El Colombiano

SOBRE EL TOPE

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Límite, lo que implica que hay alguien o algo al otro lado, que el encuentro ya es un hecho pues en el tope hay un tocarse y, como dice Mar-

tin Buber, el puente se ha tendido entre el yo y el tú, resolviénd­ose así una pregunta cuya respuesta ya no es de uno sino de dos. Los viejos arrieros, que conocían de límites, aun bebiendo sus aguardient­es anisados, hablaban del llegar al tope, no solo cargando la mula hasta el punto en que el animal (o bestia) podía caminar llevando su carga sin problemas, sino establecie­ndo los lugares donde se iban a topar con algo que les haría bien. Y consciente­s de estos topes, creaban un camino seguro para encontrars­e (las fondas eran un tope). Igual pasó con don Quijote que, en sus arrestos de locura, al fin se encontró con la razón, pues al tope de la imaginació­n solo está lo cierto, que es lo único que hay. El tope, entonces, es un límite y salirse de ahí es entrar en crisis, perder el lugar, caer al abismo o tomar por donde no es. Así, el tope es inteligenc­ia práctica.

Pero en esto que vivimos (que ya no se sabe qué es), marcado por la desmesura y la codicia, el deseo que rebasa y el delirio de los yos enfermos, los topes se han roto al punto que la tierra se defiende de nosotros, la razón se convierte en un yo creo (evadiendo el yo sé) y ya no hay definicion­es claras sino lo que podría ser o quisiéramo­s que fuera, lo que lleva al caos y a que los límites, necesarios para entender qué pasa, sean una mezcla en la que lo uno absorbe a lo otro, deformándo­se. Y en estas deformacio­nes o mutaciones extrañas, ya no hay topes (lugares de encuentro) sino invasiones delirantes como las de los mongoles y los tártaros primitivos, en las que unos se comían los caballos de los otros y luego seguían con ellos mis- mos, como cuentan las crónicas de los popes rusos. Sea verdad o mentira, es terrible.

Pero los topes se rompen (ya en la segunda guerra mundial se rompió el de la razón) y a cada verdad se la cubre de mentiras, poniendo el delirio por delante, burlando los límites que nos definen y, creando tierras de nadie donde los errores se multiplica­n y los deseos se desbordan (ideas falsas), tratamos de cambiar a nuestro amaño la realidad posible, evitando que sea la úni- ca factible para saber dónde estamos y en qué condicione­s. Y así, perdido el tope, perdidos nosotros, que al carecer de límites volvemos al estado de naturaleza del que habla

Hobbes en su Leviathan, en el que el miedo y la ignorancia nos reducen el espacio y nos llevan a creer en fantasías que al final se convierten en frustracio­nes. Roto el tope y según los arrieros que tenían clara la palabra, la mula se revienta, la carga se riega y se pierde lo que daba de vivir.

Acotación: el verbo topar no es un anacronism­o sino una acción que nos define frente al otro y lo otro, que nos coloca límites para que podamos ser diferencia­dos y conocer la diferencia. Y en los límites, que configuran la costumbre y los saberes, topamos con lo que hay y lo que somos. Ya, roto el tope, la crisis aparece y ahí nos ahogamos

Perdido el tope, perdidos nosotros, que al carecer de límites volvemos al miedo y la ignorancia.

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