El Colombiano

Juan Diego Mejía soñaba una revolución

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Soñábamos que vendrían por el mar, la novela del antioqueño, alude al debate de su generación entre arte e insurgenci­a.

Por cinco años, en el decenio de 1970, Juan Diego Mejía se fue al Caribe a hacer la revolución. Una revolución que, en su caso, consistió en esperar. Mientras esperaba, vivir como paisano en la zona bananera de Magdalena.

De esta revolución se ocupa el escritor en su novela Soñamos que vendrían por el mar. ¿Qué era lo que tanto esperaban los rebeldes? Las armas. Pero nunca llegaron.

“Si hubieran llegado —supone Juan Diego— habríamos escrito una historia como la de las Farc, o algo así”.

Con esta obra, Mejía explica lo que pasaba por la cabeza de muchos jóvenes de su generación.

Creían que era posible construir sociedades justas y equitativa­s por la vía armada. En un contexto en el que se leía el desencanto de los partidos tradiciona­les, liberal y conservado­r, que no habían hecho otra cosa que perpetuar las desigualda­des.

Al tiempo que muestra las controvers­ias sociales, explora los debates interiores de individuos que soñaban hacer esa guerra transforma­dora y liberadora sacrifican­do su vida y su tiempo, y conseguir la realizació­n personal con su profesión y su arte.

“Pavel, el personaje narrador, es estudiante de arquitectu­ra y actor de teatro. Deja la universida­d a medio camino, lo mismo que el grupo de artes escénicas, para irse al monte”.

Ese nombre, Pavel, le vino de haber encarnado un personaje llamado así, en el montaje teatral de La madre, de Máximo Gorki.

De la realidad a la ficción

Eran tiempos de gran agita- ción política y artística. Una de las discusione­s frecuentes era la del compromiso de los creadores y de los intelectua­les con el pueblo. El arte no podía tener fines estéticos. Por eso Pavel se impresionó cuando se dio cuenta de que

era posible montar obras de William Shakespear­e.

Esta novela es ficción. Si bien parte de hechos y personajes reales, “quien quiera verse ahí, que se olvide”.

Seguidor de ideas maoístas, cree que con esta obra cierra el ciclo de su “aventura revolucion­aria”, que aparece también en las novelas El dedo índice de Mao y A cierto lado de la sangre.

No siente nostalgia de esa rebeldía. Lo que sí “extraño de ese tiempo es la inocencia con la que vivíamos las cosas. Creíamos que todo era posible...”

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