GUARDAR SILENCIO
De Navidad me regalaron un libro absolutamente pertinente para estos días: “No sufrir compañía, escritos místicos sobre el silencio”, de Ra
món Andrés, un escritor español que ha escrito artículos bellísimos sobre música y literatura. Y digo pertinente porque si algo se respira en diciembre es ansiedad, es movimiento, es la angustia de que el tiempo no alcanzará, hay tantas cosas que comprar, tantos compromisos que cumplir pero, sobre todo, hay tanto ruido, tanta bulla en todas partes.
En nuestra sociedad damos por sentado que el ruido es sinónimo de alegría. Si no hay música a todo volumen, algunos piensan, no se puede pasar bueno. Hay que beber, hay que bailar las mismas canciones para que el año cierre como tiene que cerrar.
Pasan las chivas con su bullaranga, van los buses cargados de emisoras gritonas, aprenden los vecinos a dormir atiborrados de escándalos. El ruido es sinónimo de diciembre y eso, al parecer, nunca cambiará. Por eso cuando abro este libro en esta época y me encuentro con una frase de san
Buenaventura: “El hombre cuando calla piensa en sus caminos”, siento que este es el libro ideal para cerrar el 2016. ¿En qué piensa uno, por lo general, antes de terminar el año? En lo que fue y en lo que uno quisiera que empezara a ocurrir el próximo, piensa en las posibilidades.
Por eso me parece pertinente guardar silencio y reflexionar. Es admirable que ya entre los egipcios el silencio fuera considerado una condición preceptiva para todo aquel que deseara purificarse, esa purificación, de alguna forma, es la que buscamos cuando cambia el año, tratamos de dejar atrás lo malo, pensamos que apenas sean las 12, tenemos la oportunidad de ser otros, un poco más esperanzados, un poco más humanos.
Anteriormente, los monjes se retiraban al desierto a guardar silencio, luego esa figura cambió por la celda, un espacio privado destinado a “no sufrir compañía”. Del mismo modo, cabe pensar que el libro era y es, a la vez receptáculo, una forma de derecho al silencio. “Leer a solas favorece un ejercicio de asimilación de la memoria, aunque también un diálogo con lo que ‘ no está’”. Desde aquí podríamos entender por qué somos como somos, por qué todavía el libro no es una buena compañía por estos lados donde abunda el ruido impertinente, donde nos cuesta tanto nuestra propia presencia. Valdría la pena pensar un poco antes de terminar este año qué significa para cada uno de nosotros el silencio, un mundo en el cual, como diría Plotino, hay un montón de exageraciones bellas: “Mirar, callar, contemplar el escenario donde fue retenida la palabra de los dioses, el paisaje en el que nada puede ser dicho porque, de resonar una voz, alejaría la divinidad”.
No creo que sea necesario agregar nada más
Anteriormente los monjes se retiraban al desierto a guardar silencio, luego esa figura cambió por la celda, un espacio privado destinado a “no sufrir compañía”. Del mismo modo, cabe pensar que el libro era y es una forma de derecho al silencio.