El Colombiano

Ali, revolucion­ario que cambió forma de ver el boxeo

No solo fue campeón con los puños en el ring, también con las palabras dentro y fuera de él. Renegado, bailarín e imán.

- Por OSWALDO BUSTAMANTE E.

Temible en el ring. Peor fuera de él. En el primero exhibía sus poderosos puños y un juego de piernas que muchas veces parecía ir en bicicleta o flotando como una abeja. En el segundo, era letal con su boca. Bocón. Sí. Eso era Ali. El gigantón de ébano que cambió la idea de lo que era el boxeo de principios y mitad de siglo pasado, rompió esquemas, fue irreverent­e y se convirtió en el mejor del mundo en la división más importante: los pesos pesados (91 kilos).

Muhammad Ali -cuyo verdadero nombre era Cassius Marcellus Clay, del que desistió al convertirs­e al islamismom­arcó, sin dudas, el antes y el después del deporte de los puños. “Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre”, dijo.

Fue el show. “Soy el mejor”, no se cansaba de replicarlo.

Su irrupción en el mundo del boxeo dejó atrás la frialdad de los combates, convertido­s en duelos entre rivales que parecían piedras y que solo se dedicaban a darse golpes. Eran verdaderas máquinas de tirar...

Rocky Marciano -único campeón de los pesados que se retiró sin perder una sola pelea-, John Sullivan -campeón a puño limpio, en 1892-, Jack Dempsey -uno de los más populares y cuya fortuna superó los 5 millones de dólares en los años veinte-, John Jackson -primer negro en ganar un cetro del peso pesado, en 1908; Primo Carnera -italiano de gran renombre en los treinta-, Archie Moore -poseedor del récord de 131 peleas ganadas por nocaut- o el interminab­le Joe Louis -el más joven en ser campeón, a los 23 años, y segundo negro en conquistar el título que defendió 25 veces-.

Todos antecesore­s de Ali, tuvieron su brillo pero jamás llegaron a ser imanes como él. Ali puso más que golpes, estrategia publicitar­ia y sicológica. La primera para revolucion­ar el boxeo, darle un aire jamás visto, bien aprovechad­a, entre otras cosas, por los promotores que se llenaron los bolsillos de plata. Y la segunda, para desequilib­rar a sus rivales en el previo de los combates, muchas veces sacándolos de casillas para luego, en el ring, dominarlos a placer, porque, como alguna vez reveló Bob Foster -con quien peleó en 1972- quedó paralizado con solo estar frente a él.

Lo llamaron loco. Payaso. Su forma de pelear, bailando, exhibiendo el bolo punch -giro amenazante del brazo derecho como si fuera una hélice-, los gritos que les pegaba a sus rivales en el cuadriláte­ro, a quienes les mostraba su rostro sin defensa invitándol­os a que le trataran de pegar, el salto en las cuerdas, o el hacerse el derrotado para después cargar con todo contra sus oponentes, fueron vistos, en principio, con malos ojos.

Sin embargo, al final, los aficionado­s terminaron por aceptar el espectácul­o que llegaba como el mejor condimento para un plato insípido. “Flota como una mariposa, pica como una abeja”, su frase de batalla hizo carrera y fue la protagonis­ta del nuevo estilo en el boxeo.

Fue un rebelde en todos los sentidos, desde cuando se negó a pagar el servicio militar obligatori­o en su país, hasta cuando rompió todos los paradigmas de la sociedad estadounid­ense al cambiar de religión, así los críticos hayan asegurado que lo hizo por un soterrado interés cuando luchaba contra el racismo, la guerra - que en su época vivía EE.UU. contra Vietman, llamado Vietcom-, las clases sociales y las discrimina­ciones religiosas.

Hombre de posturas fuertes y antagónica­s, de gran sentido del humor, elegante en el ring, “exquisito” dando golpes, letal en la definición, de frases célebres que causaban escozor, de gritos y amenazas, de récords, campeón olímpico, seis veces Guantes de Oro y de autoprocla­mas, como las de llamarse el más bonito, el más grande, el invencible, el único. Solo le faltó ponerse la chapa de un dios. Y por poco lo hace.

Ali fue un ejemplo para los ciudadanos afroameric­anos que vieron en él un defensor de sus derechos civiles, a tal punto que, alguna vez, intervino para que el régimen de Saddam Hussein liberara a 14 reos.

Arrogante -como cuando dijo “Cuando eres tan grandioso como yo, es difícil ser humilde”-, agresivo -como cuando frente a la casa de uno de sus rivales le mostró una trampa para osos y le gritaba que le iba a arrancar la cabeza-.

“Ali, Frazier y Foreman éramos un solo hombre”. Pero él - Ali- era la pieza más grande”, tuiteó George Foreman, su más encarnizad­o rival y protagonis­ta del grandioso duelo del boxeo en la velada “Rumble in the Jungle” (pelea en la selva), escenifica­da en Kinshasa, Zaire, el 30 de octubre de 1974.

Y en efecto así fue. Ellos contribuye­ron a darle brillo al boxeo, porque si bien Ali era el taquillero, poco hubiera pasado de no haber tenido contendore­s aguerridos y que se prestaron en su momento para que The Greatest (el más grande) nos dejara su Grandeza

“Soy un sabio del boxeo, un científico del boxeo. Soy un maestro del baile, un verdadero artista del ring”. MUHAMMAD ALI El mejor boxeador de todos los tiempos

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