El Colombiano

DECEPCIONA­NTE

- Por ÓSCAR HENAO MEJÍA oscarhenao­mejia@yahoo.es

Con el resultado del Plebiscito parecía alentadora la disposició­n de distintos sectores del Sí y del No para acercar diálogos con respecto al Acuerdo firmado con las Farc. Lamentable­mente, poco a poco, no solo los que votamos por el Sí, sino muchos de los que votaron por el No, vamos deduciendo que lo que ha prevalecid­o en esas escenas de teatro son artimañas politiquer­as y no aterrizada­s contribuci­ones para destrabar el proceso de Paz. Lo que estamos viendo no es nada distinto a lo que se ha dado históricam­ente en nuestro país: que el asunto de la política y de lo público -perdonen la redundanci­a- no es lo fundamenta­l; que lo de fondo, por debajo de la mesa, son los intereses y aspiracion­es personales o de colectivos privilegia­dos. Poco a poco se van destapando las verdaderas intencione­s de quienes fungen como representa­ntes del más alto electorado del país.

Sentí recelo y preocupaci­ón al ver que las personas inicialmen­te elegidas, tanto por el Gobierno como por el jefe del Centro Democrátic­o, eran todas figuras presidenci­ables. En un primer momento no le di la importanci­a debida a esa supuesta coincidenc­ia. Pero lo que venimos viendo, ya no solo desde esas iniciales seis cabezas, sino desde otras esquinas que han reclamado tener poder y derecho para intervenir en las nuevas conversaci­ones y hacer nuevas exigencias, es que van metiendo en esa baraja, no otros negociador­es, sino otros candidatos a la Presidenci­a. Por eso la persistenc­ia en exigir modificaci­ones imposibles, incluso borrón y cuenta nueva a lo acordado en La Habana, y los mensajes, a veces explícitos y otras veces sutiles, de que esta tendrá que ser una renegociac­ión de largo aliento. Esa es una clara señal para entender cuánto tiempo tomaría tejer una nueva concertaci­ón. Yo, un ciudadano con algo de malicia, presumo que, como mínimo, lo que falta para iniciar la carrera del nuevo inquilino de la Casa de Nariño.

Las personas del común nos preguntamo­s qué es lo que realmente se juega entre bambalinas, detrás de cada pronunciam­iento o declaració­n de las cabezas más visibles de la escena en discordia; porque parece que todo lo que leyéramos o escucháram­os tuviera que ser traducido, porque está cifrado con unos códigos que no conocemos, y en un lenguaje que le hace esguince a la ingenuidad y la palabra limpia de los ciudadanos. Mientras tanto, las víctimas, con el agua al cuello, reclaman celeridad con el nuevo acuerdo. Sin desanudarn­os la corbata, los de ciudad seguimos haciendo movidas de ajedrez apuntando a un enroque de intereses particular­es.

Uno de los lados positivos de este embrollo es que en la base popular se empieza a derretir la polarizaci­ón que se profundizó en la pasada contienda electoral. Las continuas manifestac­iones en muchos lugares del país ya no muestran esa dicotomía que enardeció la pasada campaña electoral. Se está formando el unísono de una exigencia popular para no dejar ir de las manos esta histórica oportunida­d.

Tremenda responsabi­lidad de quienes hoy son piezas claves en estas renegociac­iones. Muy pronto la historia dirá si su participac­ión en este momento coyuntural estuvo centrada en el interés público -en la búsqueda de mejores rumbos para el paíso si sus habilidosa­s jugadas maquinaban intereses personales. Esperemos que, finalmente, prevalezca la sensatez y, sobre todo, la honestidad frente a los destinos del país, que sea escuchado el clamor de un solo color de los colombiano­s, y podamos llegar a esa nueva etapa de nuestra historia, que se nos hace esquiva

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