EL HITO COLOMBIANO PARA LA PAZ
El tratado de paz anunciado esta semana entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o Farc, marca más que el final de una guerra. Es un hito para la paz en las Américas y el mundo.
La guerra de 52 años entre el Estado colombiano y las Farc es el único y más antiguo conflicto armado en el Hemisferio Occidental, y el último que queda después de la Guerra Fría.
Uno apenas tiene que mirar atrás unas pocas décadas para ver cuán trascendental es este cambio. En Guatemala, El Salvador y Perú, como en Colombia, fuerzas izquierdistas armadas lucharon contra gobiernos apoyados por Estados Unidos, con muertes que ascendieron hacia los cientos de miles. En Nicaragua el conflicto fue al revés: rebeldes apoyados por Estados Unidos lucharon por derrocar a un gobierno izquierdista. Los Estados Unidos y la Unión Soviética virtieron apoyo que mantuvo vivas a dichas guerras. La “guerra sucia” en Argentina también surgió de un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha, en la cual decenas de miles fueron asesinados.
Hoy en día, no hay gobiernos militares en las Américas. No hay países luchando unos contra otros. Y ningún gobierno está luchando contra insurgencias mayores.
Este progreso de un hemisferio completo hacia la paz sigue el camino de otras grandes regiones del mundo.
Lejos de ser un “mundo en guerra” como lo creen muchas personas, habitamos un mundo en el cual cinco de cada seis personas viven en regiones en gran parte o completamente libres de conflicto armado.
Latinoamérica ahora puede unirse a ese grupo. Claro está que esto no nos puede volver complacientes frente a la violencia en esa sexta parte afligida. En cambio, al marcar el progreso en algunas partes del mundo, podemos enfocarnos bien hacia esas partes que aún son devastadas por la guerra. Nuestros esfuerzos por la paz en esas regiones pueden ser informados y fortalecidos por el ejemplo de regiones como las Américas. La guerra puede ser transformada de un medio penetrante para resolver disputas en algo escaso, pequeño en escala, y por fuera de las normas del comportamiento aceptado.
Librar la paz puede ser casi tan difícil como librar la guerra y para Colombia, los retos que quedan son considerables. El acuerdo tiene que ser ratificado en un plebiscito, e implementarlo requerirá que los rebeldes abandonen sus armas, se retiren del tráfico de drogas y se sometan a un proceso de justicia transicional. El acuerdo aún no incluye a un grupo de rebeldes más peque- ño conocido como el Ejército de Liberación Nacional, aunque las negociaciones están en progreso. También debe haber inversiones en gobernanza rural e infraestructura para dar manejo a la violencia, pobreza y corrupción.
Sociedades posconflicto siempre son frágiles y corren el riesgo de recaer en la guerra. Solo el esfuerzo, apoyo y vigilancia continuos pueden consolidar y expandir lo que se ha logrado.
Dado que hemos llegado tan lejos, sabemos que podemos ir más allá. Donde se ha puesto fin a las guerras, otras formas de derramamiento de sangre, como la violencia de combos, también pueden reducirse. (En solo 25 años Colombia, por ejemplo, ha reducido su notablemente alta tasa de homicidios en 60 por ciento).
El progreso hacia la paz es lento e incierto, pero es impulsado por la determinación, ingenuidad y voluntad de millones, y por la realización de que la paz no es un ideal utópico sino un resultado eminentemente alcanzable
Sociedades posconflicto siempre son frágiles y corren el riesgo de recaer en la guerra. Solo el apoyo y vigilancia continuos pueden consolidar y expandir lo que se ha logrado.