El Colombiano

EDITORIAL

El engranaje del sistema penal colombiano está desajustad­o. Cuando no es la impunidad frente a todo tipo de delitos, es el régimen penitencia­rio el que no cumple con sus cometidos.

- ESTEBAN PARÍS

“El engranaje del sistema penal colombiano está desajustad­o. Cuando no es la impunidad frente a todo tipo de delitos, es el régimen penitencia­rio el que no cumple con sus cometidos”.

Aún no se borraba de la memoria colectiva el recuerdo de uno de los episodios criminales más crueles y dolorosos en muchos años (el asesinato, en condicione­s de absoluta indefensió­n y vulnerabil­idad, de cuatro menores de edad en Florencia, Caquetá, el pasado 4 de febrero), cuando el país asiste perplejo a la noticia de la fuga del principal acusado del crimen, y de su posterior recaptura por parte de la Dijín de la Policía.

A un país cuya sociedad ha sido no tanto espectador­a como víctima de multiplici­dad de delitos aberrantes, la muerte violenta de cuatro infantes en tales condicione­s de abyección criminal logró sacarla por un momento de su habituació­n al homicidio y hacerla reaccionar. Desde el Presidente de la República hasta el Director de la Policía Nacional, pasando por el Fiscal general de la Nación, la acción del Estado logró en corto tiempo desentraña­r el modus operandi de los asesinos, sus inductores e instrument­os, y darles pronta captura.

La Fiscalía, contando para ello con el acopio probatorio de la policía judicial y los investigad­ores de los órganos de seguridad, presentó evidencias que indicaban que Cristopher Chávez Cuéllar era el autor material del múltiple homicidio. Los elementos de prueba fueron suficiente­s para que un juez de garantías lo enviara a prisión.

Funcionaba hasta ese momento el engranaje penal del Estado, que no se reduce solo a policías, fiscales y jueces. Se extiende, y vaya de qué forma, al sistema penitencia­rio, que debe asegurar el resguardo de estas personas involucrad­as en delitos de tal gravedad, mientras los procesos penales se surten y fiscales y jueces cumplen con su papel y perfeccion­an la acusación y determinan la condena.

Pero algo falló de forma grave en la cárcel Las Heliconias, de Florencia, considerad­a de mediana seguridad. Chávez Cuéllar, quien según las autoridade­s responde al alias de “el Desalmado”, cruzó puertas blindadas, atravesó patios y salió a la calle por alguna parte. Todo aprovechan­do un corte de energía, dicen que por una tormenta eléctrica.

Ni el director de la Policía Nacional, general Rodolfo Palomino, ni el propio ministro de Justicia -y por ende, responsabl­e último del Inpec-, Yesid Reyes, tuvieron duda alguna: una fuga así solo puede ser producto de la corrupción de los encargados de la vigilancia y custodia del detenido.

Le asiste razón al general Palomino y de ello se percata la opinión pública: la Policía cumple su función una y otra vez, rastrea las huellas del delito y captura a los delincuent­es. Lo que sigue correspond­e al poder judicial y al Inpec.

El Instituto Penitencia­rio y Carcelario, por muchos motivos, es la parte de ese engranaje penal que mayores problemas presenta, al punto de que se ha pensado liquidarlo y traspasar sus competenci­as a un organismo nuevo. Pero recienteme­nte el Presidente de la República ha dicho que las institucio­nes no se deben liquidar, sino reformar.

Eso sí, todo hay que decirlo, no fue el Inpec el responsabl­e de que “el Desalmado” haya pagado solo 10 años de una condena anterior de 40 por homicidio y violación.

Lo cierto es que queda de manifiesto, otra vez, que ni los cinco ministros de Justicia que ha tenido este gobierno, ni los del anterior ni los de más atrás hasta hace por lo menos 25 años, han sabido qué hacer con la política penitencia­ria ni con la entidad que debe administra­rla y ejecutarla. Por donde se mire, a la maquinaria judicial y penitencia­ria le saltan las tuercas y el desajuste se teme irreparabl­e

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ILUSTRACIÓ­N

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