En Currulao, la imaginación lleva al éxito
Alrededor de un árbol, en un lote, el profesor Marcial Urbino entrena futuros boxeadores, desde 1990. Allí mismo se forjaron los primeros golpes de personajes como el olímpico Céiber Ávila.
El guásimo -árbol de mediano porte- era pequeño y endeble cuando en 1990, llegó a su lote un loco soñador llamado Marcial Urbino. Está ubicado a unos 200 metros del hogar de un personaje que, pasando por un pastizal, encontró el lugar perfecto para enseñar boxeo.
No era mucho lo que tenía aquel señor: un saco, dos pares de guantes y unas guanteletas. Pero tenía una imaginación enriquecida por sus 10 años como boxeador. Y con ejercicios dinámicos, explosivos y exigentes, enamoró a los jóvenes de Currulao.
“Eso eran un montón de muchachos, como 30, los que venían a diario. Y rápido comencé a sacar campeones regionales y departamentales, como Miguel Luca”, recuerda el profesor Urbino.
Cuando el guásimo iba creciendo y fortaleciendo sus ramas, se convirtió en un arma propicia para mejorar las técnicas de combate. La recursividad de aquel entrenador llevó a que, a través de una cuerda, se colgaran los sacos de boxeo.
Y a su alrededor se iban formando unas casas y se aplanaban las tierras para la construcción de una cancha de fútbol y una placa polideportiva, en pleno corazón del corregimiento de Turbo.
Aún así, este sitio no recibía ayuda. Pero las ilusiones de los jóvenes seguían intactas y sabían que, de 2 a 7 de la noche, encontrarían sagradamente a Urbino entrenando.
Llegó un tal Céiber
Al inicio de este siglo, un niño flaco, pequeño, pero vivaz y obediente, llamado Céiber Ávila, se acercó a las inmediaciones del lote. “Era un muchacho con mucha habilidad, muy ágil y sobre todo muy responsable, jamás me cuestionó una decisión”, revela Urbino.
Y el guásimo fue testigo de como todos los días ese niño recorría el pastizal y se entrenaba, aún así cayera aguaceros que enlodaban el lote.
“Me acuerdo que a mí me encantaba venir todos los días. El profe dibujaba un ring en la tierra y nos imaginábamos compitiendo”, comenta Ávila. Y también se convirtió en un campeón regional y departamental, obligándolo a buscar mejores oportunidades, pero, cuando puede, regresa y hasta colabora con consejos a los alumnos de hoy.
El panorama sigue igual
El árbol ya llega a los 10 metros de altura y con sus anchas ramas cubre a los jóvenes del inclemente sol de las tardes urabaenses.
No han divisado grandes cambios en el espacio de trabajo: “salvo la cancha de béisbol del lado, y algunos implementos que nos han dado en Turbo, sigue siendo igual a hace 26 años”, revela Marcial.
La ayuda estatal ha brillado por su ausencia, a pesar de los buenos boxeadores que allí se desarrollan. Los dos sacos y las cuatro llantas, en las que los deportistas desarrollan su rendimiento físico, y la pera, son suficientes para que todos sueñen con ser los próximos ídolos del boxeo.
Y es que a Cristina, de 14 años, no le importa la caminata diaria de una hora entre su casa, en la vereda El Progreso, y esta parcela de tierra ajada. “A mí me gusta mucho venir a entrenar, así el profe sea exigente, me anima a mejorar”.
O que Steven, a pesar de las
“Me da alegría volver porque ahí fue donde me formé, pero me da rabia saber que sigue siendo lo mismo de siempre”. CÉIBER ÁVILA Boxeador colombiano
carencias, quiera imitar los pasos de su tío Céiber, porque sabe que las ganas y la actitud son las que llevan lejos.
Ahora que surgió el fenómeno olímpico, desde Turbo les prometieron la construcción de un centro de boxeo para la comunidad del corregimiento. “Yo estoy ilusionado con el nuevo ‘practicadero’, pero tampoco quiero que se pierda el lote, uno le coge mucho cariño”, recapacita Urbino.
Por lo pronto, ese guásimo seguirá atestiguando el esfuerzo, el sudor y las ganas con las que los jóvenes de Currulao quieren convertirse en los próximos campeones mundiales, de la mano del idealista