El Colombiano

EL HITO COLOMBIANO PARA LA PAZ

- Por STEVEN PINKER Y JUAN MANUEL SANTOS redaccion@elcolombia­no.com.co

El tratado de paz anunciado esta semana entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia, o Farc, marca más que el final de una guerra. Es un hito para la paz en las Américas y el mundo.

La guerra de 52 años entre el Estado colombiano y las Farc es el único y más antiguo conflicto armado en el Hemisferio Occidental, y el último que queda después de la Guerra Fría.

Uno apenas tiene que mirar atrás unas pocas décadas para ver cuán trascenden­tal es este cambio. En Guatemala, El Salvador y Perú, como en Colombia, fuerzas izquierdis­tas armadas lucharon contra gobiernos apoyados por Estados Unidos, con muertes que ascendiero­n hacia los cientos de miles. En Nicaragua el conflicto fue al revés: rebeldes apoyados por Estados Unidos lucharon por derrocar a un gobierno izquierdis­ta. Los Estados Unidos y la Unión Soviética virtieron apoyo que mantuvo vivas a dichas guerras. La “guerra sucia” en Argentina también surgió de un enfrentami­ento entre la izquierda y la derecha, en la cual decenas de miles fueron asesinados.

Hoy en día, no hay gobiernos militares en las Américas. No hay países luchando unos contra otros. Y ningún gobierno está luchando contra insurgenci­as mayores.

Este progreso de un hemisferio completo hacia la paz sigue el camino de otras grandes regiones del mundo.

Lejos de ser un “mundo en guerra” como lo creen muchas personas, habitamos un mundo en el cual cinco de cada seis personas viven en regiones en gran parte o completame­nte libres de conflicto armado.

Latinoamér­ica ahora puede unirse a ese grupo. Claro está que esto no nos puede volver complacien­tes frente a la violencia en esa sexta parte afligida. En cambio, al marcar el progreso en algunas partes del mundo, podemos enfocarnos bien hacia esas partes que aún son devastadas por la guerra. Nuestros esfuerzos por la paz en esas regiones pueden ser informados y fortalecid­os por el ejemplo de regiones como las Américas. La guerra puede ser transforma­da de un medio penetrante para resolver disputas en algo escaso, pequeño en escala, y por fuera de las normas del comportami­ento aceptado.

Librar la paz puede ser casi tan difícil como librar la guerra y para Colombia, los retos que quedan son considerab­les. El acuerdo tiene que ser ratificado en un plebiscito, e implementa­rlo requerirá que los rebeldes abandonen sus armas, se retiren del tráfico de drogas y se sometan a un proceso de justicia transicion­al. El acuerdo aún no incluye a un grupo de rebeldes más peque- ño conocido como el Ejército de Liberación Nacional, aunque las negociacio­nes están en progreso. También debe haber inversione­s en gobernanza rural e infraestru­ctura para dar manejo a la violencia, pobreza y corrupción.

Sociedades posconflic­to siempre son frágiles y corren el riesgo de recaer en la guerra. Solo el esfuerzo, apoyo y vigilancia continuos pueden consolidar y expandir lo que se ha logrado.

Dado que hemos llegado tan lejos, sabemos que podemos ir más allá. Donde se ha puesto fin a las guerras, otras formas de derramamie­nto de sangre, como la violencia de combos, también pueden reducirse. (En solo 25 años Colombia, por ejemplo, ha reducido su notablemen­te alta tasa de homicidios en 60 por ciento).

El progreso hacia la paz es lento e incierto, pero es impulsado por la determinac­ión, ingenuidad y voluntad de millones, y por la realizació­n de que la paz no es un ideal utópico sino un resultado eminenteme­nte alcanzable

Sociedades posconflic­to siempre son frágiles y corren el riesgo de recaer en la guerra. Solo el apoyo y vigilancia continuos pueden consolidar y expandir lo que se ha logrado.

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