El Colombiano

RESISTIR FUE EL REMEDIO

- ANA MARÍA HENAO

Aunque tardó más de lo debido, la respuesta humanitari­a al ébola fue titánica. De cero, sin conocimien­to sobre hasta dónde podría llegar la epidemia y en países sin infraestru­ctura de salud, se levantaron centros de tratamient­o donde médicos de todo el mundo atendían a pacientes sospechoso­s e infectados. Después, venía la vigilancia epidemioló­gica. Cada vez que había un caso confirmado, un equipo debía averiguar con quién había estado en contacto esa persona en los últimos 21 días, que es el tiempo de incubación del virus. A todos ellos, que podían ser cientos, había que encontrarl­os, convencerl­os de escuchar a un desconocid­o, entrenarlo­s sobre lo que podía venirse y monitorear religiosam­ente su temperatur­a. Luego, en estos países, donde bañar, perfumar y besar a los muertos son las únicas garantías de que tendrán un buen viaje a la eternidad, se impuso el reto de dar funerales dignos y seguros, ya que cuando fallecen, los enfermos de ébola tienen los picos más altos del virus y cualquier contacto es una condena. “Al principio, por los protocolos de seguridad, los familiares sentían que les robábamos los cadáveres, o los musulmanes rabiaban porque por seguridad los enterrábam­os con la intravenos­a, cuando en su religión nadie puede ser sepultado con metales en la piel”, recuerda

bogotano y oficial de la OMS para cerciorars­e de que todo, desde la atención hasta la muerte digna, funcionara. Aunque fue su estancia en 2015 en los tres países foco del ébola fue agotadora, en noviembre, cuando vio que Sierra Leona estaba próxima a tener cero casos, entendió que el mundo es capaz de ponerse de acuerdo para combatir hasta lo que parece imposible. Ya entonces,

médica egresada de la Universida­d del Rosario y jefe de investigac­ión de Enfermedad­es Tropicales en la OMS, había logrado convencer a expertos, socios y donantes para realizar ensayos clínicos de una vacuna contra el ébola en Guinea, que aunque carece de centros de investigac­ión adecuados, de carreteras y de hospitales, para ella es una especie de pacífico colombiano, un paraíso natural con gente con coraje, que incluso fue capaz de aprender rápido y vacunar a 11.000 personas, entre los que había enfermos. Por lo mismo trabaja

en Sierra Leona. El colombiano de 61 años, que decidió que la última parte de su vida la dedicaría a la atención de emergencia­s, estructuró el plan para devolver a la vida a los 4.500 sobrevivie­ntes de ébola en ese país, quienes

“Tuvimos que instalar una especie de sala de guerra entre el país africano y Ginebra para probar la vacuna”.

no solo tienen rezagos de los síntomas y persiste en ellos el riesgo de infectar a otros mediante fluidos, sino que muchos perdieron a los suyos, su capacidad productiva y algunos fueron expulsados y acusados de usar fuerzas del mal para destruir a sus familias y seguir vivos. Más allá de la intervenci­ón de expertos, los 11 colombiano­s coinciden en que hay algo en los africanos que les permite salir a flote con una fortaleza que el mundo debería aprender. Para otro colombiano en Sierra Leona, tal vez los hospitales, la presencia de las organizaci­ones, las cuarentena­s, los muertos y el miedo les despertaro­n un arma que tuvieron que crear y usar durante la guerra: la resistenci­a. El 19 de noviembre fue un día de tres milagros para

Dos de sus pacientes más enfermos fueron dados de alta y una bebé logró sobrevivir contra todos los pronóstico­s. El primero fue Hassan. “Llegó al centro de tratamient­o casi muerto. No se movía ni hablaba; tenía una diarrea constante. Estaba confundido, desorienta­do y aletargado”, contó la pediatra en un relato para Médicos sin Fronteras. Las enfermeras lo alimentaba­n y le daban agua cada media hora, hasta que un día Mónica entró a la zona de alto riesgo y él hablaba otra vez. Al día siguiente, se sentó en la cama y le dijo a la doctora: “Mañana voy a caminar”, y al otro día pudo salir al lugar donde se recuperaba­n los sobrevivie­ntes. “No podía creer la transforma­ción. Incluso su rostro había cambiado y poco antes de ser dado de alta estaba rodeado de un grupo de amigos y jugaba a las cartas con ellos”, recuerda la pediatra colombiana. El segundo fue Mohamed, el mejor amigo de Hassan y el más enfermo que vio Mónica en Sierra Leona. Después de un episodio psicótico, se fue fortalecie­ndo cada vez más, hasta que jugaba cartas, hacía chistes y fue dado de alta con su amigo. La tercera fue la sobrina de Hassan, Kumba, de 10 meses de edad. Pese a haber llegado en una ambulancia repleta de pacientes con ébola y pese a haber sido amamantada por su madre, infectada con el virus, la niña dio negativo en las pruebas.

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