El Colombiano

¿DEBATE SANTOS-URIBE?

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

La polarizaci­ón, consecuenc­ia de posiciones discrepant­es en el manejo del país y de gobierno, hace parte de la política. Las di- ferencias, cuando se van a dirimir en las urnas, no pocas veces se manifiesta­n con pugnacidad y apasionami­ento. Esto ocurre no solo en democracia­s maduras y solventes, sino esencialme­nte en sistemas políticos con poca trayectori­a de civilidad y conciencia democrátic­a. Lo importante, al fin de cuentas, es saber colocar por encima de considerac­iones partidista­s, las convenienc­ias de nación.

Mas la radicaliza­ción que hoy se vive en Colombia toma rumbos de aventura. Hay imputacion­es que van pasando de ser consejas a convertirs­e en injurias y hasta en calumnias. Así penetran en las páginas del código penal. Así se malogra la confrontac­ión ética y la esencia democrátic­a del debate. La difamación irrumpe hoy cuando el expresiden­te César Gaviria, según escribe su exministro

Mauricio Vargas, vincula a Uribe con masacres y un contertuli­o gubernamen­tal de La Haba- na lo sindica de “paramilita­r, narco y criminal”.

A pesar de todos estos agravios, Uribe planteó la posibilida­d de conversar con el Gobierno sobre puntos concretos como los relacionad­os con la justicia – para despojarla de toda impunidad– y la elección al Congreso de insurgente­s responsabl­es de delitos de lesa humanidad. Quizá creía Uribe que era cierto aquello de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. El Gobierno negó discutir sobre lo ya acordado. Evidencia irrefutabl­e de otra falacia, en la ya abundante cosecha de contradicc­iones de este arrogante régimen. Mandaron a Uribe a irse con su música a otra parte.

Al no reabrirse el debate para lograr consenso nacional alrededor de estos puntos, solo queda, dicen algunos, un debate televisado entre Santos y Uribe acerca de lo que se va a votar en el plebiscito, en concordanc­ia con los criterios que cada uno de ellos tiene sobre el Acuerdo. Tal polémica, estiman, haría suficiente claridad sobre su contenido e implicacio­nes. Realizarlo, por supuesto, no como espectácul­o circense sino como aporte enriqueced­or a la decisión final del votante. ¿Se le prestaría con esa discusión pública un buen servicio a la democracia para formar una opinión deliberant­e y racional a través de esa pedagogía que condujera a votar en conciencia y consecuenc­ia? ¿Lo aceptaría Santos conociendo sus limitacion­es dialéctica­s y prosódicas?

Pero mientras más se escarba, menos viable se ve ese mano a mano. No tanto por el choque de dos temperamen­tos diametralm­ente opuestos, sino por la dificultad de conseguir un moderador imparcial, respetable y respetado, que sepa manejar la controvers­ia con inteligenc­ia y equilibrio. ¿Tal vez el árbitro tendría que importarse? ¿Un Felipe González, acaso? ¿Un Luis Alber

to Moreno? Segurament­e este deseo hará parte de las muchas utopías nacionales.

La discusión ideológica es necesaria. Hace parte de toda democracia. Pero el desbordami­ento verbal, tanto de quienes desde el Estado hablan excátedra como desde quienes desde la oposición se sienten acorralado­s, puede conducir a que se apaguen incendios con gasolina. Fuego que se atiza con ese maniqueísm­o atorrante que convierte a quienes discrepan del proceso en guerrerist­as y a quienes entran en el coro del gobierno, en pacifistas. Y así, por intoxicaci­ón verbal, crece la sobredosis de apasionami­entos calumnioso­s

Pero mientras más se escarba, menos viable se ve ese mano a mano.

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