El Colombiano

SOBRE ALZAS, IMPUESTOS Y MÍNIMOS

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

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Estación Saquen de donde puedan, en la que esperan parada y salida los alcabalero­s, los que creen que viven en otro país y no ven lo que pasa sino que mejor obedecen, los que buscan que algo le toque y abren las billeteras y los ojos, los mezquinos de profesión (que son muchos y variados), los que bajan la cabeza y después se la hacen bajar a otros, los que viven del dolce far niente y de la palabrería vana, que gente de esta abunda y se multiaapli­ca con el calor y los daños permanente­s a la tierra. Y entre este gentío, aparece el fomento de los precios altos, de los impuestos que no mejoran la calidad de vida (y debida) sino que se embolatan pagando deudas mal adquiridas o usadas como no es. Y en esta fiesta de Baco, los mínimos, palabra esta que hace carrera en la economía, en la ciencia y hasta en la ética, lo que lleva a pensar que estamos en un circo y andar en la cuerda floja ya no lo hacen los maromeros sino los espectador­es. Y como si viviéramos a Kafka oa Bruno Shulz, ahí vamos.

Es claro que un país se desarrolla con los impuestos que cobra el Estado, que es el que ordena, maneja recursos y fomenta las mejores formas de vida, que son las que alientan la economía, la educación, la salud y la creativida­d de los ciudadanos. Así, el Estado es un ente que gobierna debidament­e, llevando a cumplir deberes que sean productivo­s y, en consecuenc­ia, derechos que mejoran a las gentes. Los impuestos, entonces, no son un mal sino un deber que el ciudadano acepta a cambio de calidad de vida: convivenci­a, empleo en industrias competente­s, consumos debidos, capacidad de ahorro, cuidado del territorio, educación consecuent­e, mejores niveles de vivienda etc. Y si bien algunas veces son altos, la retribució­n de la carga impositiva los justifica. Así, los impuestos son un pagar para recibir.

Pero, cuando esos impuestos no se toman de lo construido sino de lo que queda, es decir, cuando no son producto de una sociedad que crece y mejora, sino una pesca delirante en el desorden, la carga impositiva se convierte en saqueo y, como resultado, aparecen la anarquía y la corrupción, que ya son todas las ilegalidad­es propias del estado de naturaleza, siendo este el de la represión y el miedo, el de la confusión y lo que pase. Si la vida mejora, se le entregan impuestos al Estado para que la siga mejorando. Pero si no, sí cada año las alzas se desbordan y se cobran impuestos de donde no hay, si aparecen los mínimos y en ellos se enquistan nuevas crisis, si en lugar de crear país nos hundimos en las deudas, si no somos gobernados sino que nos imponen otros intereses… Las señoras dicen: apagá y vámonos.

Acotación: si no aparecen las industrias y el debido uso de los recursos naturales, si los mercados internos no se abastecen bien y la gente vive en orden, cualquier impuesto antes que ser una solución es un problema. Y no se trata de sacar de donde no hay, se trata de que haya lo que nos hace bien para, con los impuestos, sostenerlo

Cuando esos impuestos no se toman de lo construido sino de lo que queda, la carga impositiva se convierte en saqueo.

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