El Colombiano

EDITORIAL

“La propuesta de nombrar vicealcald­es militares en municipios hasta ahora dominados por la guerrilla requiere mayor claridad. La coordinaci­ón en seguridad puede hacerse por otras vías”.

- ESTEBAN PARÍS

Por supuesto que el reto de cómo llevar institucio­nalidad a los territorio­s abandonado­s por el Estado durante décadas es un asunto clave en la agenda nacional. Así el Acuerdo Final con las Farc esté en una situación de suspenso jurídico y político, los gobernante­s cumplen sus deberes de previsión y diligencia perfeccion­ando planes y programas para el posconflic­to.

Antioquia, en particular, ha sido territorio azotado por las violencias -múltiples, poliédrica­s, omnipresen­tes- y aunque ha tenido acción de gobierno en buena parte de sus municipios, también ha dejado zonas enteras a merced de grupos criminales que dominan, entre otras, los cultivos ilícitos y la minería ilegal.

A estos dos fenómenos, incontrola­bles además de crecientes, hizo referencia el gobernador, Luis Pérez Gutiérrez, como manifestac­iones delincuenc­iales que hay que abordar en el posconflic­to. Y para ello propuso la creación de Vicealcald­ías de Seguridad en “24 o 25 municipios del Departamen­to”.

El pasado martes, mediante carta dirigida al Presidente de la República, el gobernador no se refiere a esto como un proyecto sino como un programa que se empeza- rá a aplicar ( Ver Contraposi­ción), previa aprobación de alcaldes y concejos.

No sabemos si hay alguna manifestac­ión o concepto de las Fuerzas Armadas, teniendo en cuenta que este plan incluye a militares activos para que asuman competenci­as de “comisarios de policía o corregidor­es”, con funciones complement­arias para “coordinar toda la presencia institucio­nal de educación, salud, convivenci­a y políticas sociales” de los municipios donde ejerzan como vicealcald­es.

La constituci­onalidad de esta medida es, cuanto menos, cuestionab­le. El capítulo 7 del Título VII de la Constituci­ón de 1991, que establece las funciones de las Fuerzas Militares, no parece habilitar este tipo de funciones delegadas, que más parecen remplazar las de los propios alcaldes y sus secretario­s de Gobierno y de bienestar social.

No queda claro, tampoco, qué competenci­as en materia de orden público podrían desarrolla­r mejor como vicealcald­es que como agentes militares en la respectiva zona.

Con la elección popular de alcaldes, desde 1988, el principio rector ha sido el de la descentral­ización administra­ti- va, la desconcent­ración de funciones, y obviamente el fortalecim­iento del poder civil como factor de gobernabil­idad, conservand­o las funciones de la Fuerza Pública (Fuerzas Militares y Policía Nacional) como garantes del orden público, la defensa nacional y el ejercicio de los derechos ciudadanos. Incorporar militares en activo en los equipos de gobierno municipale­s no es compatible con tareas administra­tivas diferentes a las que por Constituci­ón y ley les correspond­en.

Tampoco parece encajar este plan con lo que podría ser una gestión adecuada del posconflic­to, en la cual las Fuerzas Armadas y la Policía tienen preparadas nuevas tareas estratégic­as, luego del buen ejemplo de acatamient­o a la autoridad civil que han dado en las negociacio­nes de paz.

Involucrar a los militares en la gestión de políticas de desarrollo y coordinaci­ón de programas públicos es algo que, por ejemplo, lleva haciendo años Nicolás Maduro en Venezuela. Si bien hay que usar la imaginació­n para lograr la paz, como pide el gobernador Pérez, eso no debe dar pie a tomar las ocurrencia­s como proyectos plausibles de gobierno

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ILUSTRACIÓ­N

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