra la playa y contra la barrera de coral que se encuentra en uno de los lados de este islote y en el que es posible realizar actividades como el careteo o la inmersión con snorkel, para apreciar la belleza y la delicadeza de este ecosistema en el que cada parte cumple una función vital, y en el que el hombre solo es invitado a mirar, sin intervenir.
Leer, buscar los mejores ángulos y las mejores panorámicas para preservar en el recuerdo gráfico ese pedazo de cielo, caminar sin prisa o tumbarse en la arena para ser acariciado por el sol y la brisa marina (debidamente protegido) hacen parte de las opciones de descanso que Cayo Bolívar ofrece para unas horas de desconexión total del mundo y un reencuentro con lo maravilloso de la sencillez de la naturaleza