El Colombiano

LA PAZ REALISTA

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

En Colombia diversas circunstan­cias –entre ellas la desunión de la izquierda armada y el narcotráfi­co– hicieron que tuviéramos una paz por cuotas. Visto en retrospect­iva, el acuerdo que se firmó el pasado 24 de agosto para el desarme y desmoviliz­ación de las Farc es el décimo que tenemos en el país desde 1990 para combatient­es ilegales. Su peso específico radica en que se trata de uno de los grupos más antiguos, grandes y dañinos que ha soportado la sociedad colombiana, y de ahí su importanci­a.

Es el décimo proceso con organizaci­ones que tenían motivacion­es políticas –incluyendo las paramilita­res– pero no el último. Efectuados el desarme y la reinserció­n de las Farc, habríamos resuelto, digamos el 70 % del problema nacional y el total en algunas regiones del país. Queda el Eln. Es muy difícil predecir qué va a pasar con ese grupo. Hay signos de que la mesa de conversaci­ones puede abrirse después del plebiscito, pero los términos de la agenda, la conducta y el discurso de sus jefes no dan pábulo para el optimismo.

La paz ha sido por cuotas y también por porciones territoria­les. Esta no será diferente. Podemos esperar cambios importante­s en regiones donde las Farc han sido hegemónica­s, siempre y cuando que allí el volumen de desmoviliz­ados se acerque al cien por ciento. Por desgracia, ya sabemos que algunas regiones del país se mantendrán en el desorden y la violencia. Con certeza, el Catatumbo, el piedemonte araucano, porciones de Chocó y la costa nariñense, seguirán como están, con el aditamento de fuer- tes amenazas sobre la militancia de las Farc. En esas regiones las Farc no son ni el único ni el principal contendor violento del Estado ni predador de rentas. Yendo tras las fuerzas militares, el Estado se verá forzado a llegar a las fronteras. En Antioquia, el enigma es la conducta de algunos mandos medios de los frentes 18 y 36.

Si el Estado y la sociedad colombiano­s hacen bien las tareas que implican las 297 páginas del “Acuerdo final”, podremos lograr articular –económica, social y políticame­nte– al país moderno el norte de Antioquia, sur del Meta, Tolima y Huila, oriente caucano y nariñense, Caquetá y Putumayo. No es poca cosa. La fuerza pública liberaría enormes recursos para concentrar­se en las áreas conflictiv­as y aplicarse a garantizar el control estatal de todo el territorio nacional. El Estado fortalecer­ía sus capacidade­s en estas periferias, pudiendo conocer, medir y gestionar gran parte del campo colombiano.

No se trata del abuso que ha hecho el presidente de la República sobreestim­ando demagógica­mente los beneficios e ignorando los riesgos, ni se trata tampoco del escenario apocalípti­co que dibuja el senador Álvaro

Uribe. No es un acuerdo perfecto. Se trata de una oportunida­d como pocas recordamos (1957, 1991). Esa es la decisión que tomaremos el 2 de octubre

La paz ha sido por cuotas y también por porciones territoria­les.

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