ISLAMOFOBIA, IGNORANCIA ATÁVICA MUY PELIGROSA
“Hoy hace 525 años de la toma de Granada por los Reyes Católicos. Es un día de gloria para las españolas. Con el Islam no tendríamos libertad”, así escribió en Twitter Espe
ranza Aguirre, dirigente del Partido Popular, ex presidenta de la Comunidad de Madrid e insaciable muestra de lo más rancio y decadente de un cristianismo fanático y de una derecha enajenada en las antípodas del mensaje y de la vida del Rabí Jesús de Nazareth. Sería por la rápida violación de las Capitulaciones de Santa Fe (1492) en donde esos reyes católicos garantizaban reconocer lengua, costumbres, creencias, propiedades, conocimientos y una amplia y destrozada relación de derechos y de libertades. Que fueron arrasadas por el fanatismo de la Inquisición y la codicia de los nobles y soberbios católicos castellanos.
Más que planteamientos racistas, muchas veces se trata de ignorancia supina y torticera que puede llevar al fratricidio más sangriento. Como la mayor parte de las fobias desarrolladas o inculcadas desde otras posiciones sectarias, fanáticas y enfermizas.
De ahí la importancia de acercarnos a ese mundo al que pertenecemos sin ser consecuentes. Como españoles, no podemos desconocer que el Islam forma parte de nuestras raíces, de nuestras tradiciones y de nuestro imaginario. Es imposible entender el ser de España sin esos ochocientos años de convivencia en Al Andalus. Fueron siglos de enorme desarrollo cultural y económico, científico, médico y literario.
Del mismo modo que nos sabemos grecorromanos y de tradición judeocristiana, es preciso redescubrir nuestra parte islámica en la lengua, la arquitectura, la agricultura, la artesanía, la música y en nuestra manera de ser.
Cuando era joven, nos mortificaba que dijeran que África empezaba en los Pirineos. Hoy me siento orgulloso de saberme africano y muy europeo, a fuer de mediterráneo y de profundo admirador de Jesús de Nazareth. Hemos padecido los efectos represi- vos de la Reconquista ganada por el godo y que no fue capaz de reconocer tanta belleza, tanta cultura, tanta ciencia y tanta sabiduría. Durante siglos nos secuestraron esa parte de nuestro ser, y nos presentaron al “moro” como enemigo y como peligro del que nos salvaba el Estrecho de Gibraltar.
Hoy nos asustan con el falso problema de la invasión de inmigrantes africanos. Cuando estos no hacen sino devolvernos las visitas y usurpaciones que les hemos estado haciendo durante quinientos años. En plena globalidad, con la revolución de las comunicaciones, es menester recuperar nuestras señas de identidad para que no nos lleve el viento por desarraigados.
El mundo islámico nos puede aportar razón para nuestra esperanza. Cuando Rilke decía, en sus “Cartas a un joven poeta”, que es menester que nada extraño nos acontezca fuera de lo que nos pertenece desde largo tiempo, hace una llamada para que los pueblos recuperemos nuestro pasado. Tan solo asumiendo las contradicciones y el legado de la historia podremos afrontar un futuro que no nos arrastre a la despersonalización más suicida al convertirnos en “recursos humanos” para ser explotados, en una sociedad globalizada dominada por el pensamiento único.
Más de 1.200 millones de personas son musulmanas, pero no todas son árabes. Los persas chiítas son musulmanes, como millones de indonesios, pakistaníes, indios, europeos, rusos, africanos, asiáticos o norteamericanos.
Hay musulmanes de todas las etnias y pueblos unidos por la Sharia, la lengua árabe, la peregrinación a la Meca, el Ramadán y el calendario musulmán.
A catorce kilómetros de África es incomprensible la ignorancia de los españoles acerca de ese legado cultural. Demasiadas veces identificamos a los musulmanes con los fundamentalistas afganos, iraníes, saudíes, o yihadistas enloquecidos que poco tienen que ver con el Islam auténtico. Eso sería como identificar el cristianismo con las nefastas Cruzadas, la Inquisición o ciertos dogmas proclamados por algunos papas y concilios en flagrante contradicción con el mensaje evangélico
Como españoles, no podemos desconocer que el Islam forma parte de nuestras raíces, de nuestras tradiciones y de nuestro imaginario.