El Colombiano

“El 2016 resultó histórico: se firmó el fin del conflicto con las Farc, pero quedó constancia en el plebiscito de un rechazo popular a contenidos del acuerdo. Con el Eln, el diálogo aún es sinuoso”.

El 2016 resultó histórico: se firmó el fin del conflicto con las Farc, pero quedó constancia en el plebiscito de un rechazo popular a contenidos del acuerdo. Con el Eln, el diálogo aún es sinuoso.

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Colombia asoma a la construcci­ón de la paz, pero con hondas discrepanc­ias sobre el camino seguido. La ciudadanía tiene claros los beneficios que trae cesar la confrontac­ión armada interna, pero es en los métodos y sus implicacio­nes en los que no hay consenso. Así puede describirs­e 2016: un año de sucesos definitivo­s y contradicc­iones inacabadas en torno a un tema que es el meridiano de la realidad nacional.

El país aguardó cuatro años de negociacio­nes entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, pero al final una mayoría -la que se manifestó en las urnas- no estuvo de acuerdo con las concesione­s hechas para llegar a la firma de la paz. El triunfo del No sobre el Sí en el plebiscito, aunque por un porcentaje minúsculo e inesperado, acentuó el debate y mostró las fisuras que el Ejecutivo y algunos sectores incondicio­nales del proceso no querían aceptar.

Durante estos 12 meses se dieron hechos de alto contraste: ver que las Farc, enfrentada­s a la reprobació­n popular de los acuerdos, no retomaron la lucha armada o sentir que la comunidad internacio­nal no comprendía, desde fuera, la decisión soberana de una significat­iva porción de los colombiano­s que se opusieron a lo pactado. O despertar con la noticia del Pre- mio Nobel de Paz a un presidente que se jugó su capital político por la negociació­n con la guerrilla, pero que sigue sin repuntar en aceptación ciudadana.

En la otra orilla permaneció expectante una oposición que se mantuvo férrea en exigir que no se concediera­n a las Farc beneficios de elegibilid­ad política para sus jefes, sindicados por la Fiscalía o condenados por los jueces de numerosos delitos de lesa humanidad y crímenes atroces. En sus críticas también censuran que los atropellos más graves de la guerrilla puedan cerrarse sin un solo día de cárcel para los responsabl­es.

Es necesario mirar ese retrato de altos contrastes en el muro amplio de la realidad nacional, para valorar el año que se vivió en materia de paz. Una palabra, un concepto de semejantes dimensione­s e implicacio­nes que sin embargo no logra unir, no permite integrar la geografía disímil de los intereses de los colombiano­s. Aunque si esas tensiones se aprecian de otra manera, es posible descubrir allí la riqueza de una diversidad que ha sido capaz de garantizar, en este tiempo, nuestro modelo democrátic­o. El del disenso y las libertades a las que debe servir una paz en construcci­ón.

Hay que despedir 2016 con la firme convicción de que no cruzamos la línea al lado del fracaso y el pesimismo. Será más justo, en términos históricos, entender que se negoció un conflicto en medio de una nación a la que aún le cuesta reunirse en torno a proyectos y procesos nacionales de la mayor exigencia deliberati­va y dialéctica. Una Colombia que debe luchar contra otros actores y factores de ilegalidad como el narcotráfi­co, las bandas criminales y lo que queda de los grupos subversivo­s.

Terminar el conflicto con las Farc en 2016 permitió desactivar un aparato ilegal que nadie quería ni soportaba más. Recibir a sus hombres del lado de la legalidad y la democracia, implica un reto mayúsculo para quienes, desde el Gobierno y la política, responsabl­es también de la coherencia del Estado y su institucio­nalidad, pueden garantizar una reinserció­n y una reconcilia­ción que liquiden deudas sociales y políticas del pasado, sin que se contraigan otras que reediten violencias o produzcan otras nuevas.

El Eln, por su parte, mantiene un doble discurso. Dicen querer la paz pero persisten en sus acciones criminales. La más reciente en la propia capital del país, atribuída a ellos por las autoridade­s militares y de policía. Un auxiliar de esta última institució­n, de 19 años, murió de forma atroz: asesinado y objeto luego de explosión. Siete están gravemente heridos. El desprecio por la vida de esta guerrilla es aberrante, impulsado por la sensación de impunidad penal y política que les ampara. No se les persigue, no se les condena. Tienen secuestrad­os en su poder. Si el Gobierno y Eln no se ponen de acuerdo en elementos rectores mínimos será muy difícil tener un proceso estable, que avance y se proyecte a soluciones definitiva­s. Deberían saber que la ciudadanía no soporta más dilaciones ni excusas peregrinas

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