LUGARES COMUNES
Es un lugar común en el periodismo internacional referirse a cualquier choque entre Rusia y Estados Unidos como “la nueva Guerra Fría”. Así se dijo en los incidentes sangrientos de Georgia en el 2008 y en los de Ucrania en el 2014 y en la masacre de Siria hoy. Todo lo resumen fácilmente, sin contexto, como el enfrentamiento entre un mandatario de mano dura y comportamiento sanguíneo como Vladimir Putin y una comunidad occidental de naciones, dirigida por Estados Unidos, que trata de controlarlo.
No creo que sea el caso. Las características de la Guerra Fría como condición geopolítica terminaron con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, dos años después. Los mapas diplomáticos se han transformado sustancialmente con un EE.UU. omnipresente y una Europa que intenta acomodarse como proyecto unificador, a pesar de sus más recientes dificultades.
La Rusia de Putin por su parte, que atraviesa todo el siglo XXI, es una especie de jugador de alto riesgo que añora el viejo poderío del Kremlin y que está dispuesto a estirar la paciencia internacional para aprender sus límites. No se siente cómodo con la mayoría de sus antiguos estados soviéticos, ni con la Europa de Merkel y Hollande y mucho menos con la Casa Blanca de Obama.
No hay equiparables en los comportamientos de hoy con el conflicto ideológico que ensombreció la segunda mitad del siglo pasado. Ahora tenemos una fragmentación de alianzas y, tras las crisis económicas de esta década, una nostalgia de las individualidades nacionales y sus controles. Los bloques robustecidos están resquebrajados.
Quizá lo que se repite es el desorden bélico del cual Siria es el síntoma más dramático. También la incapacidad de los organismos multilaterales para dar soluciones concretas, lo que lleva a muchos a creer que seguimos en un mundo bipolar cuando en realidad la fragmentación supera por mucho a dos partes involucradas.
La multilateralidad de la diplomacia juega contra la estabilidad y el 2017 será un año de tensión porque en la Casa Blanca tomará el control un líder impulsivo. Hay que esperar con él lo que nadie espera.
Putin y Trump, por más elogios que se brinden, pueden hacer la demostración definitiva, y a golpes, de que esto en nada se parece a la Guerra Fría. Que a ellos les gusta la acción que solo brindan las guerras calientes
La multilateralidad de la diplomacia juega contra la estabilidad y el 2017 será un año de tensión. En la Casa Blanca tomará el control un líder impulsivo.