El Colombiano

LA VERDAD

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Aquí hay que escuchar al otro. Esforzarse para que el perdón sea recíproco.

El sí va a ganar en las urnas el dos de octubre. Y lo hará porque la fuerza mayoritari­a del país aceptará lo acordado en La Habana o porque, con maquinaria­s aceitadas, Santos aplastará a la oposición. O por ambas. No resulta lógico, en esta historia torcida nuestra, que una propuesta que cuenta por igual con el apoyo de políticos decentes y oscuros se hunda, tras cuatro años de esfuerzos honestos y mermeladas corruptas.

Entonces, con eso claro, lo que tendríamos que empezar a pensar es en el día después. Y no me refiero a ese fenómeno etéreo que el oficialism­o llama posconflic­to y que muchos repiten sin saber qué es. No. Hablo de la necesidad de imaginar la cotidianid­ad sin el enemigo de siempre. Sin los culpables habituales. Sin los sospechoso­s frecuentes. Pero, más aún, me refiero a considerar los alcances de una nación que se va a ver arrojada a un espejo de horrores, compuesto por la crónica simple y llana de su propia verdad.

Se nos vienen los relatos crudos de medio siglo que la ciudad ignoró cómodament­e. La vida a tropiezos que soportan lo que algunos denominan –no sin cierta injusticia- la Colombia real. No solo masacres y secuestros y asesinatos de tiros en la cabeza. También el abandono del Estado y la forma en la que los ilegales entraron a suplirlo, en algunas zonas gracias al miedo y en otras por sincera simpatía.

¿Estamos preparados para semejante desmadre? O mejor aún ¿estamos preparados para asimilar esas narrativas de horror y dar paso al perdón? Cuesta creerlo. Al menos si nos atenemos a la última semana de comentario­s de aquellos que, entre la baba de la ira, promulgan sus opiniones a favor y en contra del plebiscito.

Porque no sirven en este caso las cadenas mentirosas de whatsapp ni la autocompla­cencia de Facebook ni la detestable superiorid­ad moral que hoy expresan unos y otros. Mucho menos la pose de intelectua­l que pretende adoctrinar a los indecisos.

Aquí hay que escuchar al otro. Esforzarse para que el perdón sea recíproco que es infinitame­nte más difícil que ganar una votación. Y en este país injusto en el que las ciudades deciden el futuro de la guerra del campo, será un gran reto obtener una victoria que tiene todo de reflexión individual y nada de narcisismo

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