UNA TILDE, UNA HACHE
Fui a desearles el año nuevo al padre Nicanor y la prima Mariengracia. Lo encontré a él, solo, sentado en la vieja mecedora de mimbre. Se balanceaba, como un péndulo de reloj que marcara el tiempo. O la eternidad.
-Felicidades, tío, para este año que empieza.
-Una vez más te repito que la felicidad, si existe, no es de futuro. Ni tampoco de pasado. La felicidad, si existe, se da siempre en un presente; más aún, es casi un simple instante. Un éxtasis místico, lo digo desde mi ladera religiosa, es lo más cercano a la felicidad, ya que es una experiencia que se vive fuera del tiempo, en un instantáneo arrancamiento del cuerpo y del espacio.
- Que igual experiencia sería un orgasmo, pienso yo, des- de mi ladera humana. Pero, padre, usted por qué, al hablar de felicidad, insiste en usar el modo condicional. Por qué no mejor le ponemos una tilde a ese “si” condicionante. Quedaría entonces: “la felicidad sí existe”. Y todos tan contentos.
-O todos tan tristes, muchacho. En el fondo, la felicidad no existe. La anhelamos, la buscamos, luchamos por ella y cuando cerramos el puño para atraparla, agarramos viento. Es mejor en condicional. Al menos queda el consuelo del escepticismo que, como alguien dijo, es la castidad del pensamiento.
- Curioso que una simple tilde le dé vuelta a un concepto, a una afirmación. Porque felicidad, padre, sí hay.
-Una tilde, una letra que ni siquiera suena, como la hache, o un signo de interrogación, pueden cambiarlo todo. No es lo mismo “hay”, del verbo haber en afirmativo, o “¿hay?” en interrogativo, o la interjección “¡ay!”, con signos de admiración. -Usted quiere decir que … - Quiero decir que no es lo mismo decir “hay Dios”, que puede ser un acto de fe, que exclamar “¡ay, Dios¡”, insinuando una tormenta interior o un clamor sin eco, o interrogarse ¿hay Dios?, cuando brota la duda, la incredulidad.
- Curioso, tío. O mejor, tío curioso, para seguir enredados en la arenilla gramatical. En qué quedamos: Hay felicidad; ¿hay felicidad?; ¡ay, felicidad!
-Puras chocheras mías. Y resulta también curioso que a la postre, felicidad y Dios se hayan juntado. -Por algo será.. -La búsqueda de la felicidad acaba siendo una frustración si se acomete sin un sentido de trascendencia.
-¿Trascendencia? Y eso con qué se come.
-Tú y tus impertinencias. Pues aguántate el final de mi sermón. Trascender, para no meterle mucha metafísica o teología a la cosa, es aceptar cosas muy simples. Como que lo importante es ser y no poseer; que hay que aceptar las limitaciones; que hay que ser fieles a la vida, a la historia.
-¿Y todas esas filosofías caben en una tilde, en una hache, en un signo de interrogación?
-Pues sí. Que esa felicidad, que sí existe, sea la que nos deseemos hoy, 31 de diciembre. Feliz Año Nuevo.