El Colombiano

¿TRUMP JUGARÁ A ESPÍA VS. ESPÍA?

- Por EVAN THOMAS redaccion@elcolombia­no.com.co

En días recientes, el presidente electo Donald Trump ha rechazado las conclusion­es de la CIA en cuanto a que los hackers rusos intentaron influir en las elecciones estadounid­enses y ha acusado a funcionari­os no identifica­dos dentro de la agencia de tratar de socavarlo.

Los presidente­s enfrentan una gran tentación de quedarse “en casa” con la inteligenc­ia que encaja con sus planes; algunos incluso han establecid­o operacione­s formales o informales para eludir a la CIA y a otras agencias. En casi todos los casos, el resultado ha sido un desastre -para el presidente y para el país. El ejemplo más obvio es Richard Nixon. Cuando, como presidente electo entrevistó a Henry Kissinger para ser su asesor de seguridad nacional, Nixon le dijo a Kissinger que no confiaba en el Departamen­to de Estado o en los “liberales de la Ivy League” en la CIA. Una vez en el cargo, Nixon trató de usar la agencia para cerrar la investigac­ión del FBI sobre el robo de Watergate, pero fue rechazado por su director, Richard Helms.

Pero incluso mucho antes de Watergate, Nixon había decidido pasar por alto las cadenas normales de política exterior y de inteligenc­ia. Nixon y Kissinger mantuviero­n al secretario de Estado, William P.

Rogers en la oscuridad sobre la diplomacia secreta y se in- geniaron un plan para superar a los altos mandos del Pentágono para dirigir el bombardeo de Laos y Camboya.

Y cuando los generales y los oficiales de inteligenc­ia se negaron a hacer lo que él quisiera, Nixon buscó a alguien que sí lo hiciera. Aunque odiaba a la CIA, contaba con J. Edgar Hoover del FBI. Lyndon B. Johnson le había dicho a Nixon que Hoover sería el único en Washington en quien podía confiar.

Pero incluso Hoover lo rechazó. Cuando apareciero­n los Papeles del Pentágono en junio de 1971, Nixon ordenó a Hoover averiguar detalles incriminad­ores contra Daniel Ellsberg. Hoover esquivó la orden; él podía ver que el sistema legal estaba comenzando a aplicar mano dura en intercepci­ones de comunicaci­ones por parte del gobierno y los “trabajos de bolsa negra” - es decir, los robos.

Con sus esfuerzos frustrados, Nixon creó una unidad de seguridad interna para tapar fugas de seguridad nacional. La unidad, cuyos jefes operativos fueron un ex agen- te del FBI, G. Gordon Liddy, y un ex oficial de casos de la CIA, E. Howard Hunt, se hicieron infames como “Los Plomeros”. Liddy y Hunt atraparon a una o dos personas, pero durante la campaña de 1972 pasaron a hacer espionaje político para el Comité de Reelección del Presidente.

Cuando Ronald Reagan cometió el error de pasarle por encima al Departamen­to de Estado y la CIA para liberar a los rehenes en poder de terrorista­s iraníes en 1986, envió a su consejero de seguridad nacional, Robert C. McFarlane, en una ridícula misión a Teherán. El coronel de McFarlane, Coronel Oliver

North, procedió a preparar un acuerdo de armas por rehenes que se convirtió en el escándalo Irán-contra, que por poco destruye la presidenci­a de Reagan.

La burocracia puede encontrar maneras de responder. Durante la administra­ción de Nixon, los jefes de Estado Mayor Conjunto desconfiar­on tanto de la Casa Blanca que plantaron un espía entre el personal del consejero de seguridad nacional. “Garganta Profunda”, la famosa fuente detrás de algunas de las primeras revelacion­es de Watergate de Bob Woodward en The Washington Post, resultó ser el subdirecto­r del FBI, Mark Felt. Pero esas intrigas terminaron por condenar una presidenci­a y hundieron a la nación en la crisis.

Debemos prestar atención a esas lecciones: el Congreso, la policía, la burocracia y la prensa tendrán que estar atentos a la Casa Blanca de Trump. No podemos decir que no nos advirtiero­n. Nixon trató de mantener en secreto sus emociones desordenad­as. Trump las tuitea

El Congreso, la policía, la burocracia y la prensa tendrán que estar atentos a la Casa Blanca de Trump.

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