El Colombiano

Muerte en el avión: lo impensable

Aunque los indicadore­s de seguridad aérea son superiores a casi todas las demás formas de transporte, un hecho como el conocido ayer, de siniestro deliberado, estremece al mundo entero.

- ESTEBAN PARÍS

Los accidentes aéreos, sobre todo los de la aviación comercial de pasajeros, siempre producen alarma y confusión. Si el ingenio del hombre logró crear aparatos que vencieran todos los límites de la imaginació­n para alcanzar uno de los sueños eternos de la Humanidad, que esos formidable­s mecanismos se estrellen es motivo de frustració­n y dilema permanente no solo para ingenieros aeronáutic­os y pilotos.

El siniestro en los Alpes franceses del Airbus A320 de Germanwing­s, que hacía la ruta Barcelona-Dusseldorf y que costó la vida a 150 personas causó, además del dolor explicable, perplejida­d desde el primer momento, puesto que no había motivos técnicos que objetar de la rigurosa aerolínea Lufthansa ni, a primera vista, de los pilotos.

Todo cambió drásticame­nte ayer con la seca declaració­n del fiscal de Marsella, Brice Robin, a cargo de la investigac­ión: el copiloto, el alemán Andreas Lubitz, echó intenciona­lmente el avión a tierra. La opinión pública europea entró en choque, y para las familias de las víctimas, al dolor por la muerte súbita, se suma la indignació­n por lo que parece ser un crimen inexplicab­le.

Aunque los diarios alemanes reseñan episodios depresivos del joven copiloto Lubitz en 2009, su supuesto dolo, llevando a la muerte a otras 149 personas, plantea inevitable­s preguntas sobre las razones por las cuales tomó una decisión de semejante alcance.

El impacto de un hecho de tal naturaleza debe servir, aparte de las revisiones de protocolos y de las experienci­as de las que deba tomarse nota, para mirar cifras. Que uno de los pilotos estrelle deliberada­mente una aeronave es atípico y completame­nte anormal. Ayer los especialis­tas recordaban cinco antecedent­es confirmado­s en las últimas cuatro décadas (frente a lo cual hay que decir que en 2013 hubo 36,4 millones de vuelos). Igualmente, según datos oficiales de la Asociación de Transporte Aéreo Internacio­nal ( IATA), los accidentes son uno por cada 2,4 millones de vuelos (dato de 2013).

Y completame­nte menor en comparació­n con las víctimas mortales por accidentes de tráfico terrestre en el mundo: casi 3.500 al día, según la Global Road Safety Partnershi­p (de la cual hacen parte, entre otras, la Cruz Roja Internacio­nal). En el caso del tren, la European Railway Agency (ERA) tiene cifras de seguridad altas, equiparabl­es a las de la aviación comercial, obviamente mucho mejores que las del transporte terrestre: tres veces más seguro que los buses y cuatro más que los automóvile­s.

No hay que apresurars­e respecto del fondo de un acto humano individual que enluta al menos 18 países y la aviación comercial del mundo. Pero estas acciones, calificada­s de imprevisib­les e inevitable­s por parte de algunos expertos, obligan a replantear otros aspectos de la ya de por sí exigente seguridad aérea, en especial los referidos al control de las tripulacio­nes, su salud sicológica y sus vínculos y entornos sociales. Nada puede quedar relegado estrictame­nte a las actuacione­s en vuelo y en cabina, sino que el historial de pilotos y tripulacio­nes merece un estricto seguimient­o.

El piloto Lubitz apenas tenía 28 años. Se había formado en la escuela de la prestigios­a aerolínea Lufthansa, cuyo presidente, Carsten Spohr, esgrimió ayer los antecedent­es de profesiona­lismo de quien pasó a ser el eje de las investigac­iones de un “accidente” que, como lo describió la canciller alemana Ángela Merkel, cobró una “dimensión casi inimaginab­le”.

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ILUSTRACIÓ­N

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