YIHAD Y LA EXCEPCIÓN FRANCESA
Aunque Mohamed Lahouaiej
Bouhlel, quien asesinó a más de 80 personas durante las celebraciones del Día de la Bastilla en Niza, fuera un agente del Estado Islámico o un solitario desquiciado que tomó prestados los símbolos yihadistas del grupo, la matanza da pie a la misma pregunta fundamental: ¿por qué tantos de los ataques de esta magnitud ocurren en Francia más que en otros países europeos?
Bélgica también ha sido golpeado recientemente, pero con menos frecuencia. En Gran Bretaña y España ningún ataque terrorista ha matado a más de diez personas en más de una década. En Alemania no ha habido ataque de gran magnitud.
Los fracasos en la seguridad y servicios de inteligencia franceses no pueden explicar la diferencia, porque problemas de comunicación afligen a dichos servicios a través de Europa. La respuesta está en otra parte: cuando se trata de yihad, también hay una excepción francesa.
La diferencia de Francia surge en parte de la fuerza ideológica de la idea que la nación ha tenido de sí misma desde la Revolución Francesa, incluyendo una forma asertiva de republicanismo y una desconfianza abierta de todas las religiones, empezando, históricamente, con el catolicismo. Este modelo ha sido golpeado a través de los años, primero por la descolonización, luego por dificultades económicas, la creciente estigmatización de diferencias culturales, el ferviente individualismo de nuevas generaciones y la globalización, lo cual le ha restado al Estado espacio para maniobrar.
Ante todo, Francia no ha sido capaz de solucionar el problema de la exclusión económi- ca y social. Su sistema, el cual es demasiado protector hacia aquellas personas que tienen empleo y no lo suficientemente abierto a quienes no tienen, genera angustia por todos lados. Los jóvenes en los banlieues, marginalizados y con pocas perspectivas, se sienten como víctimas. Se convierten en blancos principales para la propaganda yihadista, con frecuencia después de una temporada en la cárcel por crímenes menores.
Una razón es que la visión francesa de ciudadanía, la cual insiste fuertemente en la adherencia a unos pocos valores políticos exaltados, se ha deteriorado seriamente con el tiempo. En los años 80, el ideal republicano estaba emproblemado: había prometido oportunidad igualitaria y eso parecía ser escaso. El partido comunista francés, el cual por mucho tiempo había traído dignidad a los grupos desaventajados proponiendo luchar contra la injusticia por medio de la lucha de clases, también se debilitó durante ese período, en parte por el deceso de la Unión Soviética.
La fuerza, y el peso, de la identidad nacional de Francia se ha convertido en un problema. Solo eleva el descontento de los jóvenes que tienen oríge- nes extranjeros, especialmente norafricanos o sus descendientes, más aún porque la independencia de Magreb ocurrió entre el dolor y la humillación: cuando Francia se retiró de Argelia, dejó atrás a cientos de miles de muertos y creó cicatrices en el inconsciente colectivo que permanecen aún hoy. La descolonización británica parece casi indolora en comparación.
Francia insiste, en nombre del republicanismo, que la religión debe permanecer como un asunto estrictamente privado. Una nación ideológica por excelencia, se enfoca hacia asuntos simbólicos como llevar pañoletas en la cabeza o sesiones de oración colectivas en lugares públicos. Pero restringir dichas prácticas causa heridas que son mucho más profundas que las mismas prohibiciones: permite a isla- mistas exagerar las implicaciones y acusar a Francia de islamofobia. De hecho, Francia no es más islamofóbico que sus vecinos, simplemente es más directo en la manera en que maneja al Islam en la esfera pública.
Aunque Francia ha logrado integrar a muchos inmigrantes y sus descendientes, aquellos a quienes ha dejado al margen están mucho más amargados que sus pares británicos o alemanes, y muchos se sienten insultados en sus identidades musulmanas o árabes. Laïcité, la acérrima versión francesa de secularismo, es tan inflexible que puede parecer robarles la dignidad. Un factor adicional es la poderosa política extranjera de Francia, que parece enfocarse principalmente hacia países musulmanes como Libia, Siria, y Mali.
El modelo francés de integración es generoso en sus principios pero demasiado rígido en su práctica. Las realidades de la sociedad francesa de hoy invitan a una aproximación más pragmática y flexible, con menos decretos ideológicos y menos ansiedad sobre la pluralidad. Francia no es lo que fue en un entonces, y es hora de llegar a aceptar esa idea
Una nación ideológica por excelencia se enfoca en asuntos simbólicos.