TOLERANCIA SELECTIVA
Muchos de nosotros somos de una generación que tenía tolerancia selectiva, en parte transmitida por nuestros mayores o por el ambiente, que no era precisamente un foco de apertura mental sino que, por el contrario, estaba lleno de prejuicios inducidos que terminábamos apropiándonos sin saber cómo ni por qué.
Nos educaron en el respeto por la propiedad y los bienes ajenos, por los mayores y por las instituciones, pero poco o nada nos dijeron de respetar a nuestros semejantes, incluso si eran diferentes. Con la crueldad tan propia de la infancia, que no calcula daños ni dolores, solíamos burlarnos del gordo, del gago, del tímido, del cojo, de la piojosa y del “voltiao”, como llamábamos entonces a un homosexual y de quien pensábamos que era enfermo, raro o anormal.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que entendiéramos (bueno, a decir verdad algunos nunca pudieron) que los homosexuales no son enfermos ni raros ni anormales, solo distintos en cuanto a su prefe- rencia sexual. Esas personas, en esencia, son individuos con características particulares, con derechos y con deberes, que aman, odian, tienen familia, deudas y problemas. Que trabajan, estudian, tienen valores o carecen de ellos, en fin, como nosotros, los “hetero”.
La familia y el colegio tienen la misión de educar para la convivencia con respeto, y no solamente hay que respetar al que es diferente sino que es posible, incluso, encontrar aprendizajes valiosos. Por ejemplo cómo enfrentan sus diferencias y cómo pueden los otros ayudarles.
Esa, se supone, es la función de los manuales de convivencia, que pueden ser necesarios como instrumentos de referencia, pero no son suficientes por sí mismos, porque hace falta convencer a niños, padres de familia, profesores y directivos, que todos tienen su papel en este cuento.
El manual no es suficiente si no se cuenta con una pedagogía permanente en asuntos de convivencia, urbanidad, cívica y ética. El mejor manual de convivencia es revivir estos cursos en los colegios. O al menos, enseñarlo transversalmente en todas las materias. El programa sería algo como: Matemáticas y Convivencia, Español y Respeto, Ciencias Sociales y Tolerancia, Ciencias Naturales y Convivencia, Educación Física y Respeto, y así, hasta completar la serie.
Y como no falta el pero, aquí va el de hoy:
Bienvenido todo lo que se haga por el respeto, la convivencia y la tolerancia, pero sin extremos dañinos y pendejos, como la actividad programada en un colegio de Medellín donde un día determinado las alumnas deben ir vestidas de hombre y los alumnos maquillados y vestidos de mujer. ¡No, tampoco! Se trata de respetar naturalmente el rol que cada quien tenga o haya elegido, no de imitar ni de ridiculizar con representaciones burdas y obligadas el papel del otro. ¿Qué pasará, entonces, con los que, en uso de todo su derecho, se nieguen a participar en la actividad? ¿Tendrán cero en cuál materia?
El mundo gay, compuesto por lesbianas, homosexuales, bisexuales, travestis, transexuales, intersexuales y cualquier otra variante, no merece actos de señalamiento, intimidación, discriminación ni violencia, pero tampoco necesita de actividades extremas para que entendamos el respeto al que nos obliga la diferencia.
Convivencia, respeto y tolerancia son materias que nuestra sociedad pide a grito herido, y que les falta, contradictoriamente, a quienes se proclaman ofendidos pero acaban siendo ofensivos, que reclaman respeto pero son irrespetuosos. Seguimos teniendo tolerancia selectiva, acomodada y conveniente. Y no funciona