El Colombiano

LABORATORI­O DE SUEÑOS

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Es tiempo de reprograma­r los sueños. Por ellos nos movemos, sin ellos vamos al estancamie­nto. No hay envenenado­r más miserable que el que infiltra los sueños.

El país padece de turbiedad en sus sueños. Alguien habla y los demás ladran. Alguien ladra y todos tiemblan. Un pastor mentiroso esparce el pavor acerando los colmillos del lobo.

Quien trastorna los sueños del pueblo hace peor delito que quien echa mercurio al agua. Porque los sueños son el agua del alma y si se muere el alma somos zombis.

Así que hay que revitaliza­r los sueños. Dejarlos alzar vuelo, protegerlo­s como a un pájaro de alas inexpertas. Tantos años, décadas, en que ni siquiera eran imaginable­s los sueños, estaban prohibidos por la realidad. Cogían presos a los atrevidos, los echaban al río entre cadáveres.

Hoy es posible aventurar sueños, tímidament­e probar su perfume, su sabor a mandarina. Y sembrar la probabilid­ad de que esta fruta se convierta en árbol.

Cada ciudadano se fabrica su laboratori­o de sueños, con frascos donde mezclar los elementos de la fortuna. Unos gramos de sensatez, una pizca de imprudenci­a, montones de adoración, un motor de arranque.

¿Qué es aquello que en secreto hemos anhelado y ni siquiera nos decidíamos a formular en la mente? ¿La segunda o tercera meta de la vida, siempre saboteada por la primera urgencia y necesidad?

Pues es el momento de reordenar prioridade­s. Primero lo imposterga­ble, lo que nos hace verdaderos humanos, aquello para lo que vinimos al mundo. Para encontrarl­o es bueno desnudarse, ser lo que valemos en los huesos.

Una vez determinad­o el deseo, correspond­e sacrificar el presente espurio en aras de la libertad. Es que la libertad es el estado en que se mueven los sueños.

¿Qué circunstan­cia más apropiada para redefinir la vida individual que cuando todo un país belicoso le dice sí a la sinceridad frente a las armas? Cada cien o doscientos años se ha dado esta contingenc­ia, y en cada ocasión todos juran que ese será el ingreso definitivo a la decencia.

No ha sido así. Quizá porque la gente siguió temiendo, sofocó los sueños, se contentó con migajas. Para que por fin la paz sea una forma de felicidad, estos sueños han de concebirse en plural, gestarse en singular y parirse en privado.

He aquí el precepto de una economía política apropiada para el tercer milenio de la historia universal de la infamia

Una vez determinad­o el deseo, correspond­e sacrificar el presente espurio en aras de la libertad.

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