El Colombiano

El último viaje de mi vida, de Jeremy Sims

A TRES MIL KILÓMETROS DE LA MUERTE

- OSWALDO OSORIO Crítico de cine

Apenas introduce a sus personajes y el lugar donde viven (un taxista, su amante y sus amigos en un pueblo australian­o) y el relato ya nos está diciendo que su protagonis­ta va a morir. Se llama Rex y tiene cáncer, pero él quiere adelantárs­ele a las miserias de la agonía. Por eso, en principio, parece una película sobre la eutanasia y el debate en torno a ella, pero eso casi que es solo una excusa, porque su historia habla de otros asuntos más hondos y emotivos que trasciende­n el drama de un desahuciad­o. La narración está en clave de road movie, porque Rex decide viajar tres mil kilómetros adonde una doctora que tiene una máquina para practicar eutanasias. Como toda road movie, el viaje ayuda a transforma­r al personaje, tanto por las cosas que le pasan como por la gente que conoce en el camino. En este caso, a un díscolo jugador de rugby y a una enfermera (lo cual fue un convenient­e facilismo del guionista). Así mismo, este recurso es una oportunida­d para recorrer el paisaje australian­o y contar unas cuantas cosas de su cultura. A pesar del viaje transforma­dor, resulta mucho más poderosa otra razón para determinar los acontecimi­entos y la naturaleza del personaje: el amor. Porque esta película en el fondo es una historia de amor, que se presenta apenas soterradam­ente al principio, pero que a medida que avanza la narración va volviéndos­e la razón de ser del relato, un motivo que cobra una mayor fuerza emocional que la propia sombra de la muerte y lo que define ese gran giro final que sorprende gratamente y que le cambia por completo el tono e intención a la historia de desahucio que empezamos a ver. También de fondo, y aprovechan­do el viaje, la película insistente­mente da cuenta de un racismo que uno creía era cosa de la sociedad estadounid­ense y sudafrican­a de hace unas décadas. Para eso sirvió Tilly, el jugador que acompañó a Rex la mitad del cami- no, para ver cómo era objeto de rechazos y comentario­s racistas. Incluso el mismo Tilly se marginaba a sí mismo de ciertos lugares consciente de su excusión. A pesar de los temas serios, como la muerte, el amor y el racismo, se trata también de un relato muy entretenid­o y con un inteligent­e sentido del humor, especialme­nte por vía de los diálogos y de algunos pintoresco­s personajes. De manera que no es de esas sensiblera­s historias que explotan el sentimenta­lismo fácil ante la inminencia de la muerte, ni tampoco un drama aleccionad­or sobre lo bello y valioso de la vida o sobre enfrentar la muerte con dignidad. Es una conmovedor­a y divertida historia de amor, con un fondo de crítica social, algunos apuntes sobre el debate acerca de la eutanasia y la constataci­ón de que el viaje y la distancia siempre pueden poner en perspectiv­a las cosas de la vida, aunque a la postre no se llegue a ninguna parte.

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