LA VERDAD
Aquí hay que escuchar al otro. Esforzarse para que el perdón sea recíproco.
El sí va a ganar en las urnas el dos de octubre. Y lo hará porque la fuerza mayoritaria del país aceptará lo acordado en La Habana o porque, con maquinarias aceitadas, Santos aplastará a la oposición. O por ambas. No resulta lógico, en esta historia torcida nuestra, que una propuesta que cuenta por igual con el apoyo de políticos decentes y oscuros se hunda, tras cuatro años de esfuerzos honestos y mermeladas corruptas.
Entonces, con eso claro, lo que tendríamos que empezar a pensar es en el día después. Y no me refiero a ese fenómeno etéreo que el oficialismo llama posconflicto y que muchos repiten sin saber qué es. No. Hablo de la necesidad de imaginar la cotidianidad sin el enemigo de siempre. Sin los culpables habituales. Sin los sospechosos frecuentes. Pero, más aún, me refiero a considerar los alcances de una nación que se va a ver arrojada a un espejo de horrores, compuesto por la crónica simple y llana de su propia verdad.
Se nos vienen los relatos crudos de medio siglo que la ciudad ignoró cómodamente. La vida a tropiezos que soportan lo que algunos denominan –no sin cierta injusticia- la Colombia real. No solo masacres y secuestros y asesinatos de tiros en la cabeza. También el abandono del Estado y la forma en la que los ilegales entraron a suplirlo, en algunas zonas gracias al miedo y en otras por sincera simpatía.
¿Estamos preparados para semejante desmadre? O mejor aún ¿estamos preparados para asimilar esas narrativas de horror y dar paso al perdón? Cuesta creerlo. Al menos si nos atenemos a la última semana de comentarios de aquellos que, entre la baba de la ira, promulgan sus opiniones a favor y en contra del plebiscito.
Porque no sirven en este caso las cadenas mentirosas de whatsapp ni la autocomplacencia de Facebook ni la detestable superioridad moral que hoy expresan unos y otros. Mucho menos la pose de intelectual que pretende adoctrinar a los indecisos.
Aquí hay que escuchar al otro. Esforzarse para que el perdón sea recíproco que es infinitamente más difícil que ganar una votación. Y en este país injusto en el que las ciudades deciden el futuro de la guerra del campo, será un gran reto obtener una victoria que tiene todo de reflexión individual y nada de narcisismo