LABORATORIO DE SUEÑOS
Es tiempo de reprogramar los sueños. Por ellos nos movemos, sin ellos vamos al estancamiento. No hay envenenador más miserable que el que infiltra los sueños.
El país padece de turbiedad en sus sueños. Alguien habla y los demás ladran. Alguien ladra y todos tiemblan. Un pastor mentiroso esparce el pavor acerando los colmillos del lobo.
Quien trastorna los sueños del pueblo hace peor delito que quien echa mercurio al agua. Porque los sueños son el agua del alma y si se muere el alma somos zombis.
Así que hay que revitalizar los sueños. Dejarlos alzar vuelo, protegerlos como a un pájaro de alas inexpertas. Tantos años, décadas, en que ni siquiera eran imaginables los sueños, estaban prohibidos por la realidad. Cogían presos a los atrevidos, los echaban al río entre cadáveres.
Hoy es posible aventurar sueños, tímidamente probar su perfume, su sabor a mandarina. Y sembrar la probabilidad de que esta fruta se convierta en árbol.
Cada ciudadano se fabrica su laboratorio de sueños, con frascos donde mezclar los elementos de la fortuna. Unos gramos de sensatez, una pizca de imprudencia, montones de adoración, un motor de arranque.
¿Qué es aquello que en secreto hemos anhelado y ni siquiera nos decidíamos a formular en la mente? ¿La segunda o tercera meta de la vida, siempre saboteada por la primera urgencia y necesidad?
Pues es el momento de reordenar prioridades. Primero lo impostergable, lo que nos hace verdaderos humanos, aquello para lo que vinimos al mundo. Para encontrarlo es bueno desnudarse, ser lo que valemos en los huesos.
Una vez determinado el deseo, corresponde sacrificar el presente espurio en aras de la libertad. Es que la libertad es el estado en que se mueven los sueños.
¿Qué circunstancia más apropiada para redefinir la vida individual que cuando todo un país belicoso le dice sí a la sinceridad frente a las armas? Cada cien o doscientos años se ha dado esta contingencia, y en cada ocasión todos juran que ese será el ingreso definitivo a la decencia.
No ha sido así. Quizá porque la gente siguió temiendo, sofocó los sueños, se contentó con migajas. Para que por fin la paz sea una forma de felicidad, estos sueños han de concebirse en plural, gestarse en singular y parirse en privado.
He aquí el precepto de una economía política apropiada para el tercer milenio de la historia universal de la infamia
Una vez determinado el deseo, corresponde sacrificar el presente espurio en aras de la libertad.