URIBE NORIEGA O EL SÍNDROME DEL PAISAJE
Montañas Azules se llama la excursión. Por aproximadamente 169 dólares viaja uno 50 kilómetros al oeste de Sídney, Australia, a visitar, lo que las agencias de turismo denominan una de las maravillas del mundo. Blue Mountains, su nombre original, se refiere a una zona montañosa nombrada como Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.
El encanto de la localidad australiana es el siguiente: cuando la tarde está cansada y el sol empieza a caer, las montañas, que decoran el horizonte, pierden su tono original y toman un color azulado. El fenómeno natural, que solo se presenta en absolutamente todos los lugares montañosos de la tierra, despierta miradas de admiración y gritos de júbilo en aquellos que habitan el planeta en sus áreas más planas y menos verdes.
Para nosotros, por ejemplo, el tour es un gasto absurdo e innecesario, pues en lugar de ir hasta el otro polo de la tierra, podemos simplemente asomarnos a la ventana a ver, todos los días del año, las montañas azules.
Y está bien. Está bien que al ser un país atravesado por tres cordilleras, lo que es paisaje se nos vuelva paisaje. Está bien que ignoremos el color de las montañas al atardecer porque nos lo conocemos de memoria y hemos perdido ante eso la capacidad de asombrarnos. Lo que si no está bien, para nada bien, es que se nos vuelva paisaje los niños que mueren de hambre, la violencia contra la mujer, la discrimina- ción y la injusticia. Que ante un hombre que rapta, maltrata, asfixia, ahorca, viola y luego llena de aceite a una niña para encubrir sus huellas, lo que nosotros nos preguntemos sea cuánto se irá a demorar en comprar al juez y los testigos, en vez de cuántos años estará el sociópata en la cárcel. Porque eso nos convierte, con efecto inmediato, en una sociedad fallida
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Está bien que ignoremos el color de las montañas al atardecer, pero no que se nos vuelva paisaje la violencia contra las mujeres y los niños.