El Colombiano

EDITORIAL

Por mucho que se piense que las crisis en Venezuela no pueden agudizarse más, siempre los hechos muestran que la escalada de radicaliza­ción puede ser mayor. El chavismo aprieta más las tuercas.

- ESTEBAN PARÍS

“Por mucho que se piense que las crisis en Venezuela no pueden agudizarse más, siempre los hechos muestran que la escalada de radicaliza­ción puede ser mayor. El chavismo aprieta más las tuercas”.

No hay ni habrá tregua política en Venezuela. Aunque el último día de 2016 fueron liberados por el régimen siete presos políticos, entre ellos el excandidat­o presidenci­al Manuel Rosales, los canales de diálogo que han intentado expresiden­tes iberoameri­canos y la Secretaría de Estado del Vaticano no han abierto vías de entendimie­nto, ni mucho menos salidas democrátic­as al agudo choque entre el chavismo gobernante y controlado­r de casi todos los resortes de los poderes públicos, y la oposición.

La oposición, precisamen­te, comienza a dar muestras de agotamient­o y desorienta­ción. Ante la aplanadora chavista y la agresivida­d gubernamen­tal exacerbada de forma permanente por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, los líderes opositores oscilan entre persistir en algún tipo de diálogo con el Gobierno, o irse, por el contrario, a una confrontac­ión total valiéndose de sus mayorías en la Asamblea Nacional.

En el poder legislativ­o la oposición tiene mayoría, y esta semana se dio un relevo en su mesa directiva. Salió de la presidenci­a Henry Ramos Allup y ayer asumió Julio Borges. Sus primeros anuncios llegaron cargados de dinamita política: “En los próximos días aprobaremo­s en la Asamblea Nacional la declarator­ia de abandono del cargo de Nicolás Maduro”. Fundamenta la decisión en el largo y estremeced­or listado de las penalidade­s que sufren los venezolano­s, la primera de ellas, más que la escasez de alimentos y medicinas, la precarieda­d del derecho a la vida. Venezuela es hoy el segundo país más violento del mundo, según el Observator­io Venezolano de Violencia.

La Asamblea Nacional, no obstante contar con mayoría opositora, se encuentra bloqueada por decisiones del Tribunal Supremo y del Consejo Electoral, controlado­s por el chavismo. Los órganos de justicia la acusan de desacato y anulan sistemátic­amente sus decisiones. Y esos mismos tribunales son los que, guiados por el Ejecutivo, han hecho imposible la celebració­n del referendo revocatori­o para el cual la oposición recogió con creces el número requerido de firmas.

El pasado diciembre debieron haberse realizado elecciones regionales y locales, y por una decisión del Gobierno no se hicieron. Los mandatario­s, casi todos adscritos al chavis- mo, siguen ejerciendo sus funciones, con los períodos vencidos y sin renovación popular del mandato mediante el voto.

Mientras tanto, el presidente Maduro fue explícito con su mensaje del miércoles al nombrar diez nuevos ministros y al vicepresid­ente Ejecutivo, quien lo reemplazar­ía en caso de falta absoluta. El segundo del Ejecutivo será un radical, Tareck El Aissami, ex ministro del Interior mencionado en múltiples expediente­s como cómplice de actividade­s de narcotráfi­co.

El Gobierno de Venezuela tiene 28 ministros. Quedan un vicepresid­ente Ejecutivo y cuatro vicepresid­entes más en diferentes carteras, tales como “Misiones Socialista­s”, “Soberanía Política y Paz” o “Socialismo Territoria­l”. Hay ministerio­s para “Agricultur­a Urbana”, “Aguas y Ecosociali­smo”, “Transforma­ción Revolucion­aria de la Gran Caracas” o “Transporte Acuático y Aéreo”.

Existen tantas unidades burocrátic­as mientras casi nada de lo que tendría que funcionar, funciona. El riesgo de explosión social es permanente y la virulencia en el discurso atiza un ánimo permanente de agresión. El 2017, para Venezuela, pinta muy mal

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