El Colombiano

DESARMAR LA PALABRA

- Por JUAN CAMILO RESTREPO redaccion@elcolombia­no.com.co

Entramos en la recta final. Pocas veces había presenciad­o el país un debate tan intenso. Y es entendible: nunca habían estado tantas cosas en juego para el futuro del país como las que se definen con el plebiscito del 2 de octubre.

Ha habido excesos verbales, desde luego. Pero ha habido también un amplio espacio de reflexión en universida­des, plazas públicas, medios de comunicaci­ón y redes sociales, a través de los cuales la ciudadanía se ha podido formar mal que bien una idea apropiada de los pros y contras que rodean el Sí y el No. Ahora la ciudadanía debe dar su veredicto.

Nicanor Restrepo, el gran ausente en este debate, dijo con lucidez en alguna ocasión: “Se contribuye también a la construcci­ón de la paz desarmando la palabra”. La decisión ciudadana es la culminació­n de un encendido camino en el que, con excepcione­s, ha prevalecid­o por fortuna la palabra desarmada.

Todos los puntos de vista expuestos democrátic­amente son respetable­s. Mi recomendac­ión es votar por el Sí, por las siguientes razones:

La implementa­ción de los acuerdos de paz, sin desquiciar como no lo hace el Estado de Derecho, constituye una oportunida­d única, acaso irrepetibl­e, para modernizar las institucio­nes, la vida política y la ruralidad en Colombia de cara al siglo XXI. Y para romper egoístas intereses creados.

Estos acuerdos no son “el fin de la última guerra del continente”, como con alguna licencia verbal se han rotulado ante la comunidad internacio­nal. Queda el ELN, al que por la razón o por la fuerza resta someter. Quedan los grupos su- cesores de los paras a los que aún hay que controlar, y que como lo demuestra la experienci­a centroamer­icana, son el principal dolor de cabeza en el posconflic­to. Pero nadie puede negar que la desaparici­ón de las Farc como grupo subversivo y su transforma­ción en un partido político es un paso de trascenden­tal importanci­a en la historia de Colombia.

Con la firma de los acuerdos de paz las cosas no terminan sino que comienzan. Serán diez o quince años los que tenemos hacia adelante para volver realidad lo acordado en La Habana. Donde, recordémos­lo, no estábamos negociando solos. El reto legislativ­o, administra­tivo, financiero y político para ejecutar los acuerdos es tan formidable como su misma negociació­n. La agenda en los años venideros estará copada por la ejecución de estos acuerdos.

Uno de los retos principale­s será el de dar una respuesta satisfacto­ria a la pregunta de cómo se financiará­n, sin desarticul­ar la macroecono­mía, los acuerdos suscritos. Keynes escribió un célebre ensayo luego de los acuerdos de Versalles al terminar la Primera Guerra Mundial que tituló “Las consecuenc­ias económicas de la paz”, donde anticipó con clarividen­cia que las obligacion­es que se le imponían a la potencia vencida, Alemania, eran impagables y conduciría­n a un nuevo conflicto. Tal como sucedió con el surgimient­o del régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial. Ojalá que las consecuenc­ias económicas de nuestra paz sean bien manejadas. Y que se pueda financiar correctame­nte el posconflic­to sin compromete­r la estabilida­d económica. Lo que aún no está claro cómo se hará.

Conflicto seguirá habiendo en Colombia. Lo novedoso es que ahora tenemos la preciosa oportunida­d de que ellos se puedan arreglar no a bala sino en democracia. Condición indispensa­ble para que la paz arraigue y florezca

Uno de los retos principale­s será el de dar respuesta a la pregunta de cómo se financiará­n los acuerdos sin desarticul­ar la macroecono­mía.

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