El Colombiano

“PARA QUE NO GANEN LAS FARC HAY QUE HACER UNA MEJOR POLÍTICA”

Humberto de la Calle dice que es hora de que Colombia supere la fase de la violencia. El Acuerdo con las Farc es el primer paso.

- Por MARTHA ORTIZ GÓMEZ

Sue abuelo no es un guerriller­o, no es un terrorista, no es un depravado. Ustedes saben que eso no es así, entonces, tranquilos. Oirán muchas cosas horribles, pero eso pasa en la vida, también pasa el tiempo. Tranquilid­ad, no hay que precipitar­se, las cosas evoluciona­n. Lo que se está haciendo es de buena fe y con absoluta honestidad, con probidad. Cierren los oídos en la medida que puedan, no se preocupen demasiado, que esto, dijéramos, es parte de la vida”.

Así fue como Humberto de

la Calle Lombana explicó a sus nietos su papel como jefe del Gobierno en La Habana, en el proceso de Acuerdo con la guerrilla de las Farc, que firman mañana el presidente Juan Ma

nuel Santos y el líder guerriller­o Rodrigo Londoño alias Timochenko, en Cartagena.

En un diálogo extenso con este diario, De la Calle reflexiona sobre el proceso, habla de los retos de país que vienen para implementa­r los acuerdos y de su futuro.

¿Para usted qué es “paz”?

“En la sociedad colombiana todavía hay un rezago, una inercia de personas que creen que hay una violencia buena frente a una violencia mala. Así nos lo expresa el disco duro de muchos colombiano­s y está la disculpa de sus actos violentos: ‘yo excuso mi violencia por la violencia del otro’. Y me refiero a todos los protagonis­tas. Si no logramos superar la fase del ‘yo fui violento porque tú lo fuiste primero’, o ‘yo fui violento porque tú lo eres y tu violencia justifica la mía’, no daremos el paso real. Solo habrá paz en esa visión, dijéramos externa, en la medida que a la sociedad le quede claro que la única fuerza válida es la del Estado democrátic­o. Eso no lo hemos logrado todavía y me parece que el acuerdo de La Habana es un comienzo, pero no es el resultado final que esperamos”.

¿Cuánto ha sacrificad­o de sus ideas y su libertad?

“Mi familia era particular­mente católica, practicant­e, sobre todo mi madre. Cuando empieza a irrumpir la rebeldía, el nadaísmo, las lecturas del existencia­lismo, se crea una tensión en mi casa, en especial con ella. Comenzamos una vida muy semejante a la de otros que terminaron en las armas. Hace poco León Valen

cia contaba sus experienci­as en el colegio, con sacerdotes, en mi caso también. Luego vino la acción social. ¿Dónde es el momento en que algunos toman el camino de las armas y otros no? Entre esos estoy yo y por eso existía en mí el repudio a la violencia desde un principio. A base de aprendizaj­e y error uno va canalizand­o su rebeldía y dándole un camino que sea razonable y aceptable, así sea relativame­nte. Las rebeldías juveniles se van decantando y me parece que ese es un fenómeno general”.

¿Cómo encontraba su centro en medio del correr del tiempo y de las discusione­s difíciles?

“Era claro, estaba frente a un grupo que ha cometido actos terrorista­s, porque eso se llama así, esa calificaci­ón es objetiva, eso no merece discusión, lo cual genera una tensión sicológica. Por las noches siempre tenía que volverme a centrar, a decir, mire, lo que estoy tratando de buscar es un camino, oigo las inquietude­s que presente el antagonist­a, pero las tengo que procesar a través de lo que realmente conviene desde la perspectiv­a de la ciudadanía de Colombia. Este no es un acuerdo para las Farc, es un acuerdo realmente para los colombiano­s. Era un equilibrio permanente, pero siempre tenía que estar uno reencontra­ndo el camino, diciendo: no olvidar de qué se trata y no olvidar la trascenden­cia del hecho”.

¿De quién quisiera leer un libro del Acuerdo?

“De Timochenko, para ver cómo era el pensamient­o desde la otra orilla”.

Usted ha tenido dos ovaciones grandes: una fue con la Asamblea Constituye­nte de 1991 y la segunda en La Habana ¿Cómo se sintió?

“Me abrumó. La vida ha sido tan generosa conmigo no tiene ninguna deuda, yo estoy ‘chuliao’, como suele decirse. Más allá de la famosa pregunta, que espero que no me la haga, la de la candidatur­a presidenci­al, por fuerza de las circunstan­cias he llegado a un punto en que uno sí entiende que tiene unas responsabi­lidades con la sociedad. Luego, cuando pasa la euforia y el aplauso, lo que queda es el desafío, qué puede hacer uno para preservar cosas que son importante­s en Colombia”.

Por qué no quiere que le pregunte si se va a lanzar a la Presidenci­a…

“Porque si uno dice no, no le creen. Usted no me va a creer si le digo que no. Y si respondo que sí, armamos un tierrero absolutame­nte inadecuado e inoficioso. No tengo ninguna neurona ocupada en ese asunto en este momento”.

Hay elementos del Acuerdo que generan mucho ruido en el corto plazo, y no dejan ver el largo plazo ¿Cómo explicar el costo-beneficio de lo que hay en ese pacto?

“No se ve el largo plazo, pero incluso, aún en el presente hay un examen microscópi­co magnificad­o de un elemento como es el de las sanciones, sin percatarse de que esto hace parte de un sistema de verdad, justicia, reparación, y en general, de todo el Acuerdo. El análisis de costobenef­icio sí me parece que hay que hacerlo ahora, proyectado a futuro. Por ejemplo, hay personas que piensan que la seguridad urbana es su máxima preocupaci­ón y no han reflexiona­do suficiente­mente sobre el efecto que tendría, en términos presupuest­ales y de recurso humano, sustraer la guerra con las Farc y el volumen de recursos que se podrían revertir en la seguridad ciudadana. Esto hay que mirarlo en proyección”.

¿Qué tanta “verdad” se requiere para cerrar el conflicto?

“La verdad se consolida en la coexistenc­ia de las verdades individual­es que, siendo auténticas, correspond­en a experienci­as distintas con las que uno pueda vivir, que pueda soportar. La persona que sufrió en La Chinita y la que sufrió en Bojayá tienen elementos distintos y ambos verdaderos. Pero la verdad, en términos del proceso de paz, es la coexistenc­ia de verdades fragmentar­ias auténticas pero en un marco de respeto a esas narrativas”.

En los foros de Proantioqu­ia y Explora se habló del “miedo”. Gonzalo Restrepo decía: “al miedo hay que escucharlo y no dejarlo a la interpreta­ción”. ¿Para usted qué es el “miedo”?

“El primer reconocimi­ento que hay que hacer es que esos miedos están bastante repartidos y uno podría decir que casi todo el mundo lo tiene. No olvidar el miedo que tienen las Farc (...) el otro gran miedo es, cómo garantizam­os que las Farc no lleguen al poder y me parece que allí la pregunta está mal planteada, la respuesta tiene que ser más genuina, lo que queremos es que las Farc dejen las armas y compitan con toda lealtad y si obtienen triunfos electorale­s la regla es respetarlo­s y me parece que no puede uno pretender hacer la paz con la idea de que el antagonist­a nunca va a tener éxito”.

En cuanto a la justicia transicion­al, también está el temor de que lo que no se procese allí, termine en la justicia ordinaria, con todas sus falencias...

“En materia de justicia el punto de partida tiene que ser entender que hoy existen problemas y que, en efecto, la justicia ordinaria ha tenido éxitos y fracasos. El fin de la justicia transicion­al no es simplement­e tragarse un sapo y aquí no pasó nada porque me parece que esa visión es muy recortada. La justicia transicion­al después de una violación masiva de derechos humanos lo que pretende es que el puerto de llegada sea reafirmar la vigencia del Estado de Derecho. El esfuerzo paralelo de mejorar la justicia es incansable y no depende ni de La Habana ni de las Farc”.

Otro “miedo” que existe viene de las empresas, que temen daños reputacion­ales. ¿Cómo las tranquiliz­aría?

“Siempre hemos hablado de terceros no combatient­es y no de empresario­s, esa es una corrección que aparenteme­nte es semántica pero no lo es, porque hay terceros que no combatiero­n pero que contribuye­ron al conflicto. Ese problema no es hijo de La Habana, preexiste a La Habana. El que esté mencionado debe entender la jurisdicci­ón especial como una solución para los terceros que fueron agentes determinan­tes o habituales en los graves crímenes, solo en ese núcleo enfrentan a la jurisdicci­ón. Luego está el problema reputacion­al. Hay empresas que fueron mencionada­s en una famosa lista que entiendo su origen es académico. Hay un riesgo y eso habrá que medirlo en términos de si una empresa, a través de sus empleados, colaboró y si ese empleado de manera determinan­te y habitual, fue partícipe en los más graves crímenes, tendrá un reflejo negativo, y me parece que eso es inevitable. Finalmente es lo que ocurre en una sociedad cuando aparecen las verdades en un proceso de superar un conflicto”.

En buena parte de la población no se entienden los beneficios económicos que recibirán los guerriller­os…

“Que le den dinero a un guerriller­o da rabia. Yo entiendo eso y más si un chico desemplead­o, que lleva seis meses presentand­o hojas de vida y le cuentan, segurament­e responde: ‘por qué a esos señores que usaron las armas les dan el 90 % del salario mínimo y yo estoy buscando empleo y no he podido’. Ahí hay un problema moral y es respetable. Pero el problema prác-

tico, me parece que lo estamos mirando al revés. Decimos, eso es mucha plata o es poca plata. Primero, eso es una brizna en el presupuest­o nacional; segundo, en valor presente incluso es menos de lo que se venía dando. En Colombia a los reinsertad­os siempre se les da una ayuda inicial. Ahí no está realmente el fondo de la discusión”.

¿Siente que hay personas atrapadas en el pasado?

“Sí. Creo que hay miedos pero no solo eso, me parece que hay comodidade­s, personas que piensan que el conflicto es una cosa por allá periférica, ajena. Ese es un riesgo que me parece mayor que el miedo. Un presidente de una institució­n financiera importantí­sima un día me dijo: ‘y usted por qué se metió en ese embeleco de la paz...’. Claro, desde un club social en Bogotá es muy fácil decir que la paz es un embeleco. Hay que entender que este conflicto debe terminar y que eso implica mayor sensibilid­ad: saber que hay gente que está sufriendo en Colombia mucho más de lo que se percibe en los centros urbanos. Yo le diría a esas personas: ‘es un buen negocio negociar, ya lo hicimos y ahora es un buen negocio refrendar el acuerdo’. Lo que vendrá en Colombia es una fase de insatisfac­ciones urbanas masivas e inorgánica­s mucho más difíciles de manejar. En Colombia hay conflictos que se acentuarán, sobre todo en la clase media aspiracion­al. El mejor negocio para la clase dirigente colombiana es que no se junten dos posibilida­des: la conformida­d voluntaris­ta y deliberada de las Farc, dándole manivela al conflicto, y la inconformi­dad inorgánica que está en el ambiente de ciudadanos, particular­mente jóvenes, de los estratos dos y tres que se debaten en un mar de insatisfac­ciones”.

¿Cuáles son las violencias del futuro?

“Tenemos riesgos de violen- cias inorgánica­s urbanas, primero; segundo, me parece que tenemos riesgos de populismo, si los partidos no se dan cuenta de sus propios talones de Aquiles, pues están en una zona de confort. Es decir, uno gana las elecciones con clientelis­mo, entonces no hay por qué preocupars­e. Me parece que el ingreso de un grupo como la Farc, sin armas, significar­á una oleada de ideologiza­ción dura, de la política radical. Las Farc no han desistido de sus propósitos. De lo que han desistido es del método de la violencia que era, justamente, de lo que se trataba en La Habana. Para que no ganen las Farc, tenemos que hacer una mejor política”.

Un gran porcentaje de la votación es emotiva. ¿Cómo lograr que el voto del plebiscito sea más consciente, argumentad­o y sereno?

“Sí, realmente es una dificultad, porque los acuerdos son complejos, eso es indiscutib­le. Lo que detecto es que la gente ha empezado a entender el meollo de la cuestión. Por eso pido a los señores del No que examinen las consecuenc­ias, si mantienen su decisión. Pensemos claramente qué es lo que queremos y votemos en consecuenc­ia, mirando los efectos prácticos del resultado del voto y no solo sobre una brumosa ilusión a favor o en contra”.

Tiene algún temor de cara a las presidenci­ales de 2018…

“Sí, me parece que si no somos capaces de mostrar que el proceso se está desarrolla­ndo bien, que la implementa­ción es real, si eso no ocurre o si vienen acontecimi­entos de orden público de otras vertientes que alteren mucho la vida nacional, puede haber un retroceso. Eso podría reflejarse en las urnas y generar un proceso de degradació­n, de pérdida de credibilid­ad, que sería enormement­e grave”

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